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No negare que me encontraba nervioso. La última vez que había acompañado a mi exnovia a recibir a nuestro bebé las cosas habían resultado una auténtica pesadilla, me habían dejado con el alma partida en dos y una bebé huérfana en los brazos. Así que consideré normal la tensión en mi cuerpo cuando Marisa me pidió pasar por ella horas antes de nuestra cita.

Mis tías se encargarían de mi bebé mientras yo esperaba recibir mi segundo hijo. No es que estuvieran muy felices el cómo se había dado la situación, pero supongo que bajo el escudo del amor uno puede pasar por alto  muchas cosas, además estaban preocupadas por Marisa.

Le harían una cesárea y aunque aún faltaban dos semanas para cumplir el plazo, ella me confesó que el bebé ya se encontraba preparado para nacer y que era necesario hacerlo ahora.

Toque a su puerta y cuando entre supe que algo no estaba bien. Demasiado silencio, demasiadas cargas y una sola verdad que arrasaría con todo.

Aquella verdad que no quise ver por meses se hizo presente ante mí.

Hubiese preferido quedarme ciego.

Marisa se encontraba sentada en su sofá, con un folder azul frente a ella y sus maletas a un costado.

Estaba nerviosa.

Jugaba con sus manos y no se atrevió a verme a la cara cuando la saludé. Preso de la incertidumbre pregunté qué sucedía y sin más ella comenzó a llorar.

El dique por fin se había roto arrastrándome a mi en el camino.

La abracé, la besé y cuando pudo hablar preferí que no lo hubiese hecho.

«Me estoy muriendo», dijo y le creí.

No hubo necesidad de mostrarme sus estudios, le creí. Le creí cuando la sentí tan frágil. Cuando sus ojos mostraban cansancio y miedo. Le creí cuando entendí por qué había regresado a mi...

Cuando confesó que después de nuestra primer cita en el ginecólogo la habían mandado a llamar. Había algo que no cuadraba y un estudio siguió a otro y a ese muchos más, revelando que el tiempo nos jugaba en contra y en algún momento su realidad explotaría. 

Todo bajo mi completa ignorancia.

Cáncer. Un cáncer que, para removerse, habría  que lanzar una  moneda al aire sobre la vida de nuestro hijo, la herencia de una madre que nunca deseó. Era clara la que respuesta ella dió, prefirió seguir con el embarazo en lugar de tomar la pequeña tabla de salvación que se le presentaba.

Me dijo con la mayor ilusión que esperaba que al hacerle la cesárea pudieran quitar el tumor y entonces comenzaría su tratamiento.

Que todo estaría bien y que sólo necesitaba mi ayuda para hacer estos meses más fáciles.  

Solo dijo que me necesitaba ahí.

Ay, Marisa.

No tuve valor para reclamarle la falta de confianza, ella días antes me confesó que lo que más había dolido fue mi poca sinceridad de como me sentía.

Sincericidio diría yo. Y los dos estábamos acusados de lo mismo.

No me quedo más que sostener los restos de una verdad cubierta de falsas esperanzas. Me quedaría hasta que el barco se estrellará. No por qué no tuviera opciones, pero como dije antes, yo daría cualquier cosa por ella.

Mi vida si era necesario.

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora