La voz al otro lado

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—¿Señor O'Connell? ¿Hola? Creo que se cortó la llamada, Jo.
Sabía que tenía que decir algo, pero no podía siquiera respirar.
No tenía ni idea de quien era la tal Erika que estaba al otro lado de la línea, pero si algo era seguro es que iba a ir a comprobarlo ahora mismo.

Carraspeo para que ella sepa que sigo aquí y para darme algo de tiempo a mi también.

—¿Eres Erika?
—Oh, creí que se había cortado la linea. Si, soy Erika, señor.
—¿Cuanto hace que trabajas para mi ex mujer?
—En realidad no trabajo para ella, señor. Estoy viviendo en la casita de la piscina. Susanna me la alquiló por poco dinero a cambio de que hiciese de niñera en algunas ocasiones.
—¿Pero que mierda? ¿Es una broma?
—No, señor. Susanna dijo que a usted le parecería bien. Sé que la casa era suya antes.

La maldita casa es mía todavía. Solo permito a Susanna vivir en ella por Joley. Yo no necesito algo tan grande. Mi apartamento es suficiente y Joley tiene su propia habitación en él.

En cuanto colgase iba a llamar a mi ex.
Tenía que consultarme todas esas cosas y no lo ha hecho.

—¿Como te apellidas, Erika?
—Summers. Erika Summers.
—Bien. Voy a ir hacia allí. Si Susanna vuelve no le digas que iré.
Conociéndola inventaría cualquier excusa absurda para tranquilizarme. Eso ya no funcionaba conmigo. Después de todo, ya no podía valerse del sexo para aplacar mi mal genio.

—De acuerdo. Voy a colgar señor O'Connell. Jo quiere volver a la piscina y no quiero que vaya sola.
Por lo menos era responsable. Eso me quitaba un peso de encima.
—De acuerdo. Cuida de ella.
—¡Por supuesto!
Aparté el auricular de mi oído para cuando la oí. Seguramente dejó el teléfono mal colgado.
—¿Donde estás, Jo? Te cogeré pequeña ranita.
Un gritito feliz de mi bebé hizo aletear mi corazón y luego su risa. La de ambas de hecho.
Nunca había escuchado a mi pequeña reír así salvo cuando jugábamos a las cosquillas.
Colgué con una sonrisa en los labios y me puse en pie.
Erika Summers.
Tenía que saber más de ella.
Pondría a mis chicos a ello. Cualquier cosa que encontrasen serviría.
Mientras tanto, iba a ponerle cara a esa voz.

Justo en el momento en el que abrí la puerta para irme, mi intercomunicador sonó.
—Tiene una llamada de la señora O'Connell.
Odiaba que ella siguiera usando mi nombre. Ya no estábamos juntos, pero bueno, esa llamada sería bien recibida, porque tenía una ligera sospecha del motivo de esta.

Pulse el botón para contactar con mi eficiente secretaria y hablé.
—Pásamela, Gladys y después puedes irte a casa. Nos vemos mañana.
—De acuerdo. Hasta mañana, jefe.
Tomé asiento de nuevo y esperé.
—¿Trevor?
—Tu dirás.
—¿Cancelaste mis tarjetas?
Sonreí.
—Así es. Ya no estamos casados.
—Pero...
Decidí interrumpir.
—Te has quedado con la custodia total de Joley, con la casa y te paso una asignación para que no le falte nada a nuestra hija. No tienes que pagar nada excepto tus caprichos y tengo entendido que has alquilado la casita de la piscina. Eso debería permitirte pagarte algunas cosas.
—Pero... No es justo, Trevor. Estoy acostumbrada a cierto estilo de vida y...
—Y como ya he dicho, estamos divorciados. En cuanto cuelgue iré a ver a Joley y a conocer a esa encantadora desconocida con la que has dejado a nuestra hija. ¿Pensabas decirme que tenías una inquilina que a veces cuida a mi niña?
—Por favor, Trevor, no dramatices. Tu nunca estabas en casa y Joley siempre estuvo bien cuidada.
—¡Por gente a la que conozco!
—Entonces ve a conocerla.
La llamada se cortó y colgué cabreado.
Desde luego que iba a ir a conocerla.

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