23

1.3K 211 4
                                    


Sabía que se presentaría en la oficina, pero desconocía tantas cosas sobre ella que no visualice nunca el panorama completo.

Toqué por educación a su puerta y al entrar no pude reaccionar a tiempo.

—¿Qué haces? Marisa, no, no...  —y lo decía mientras intentaba detenerla, que dejara de guardar sus cosas en cajas. ¡Dios! le estaba robando su sueño, la vida.

Le robe tanto...

—Suéltame, por favor —y lo pidió con tanta amabilidad que no tuve más remedio que obedecer.

—Podemos hablarlo, dame tiempo y yo me cambio de trabajo. No será tan fácil como está la situación, pero algo se podrá hacer. Un mes, dame un mes, pero no te vayas tú. Si alguien tiene que hacerlo soy yo. Por favor..., Marisa, por favor.

Soltó el aire y con voz trémula siguió.

—No.., no es necesario. Me voy de incapacidad, conseguí un justificante que me permitirá trabajar desde casa. Lo cierto es que no quiero estar aquí,  ya no me quedan fuerzas, Izan, menos para enfrentarte cada día. Lo siento, pero no puedo verte. Cuando nazca el bebé, ya se verá...

—Marisa...

—No Izan, no. No digas nada. Me haces daño. Prefiero inventarme las explicaciones que me darás, tal vez así pueda perdonarte. Ahora te pido distancia porque me consumes y lo que estoy dándote a ti, se lo estoy quitando a mi hijo.

—También es mío.

—¿Estás seguro?

—No lo pondría en duda. No lo intentes.

—Entonces dame espacio, porque no sabes las ganas que tengo de hacerte daño —y al ver su mirada, supe cuánto se estaba conteniendo.

—¿Y después?

—Después, después ya veremos.

Como si tuviéramos todo el tiempo del mundo...

Con una mirada me invito a salir de la oficina y no volví a molestarla. Sentí su ausencia en cuanto se marchó, escuché tras la puerta todos los buenos deseos que recibía, aun así, nadie supo la verdadera razón de su ausencia y eso solo me carcomió aún más.


Las chicas de IzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora