Capítulo 16: Amistad con las estrellas

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Ella sabía que no era más un secreto, tal vez por la compasión y tristeza que reflejaba mi rostro, tal vez porque yo tenía los ojos rojos e hinchados de las cubetas de lágrimas que los habían invadido la noche anterior, tal vez porque su padre estaba en mi mismo estado en un rincón de la sala de la casa, observando hacia fuera de la ventana, aun sollozando sin querer dirigirle la mirada a su amada hija.

—Acompáñame. —dijo Kristjana, tomándome de la mano y llevándome hasta el auto.

Unas tres horas de viaje en silencio bastaron para llegar a la playa de Jökulsárlón, una bella y enorme playa de arena negra, repleta de icebergs a lo largo y ancho de la misma, donde mi compañera de viaje y yo, nos sentamos cerca de dos horas, a despejar un poco la mente y desviar los malos pensamientos que teníamos acerca de la vida que llevábamos.

—Quiero contarte una historia acerca de este lugar, Alex. Mi madre y yo solíamos venir aquí muy seguido. Era nuestro lugar mágico, era donde veníamos cuando alguna de las dos se sentía triste, y pues sí, nos sentíamos tristes muy seguido. Cada vez que lo necesitábamos, viajábamos hasta acá y nos escuchábamos atentamente la una a la otra hasta desahogar nuestras penas. Ella se marchó un día de abril, no pudo más, la vida había acabado con ella, la vida y una extraña enfermedad que nunca dio tregua a sus ganas de luchar, y de la manera más egoísta, se la llevó de aquí, sin derecho si quiera a despedirse.

—La última vez que vinimos juntas —continuó—, fue la noche más hermosa que pasé en mi vida, millones y millones de estrellas acompañando a la aurora boreal, solo ella y yo mirando, era el cielo completo, todo, enterito para nosotras. Ella, después de explicarme sus razones para partir de este mundo, pronunció:

"¿Ves, la cantidad de estrellas que tenemos esta noche? Las estrellas son luz, son esperanza, son energía, son alegría. Cada que se te acaben las fuerzas, cada que no tengas ganas de seguir luchando, cada que intentes mirar atrás, cada que estés a punto de rendirte y definitivamente no puedas más, ven aquí, y pídeme las estrellas, yo estaré allí arriba, y te enviaré miles de ellas, cargadas de luz, cargadas de esperanza, cargadas de energía y ni se diga de alegría. Nunca estarás sola, yo y miles de estrellitas brillantes, guiaremos tu camino. Nunca te rindas."

—Desde entonces he venido unas cuatro veces tiempo antes de viajar a Verleda, y ha sido lo mejor que he podido hacer por mi vida —añadió—. Alex, te invito a que cuando ya no esté, desde el lugar en el que te encuentres, a la hora que lo necesites, si ya no puedes más... Pídeme las estrellas.

Dicho esto, me besó, antes de romper ambos en el llanto más amargo de nuestras vidas, esto era realmente tristeza, esto era sufrir, nada de lo que antes viví, se comparaba, en serio, nada.

En una mañana de sábado, lucía hermosa, completamente vestida de blanco, con un ligero semblante de paz y pura felicidad, el cabello que siempre me había encantado, por alguna razón irradiaba mayor brillo de lo que lo hacía normalmente, llevaba un hermoso ramo de flores en sus manos, delicadas y perfumadas rosas que sostenía sin ninguna firmeza. Ya no podía ver sus ojos una vez más, ya no podía escuchar su delicada voz pronunciando palabras de aliento y consuelo, ella ya no estaba conmigo. Abandoné la habitación donde, reposando tranquila, dormida por la eternidad, jamás enfrentaría sufrimiento alguno aquella mujer a la cuál logré amar en tan poco tiempo.

Tomando mi equipaje, camino al aeropuerto, decidí tomar un ligero atajo. Llegando, me bajé del auto, tocando por ultima vez la arena de una nocturna Jökulsárlón, mirando hacia el cielo, pronuncié:

"Hasta pronto querida amiga, hoy mañana y siempre, envíame las estrellas"

Caminos de Luz y TintaWhere stories live. Discover now