Capítulo 1

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Mucha gente pasa día a día por este pequeño lugar.

Parece que no tienen idea de lo que pasa a su alrededor. ¿Será que sus trabajos los mantienen muy ocupados para darle si quiera un vistazo al panorama de la ciudad? Está bien, hay tal vez dos o tres personas que pasan por el parque con cámara en mano y se detienen a observar escenarios para sus fotos, pero, parece como si solo tomaran sus fotografías y corrieran a casa a retocarlas. ¿Realmente prestan atención a lo que capturan? Nadie observa realmente.

Supongo que nadie más que yo tiene el tiempo de ponerse a pensar estas cosas.

Soy Alexandro, tengo 26 años y vivo en una constante rutina, me levanto, casi siempre muy temprano, tomo una ducha, leo un poco el periódico con una gran taza de café en mi mano, y me siento a ver la televisión mientras espero a que llegue la hora de salir al trabajo.

Soy fotógrafo para la revista "Lo Nuestro", que como su nombre nos lo sugiere, es una revista con información de la cultura de distintos pueblos, es famosa en cierto sentido por su forma de enfocarse en lo que la gente no acostumbra a contemplar de su lugar de residencia, además, su venta se extiende a muchos países de habla hispana.

Mi pueblo, Verleda, es pequeño, en tamaño y en población, no tenemos cosas muy interesantes por acá ni suelen suceder acontecimientos dignos de destacar, sin embargo, gozamos de paz y tranquilidad cada día, y destacamos la belleza de nuestra cercanía al mar, que nos regala una vista hermosa en cada punto del lugar. Vivo solo hace unos 6 años, me mudé por razones de trabajo, ya que estaba un poco difícil conseguir oportunidades en este tiempo.

Una mañana de domingo, como cualquier fin de semana, me levanté un poco más tarde que de costumbre con un hambre atroz, así que tomé mi abrigo y mi billetera y caminé pocos metros hasta el abastecedor más cercano a mi departamento.

—¡Hey! ¿Qué pasa Alex? ¿cómo va todo? —preguntó la cariñosa y simpática dependiente del lugar.

—Nada pues, aquí haciendo unas pequeñas compras de lunes. ­ —Respondí—. ¿Qué tal tu día Mel?

—Hubo un aumento en la clientela en los últimos meses, así que estos días han sido ajetreados y sin fin, y eso me tiene muy feliz, la verdad. ­ —dijo sonriendo.

Mel era una chica joven, tenía unos 23 años, yo tenía tan solo 22 años cuando la conocí. Mujer de corta estatura, morena de ojos oscuros, tenía una voz muy delicada, a veces parecía que le daba miedo hablar, pero, por el contrario, era muy extrovertida, cortés y amistosa. Vivía en un barrio no muy lejano a la tienda, llamado Berlez. Venía de una familia muy adinerada, la cual era dueña de una cadena de tiendas a lo largo del país, y si, Mel era la encargada y dependiente de la que está ubicada en mi pueblo.

Por largos ratos solía ponerme a pensar en ella y profundizar en sus cualidades. Había tenido la oportunidad de tener largas charlas con ella ciertos días, ya que nos habíamos hecho amigos por cada vez que frecuentaba su abastecedor. Me atrevo a decir que, a ratos, me perdía en su mirada, el movimiento de sus labios al pronunciar cada palabra era mágico, tenía la costumbre de usar sus manos para enfatizar en sus relatos y claramente, más de una vez me llevé un golpe en el hombro por sus ataques de risa repentinos y esporádicos que solía descargar pegándome en el brazo mientras intentaba controlarse. Curiosamente, para mí, esos detalles hasta el día de hoy suelen dar vueltas en mi cabeza y provocar que cada vez me sienta más enamorado.

Ella era por lo visto, la única que tenía el control de la tienda. Nunca me tocó tratar con ningún otro empleado, ella llegaba a las siete de la mañana en punto para abrir las puertas y comenzar a las siete treinta con su labor diaria que se extendía hasta las nueve de la noche. Tenía tal vez un ayudante que colaboraba con la limpieza del lugar, pero ella era la única que veía tras la caja día a día.

Recuerdo que uno de los mayores sueños de esa chica era el de convertirse en una escritora exitosa. Pude llegar a leer varios proyectos en los que ella había trabajado, y la verdad es que era muy buena en ello. Me había contado que dos o tres representantes de buenas editoriales le habían recibido, pero que nunca le habían devuelto una llamada o un correo electrónico en torno al asunto, el viejo truco de "No nos llame, nosotros le llamamos", detestable.

Debido a esto, me tomé la libertad de hablar con el editor de la revista en la que trabajo, digo, son ámbitos un tanto diferentes, pero tal vez tendría algún contacto que pudiera colaborar. Muy amablemente, él accedió, y hasta el día de hoy sigue trabajando en ello, o eso espero...

Considero que Mel tiene muchísimo que ofrecer al mundo, y cualquiera que le lea, pensaría lo mismo y la verdad es que yo siempre estaría dispuesto a ayudarle, ¿tendría yo alguna oportunidad con ella algún día?

Pronto sucedería algo que no sólo me respondería esa pregunta, si no que le daría un giro completo a mi vida y a la suya. Un cambio drástico.


Caminos de Luz y TintaWhere stories live. Discover now