Mi epílogo

3.4K 300 204
                                    

—Hola Izan, toma asiento, por favor.

—¿Estoy en mi epílogo?

—Estás en tu despedida. Yaaaa ha comenzado la cuenta atrás se acabaraaaá. No, por Dios, no me dejes cantar, te lo suplico o nunca acabaremos esto.

—Adelante, aquí tu controlas. Estoy en tus territorios.

—Ay, Izan. ¿Te hice sufrir mucho? Di la verdad.

—Qué va..., si ya hasta me estaba acostumbrando.

—¿Nunca te pasó por la cabeza que todo se tratara de una especie de sueño, que en realidad hayas muerto en el asalto y Gala, Marisa y Lucía siguieran con vida criando solas a sus hijas guardando un poco de rencor luego de enterarse en el funeral, nada más?

—Que sí lo pensé..., pasaban mil pensamientos por día en mi cabeza, una revolución de finales, opciones y oportunidades, hasta llegué a la conclusión de que nunca había existido. En la clínica te dejan tanto tiempo contigo mismo qué crees que todo es posible, te debates entre la realidad y la ficción.

—¿Qué te hizo pensar que no? ¿Qué eras tú el que seguía vivo?

—El dolor. Era tan grande y se expandía en mi pecho, recuerdo la comezón, quería arrancarme la piel a tiras, buscaba mi corazón, mis venas, como si así pudiera desenchufar un cable y detener todo. Ahí me di cuenta que era real. Que yo estaba enmedio de todos esos sucesos. Que seguía vivo y no sabía si quería estarlo.

—Lo siento. Lo siento mucho, de verdad. Pero dime, la vida, después, ¿cómo fué?

—Como siempre. Bonita.

—¿Fuiste feliz?

—Soy feliz.

—¿Tus chicas?

—Preciosas, fuertes, valientes. Admirables.

—¿Alguna novia?

—¿Y tú me preguntas eso? Ninguna.

—¡Pero si aún eres muy guapo!

—Ya, tú por qué me imaginas cómo el modelo este... Michiel Van...

—Wiyngaarden... ¡y es bellísimo! Eres su doble literario.

—Ahora trata de verlo con la carne pegada al hueso, con los ojos hundidos, sin cabello, sin cejas, sin alma.

—Ya, ya. Me he disculpado contigo, lo sabes. Yo sé que fue difícil, yo sufrí contigo, estuve ahí. Por eso quiero saber si fuiste dichoso, que esto no te detuvo y que en algún punto encontraste la paz.

—¿Quieres saber qué pasó después de que abandonará esa cafetería?

—Cuéntame, ¡por favor!

—Supongo que a esta altura de nada me sirve negarme.

—Oye, no seas así.

—¿Por qué no? Sigo furioso contigo, de verdad, ¿ni una pudo salvarse? ¿Era necesario traspasar el límite? ¿No había otra forma de castigarme? ¡Yo sé que hice mal!, lo supe en el instante en el que mi alma dejó de pertenecerme para entregarse a ellas. Lo sabía, carajo, ¡claro que lo sabía! Debiste matarme a mí. Yo era el culpable. No ellas. Yo, Izan.

—No estaba en mis manos.

—Lo está. Regresa cuarenta capítulos y bórrame a mí.

—No puedo..., ya no puedo cambiarlo. La vida es...

—Entonces no me vuelvas a decir que lo sientes. No lo digas.

—De acuerdo, si quieres que aquí termine todo, ¿puedo ponerle «Fin» ya?

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora