Capítulo 13: La verdad.

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- Ay, están dormidas - dijo mi madre.

Mimi y yo nos habíamos tapado con la sábana en cuanto vimos que el pomo de la puerta comenzaba a bajar, casi como un acto reflejo. 

Mi madre cerró la puerta. No me lo podía creer. Había estado a punto de pillarnos, de pillarme. Eso me hace pensar que quizás ya era la hora de decírselo. 

Mimi y yo suspiramos al unísono. 

- Por los pelos - dijo ella susurrando. 

- Sí. 

Nos pusimos el pijama y nos fuimos a dormir. Demasiado cansadas. Demasiadas emociones en poco tiempo. 

Los días siguientes pasaron y yo me debatía entre decírselo o no decírselo, y lo mas importante, si lo hacía, cómo lo haría. 

- Mamá.

- ¿Qué pasa? ¿Va todo bien? - me dijo preocupándose mucho en un instante. 

- Sí, sí - le dije, intentando calmarla -, tengo que hablar contigo. 

- Oh - seguía preocupada, pero intentaba fingir que no -, ¿qué sucede, Sabri?

- Pues que... - no tenía ni puta idea de cómo soltar la bomba, así que decidí hacerlo de golpe, PUM - ¡me gustan las chicas!

Y me eché a llorar. No quería decepcionarla, no sabía qué podía pasar. Quizás solo estaban siendo unos segundos pero para mí, el tiempo se paró.

Mi madre se acercó a abrazarme. 

- ¿Por qué lloras ahora, Sabrina?

- Yo no... - lloraba de tal manera que no podía ni hablar - No quiero que te enfades. No quería fallarte. 

- Sabrina, cielo, no llores. ¿Cómo me voy a enfadar? No hay motivo para ello. 

Deste este momento mi madre y yo íbamos a estar más unidas que nunca. Le expliqué lo de Angie. Lo de Mimi. A mi madre la encantaba Mimi como mi mejor amiga, le encantó el doble cuando supo que no era solo eso. 


Faltaban unos días para mi 17 cumpleaños. Cosa poco relevante ya que lo único que he hecho en mis cumpleaños es comer tarta con mi madre y mi hermano y ver mi película preferida, Dirty Dancing, una y otra y otra vez y abrir un regalo, que siempre era una sudadera. Y no, no me estoy quejando, amo las sudaderas. 

Al llegar el "esperado" día me levanté como de costumbre. Salí de mi habitación y bajé hacia la cocina, mi madre los días especiales suele preparar gofres, pero... La puerta de la cocina estaba cerrada y no había mucho olor a gofre...

- ¡¡SORPRESA!! - Rubén, Mimi, Gabriela, Ana, Inés. Y sobre la mesa había un montón de regalos. No me lo podía creer. No me podía creer que a principio de este curso estuviese rodeada de personajes de libros, y ahora esté rodeada de amigos, personas que me quieren y se preocupan por mi. Me sentía la chica más afortunada de este planeta. 

Mi madre había hecho un pastel. Y gofres. Muchos gofres. En esta casa las tradiciones permanecen, se mejoran, pero permanecen. 

- Abre los regalos de una puta vez, Viny - Ana no paraba de insistir, así que obedecí. 

Una cámara Instamax, seguro que era de parte de Mimi. Unas botas Dr. Marteens, negras, preciosas. Una caja pequeña de pintalabios de todos los colores. Una mini-cadena. Y un juego para la PlayStation, el Just Dance, el cual no íbamos a tardar mucho en estrenar. 

Pasamos la mañana bailando en el salón como poseídos. A la hora de comer hicimos comida y nos fuimos en la furgoneta de Inés a una cala desierta. Estuvimos allí hasta el anochecer. Fue increíble. Al caer el sol Gabriela sacó de la furgo unas cuantas litronas de cerveza, la cual no me gustaba, pero era el momento. El momento hizo que esa cerveza fuese la mejor que he probado nunca. Espero que el verano no acabe jamás. 

Sólo los tontos se enamoranWhere stories live. Discover now