Capítulo Tres

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—El trabajo es tuyo, Evenin —anuncia la voz de Isabel por mi teléfono sin contrato...y me quedo sin palabras—. Hola, ¿sigues ahí?

—Sí, sí, estoy aquí —le aseguro en voz baja despertando de mi estupefacción.

—¿Puedes empezar mañana mismo?

—Sí, sí puedo.

—¿Dirás algo más que "sí, sí"? —comenta con un toque de humor.

—Lo siento, es que no me lo esperaba —respondo tapando con mi mano mi risa nerviosa.

—Me lo imagino. El señor Edmon me habló muy bien de ti y aunque tus otras referencias son impecables, no iba a contratarte, pero a última hora decidí que las jóvenes como tú merecen una oportunidad de ir añadiendo más experiencia a su currículum.

Vaya. Que amable de su parte. —Gracias de verdad, Isabel, muchas gracias. Lo haré bien y no tendrá quejas de mi trabajo —le respondo con sinceridad.

—Ah, eso lo veremos cuando regrese el lunes y revise si hiciste bien el trabajo que te dejaré en la lista —explica en su habitual tono serio—. Este fin de semana será uno de prueba. El señor Avilés ya sabe que he contratado a alguien para que haga las tareas de la casa mientras yo no estoy. Él no estará en la casa tampoco, así que podrás trabajar a tus anchas.

—Está bien —convengo, y saber eso alivia un poco los nervios por comenzar en un nuevo empleo.

—Trabajarás de nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde. Puedes prepararte lo que desees de comer. Como ya te dije antes, la nevera y la alacena están repletas de comida. Así que, chica, aprovecha y aliméntate bien —declara, aunque más bien sonó como una indirecta. ¿Qué quiso decir con eso? Sé que estoy delgada, pero tengo lo mío bien distribuido y no es por estar siguiendo alguna dieta moderna. Bueno...la verdad es que con tanto problema no he podido alimentarme bien últimamente. Isabel sigue hablando—: Pasa por la casa cuando salgas de tu trabajo para mostrarte cómo es por dentro y explicarte varias cosas. Te daré una copia de la llave de la puerta trasera de la cocina para que puedas venir en la mañana.

—Lo haré. Allí estaré sin falta y a la hora indicada.

—Bueno, eso sería todo. Cualquier otra cosa o alguna duda que tengas me llamas a este número. Buenas tardes, Evenin.

—Igualmente, Isabel —cuelgo y un chillido de júbilo sale de mi boca, pero lo cubro rápidamente con mi mano porque, aunque la clase del profesor Gruñón aún no ha comenzado, él ya está oteando desde su escritorio la fuente de ese sonido.

Bajo mi cabeza y respiro profundo para calmarme porque de lo contrario, me voy a poner a bailar de felicidad en medio de la clase y no quiero eso. Me contrataron. Tengo otro trabajo. Bendita sea mi suerte. Ahora las cosas mejorarán después de estar mucho tiempo metida en el atolladero. Tengo que rehacer mi presupuesto con ese dinero extra que ganaré y aún así gastar solo lo necesario. No puedo sacar la sonrisa de mi cara, pero sí lo hago cuando el chirrido que hace la silla del profesor al arrastrarse me hace levantar la cabeza, porque eso significa que la clase comienza ahora. Los murmullos de mis compañeros cesan por completo y miramos hacia el frente.

—Guarden todo lo que no sea un lápiz —ordena el profesor Gruñón y luego esboza una amplia y perversa sonrisa que nos deja a todos pasmados y después muy aprensivos—. Haremos el examen hoy.

—¡Qué!

—¿Cómo?

—¿Por qué, profesor Grullón?

Todos estamos murmurando y exclamando atónitos, lo que lo hace sonreír mucho más. ¡Tirano y abusador! Esto no puede ser posible, pero sí lo es porque él ya está repartiendo papeles a la primera fila de estudiantes. En los rostros de mis compañeros hay verdadero miedo porque este examen es muy importante para nuestra nota final. El profesor lo sabe, pero le importa un bledo. Ellos no dirán nada y se resignarán...pero yo no puedo.

Profesor Grullón (Editando)Where stories live. Discover now