44.

1.2K 213 40
                                    

Apartir de aquel día comenzó nuestra cuenta atrás. Adelantamos aquella fiesta cuando la última visita a urgencias arrojo resultados fulminantes, nisiquiera la quimioterapia que casi nos deja sin un quinto fue suficiente. Ella lo sabía. Siempre lo supo.

Aún así Marisa rió, bebió y se despidió. Entregó cartas a todo el mundo. Mostró con orgullo a mis hijas, que presumió como suyas y pidió a los presentes que siempre velarán por ellas. Hubo lágrimas, pero éstas se vieron opacadas por su sonrisa. Por aquella paz que transmitían sus pupilas.

Marisa se iba de este mundo feliz.

O eso hubiese deseado yo, por qué después todo fue en picada, el dolor que sentía era insoportable, aplicabamos cierta dosis de morfina, pero a veces ya no era suficiente. Otros días daba la impresión de que ella no pertenecía a este mundo. Dejó de ser conciente de las horas, del día, de las personas. Un día incluso me pidió su traje color perla, dijo que tenía que ir a trabajar. Costo convencerla de que ella hace tiempo no laboraba conmigo y que hace una semana ya no podía ponerse de pie.

Tengo una lista enorme encabezada por mis tías y el padre de Marisa a quien agradecí en su momento por el apoyo. Sobraban manos en el departamento y lo agradecí por qué nunca quise estar solo cuando el momento llegará.

Y lo hizo, el momento llegó. Una semana después de que Zoé cumpliera cinco meses, Marisa se marchó.

Nos suplico que no la lleváramos al hospital, que solo permanecieramos ahí, con ella. Lo hicimos.

A estas alturas no podíamos negarle nada. Yo nunca pude.

Sus hijas, como las llamaba, se durmieron entre nosotros luego de un rato. Su padre tomo su mano y tarareó algunos tangos de Carlos Gardel como canción de cuna. Arrullándola. Mis tías tomaron un asiento junto a la cama y lloraron en silencio.

Y yo, bese su frente hasta que la sentí dormir.

—Descansa mi vida, lo hiciste bien.

Se marchó así, dormida, no supimos en que momento lo hizo. Cada uno le dijo adiós a su manera. Mis lágrimas se perdían en su cabellos. Su padre beso su mano inerte. Y cuando Abigail se despertó, supimos que Marisa ya nunca lo haría.

Su prima se llevó a las niñas de la habitación y comenzamos con el proceso que nos llevaría a separarnos para siempre de su cuerpo.

¿Sabes que pasa cuando gente que es muy querida se va? El lugar se llena de historias maravillosas. De una melancolía que se suaviza con risas. No faltaban anécdotas donde sin duda Marisa la había liado. La funeraria se llenó de un mar de gente. Hubo música, su grupos preferidos y canciones que nos recordarán a ella.

Cuando presentaron su cuerpo antes de que la incineraran alguien comenzó a cantar aquella canción de Leo Dan que llevaba su nombre.

No pude encontrar mi voz, aquel adiós se hacia un nudo en mi garganta, se incrustaba en cada parte de mi cuerpo haciéndome consiente que jamás la volvería a ver. Seguí aquella letra en mi cabeza con la certeza de que su vida terminaba aquí, la mía, la necesitaría cada segundo.

—Adiós, mi dulce amor.

Así fue como conocí a un Izan cansado de perder.

Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora