Capítulo Seis

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—¿Qué te dijo el sexy profesor Grullón el viernes después de clases? —me pregunta una compañera.

—¿Fue muy severo contigo, Evenin? —me pregunta otra y suspiro con paciencia.

—¿Tuvieron sexo en su escritorio? —Esa es Frida, la autodenominada zorra de la escuela y se enorgullece de ello.

Por Dios santo.

—No —les informo a todas, ellas me rodean como lobas hambrientas de información frente al aula del profesor Gruñón que aún no ha llegado—. No fue nada del otro mundo. Me amonestó por haberlo desafiado. Eso fue todo —ruedo mis ojos.

—Anda dinos. Tiene que haber algo más —exige Frida.

—No hay nada más —respondo con simpleza. Ni loca les diré lo que realmente sucedió.

—Ojalá me diga a mí que me quede después de clases —ronronea ella.

Resoplo. —¿No escuchaste su advertencia? —le recuerdo—. Él no se relaciona con estudiantes.

—Ay, por favor —Frida bufa—. ¿Un hombre experimentado como él rechazando sexo seguro? No lo creo. Solo lo hace para hacerse el irresistible y que suframos de amor por él.

—Yo no sufro de amor por él —aclaro secamente.

—¡Entonces eres la única en toda la jodida escuela! —ríe ella y las demás le siguen—. ¿No te gustan los chicos? No te juzgaremos si ese fuera el caso —expresa honesta, su mano en mi hombro.

Suspiro cansada y respondo: —Me gustan, pero no es eso. Sencillamente tengo otros intereses que ocupan todo mi tiempo.

Ella asiente comprendiendo y dice: —De todas formas, tal vez lo desafíe hoy, y entonces si él me ordena que me quede después de clases, le pediré disculpas...de rodillas —ella ríe con picardía y nos hace reír con su ocurrencia.

—Estás loca, chica —sonrío—. Y buena suerte con eso.

Ella suspira con dramatismo. —La necesitaré porque Grullón es un hueso duro e imposible de roer. A propósito, dame tu número para llamarte. Necesitaré que me peines el miércoles y que me digas que ropa ponerme para impresionar a mi nuevo, musculoso y caliente vecino. Le pediré azúcar, ya saben, el viejo truco para tocar a su puerta y presentarme. —Ella se jacta de ser la más perra y admiro mucho su personalidad intrépida.

Niego riendo y le doy mi número. Ya se corrió la voz entre las chicas de que estoy disponible para brindarles mis conocimientos en belleza. Espero tener más clientas, y con eso, más dinero.

De repente se hace el silencio y no tengo que girar mi cabeza para saber a qué se debe y quién es. Un estremecimiento me recorre, mi aliento se traba, mi corazón palpita más rápido...y eso me pone de mal humor. No quiero reaccionar así por un profesor. Y por ese menos. No quiero reaccionar. Punto. Por eso, me lleno de total indiferencia. De reojo veo como él entra a su aula como si fuera el amo y señor del universo, y todos lo seguimos porque no hay más remedio que hacerlo. Tomo asiento y saco mi lápiz antes de él lo ordene.

No lo miro.

No quiero.

Porque entonces voy a recordar cosas que no deseo.

—Su atención, por favor —pide con voz exigente y mis oídos le dan toda su atención. Y luego hay silencio—. No estoy jugando aquí. Cuando pido atención, por cortesía, todos ustedes tienen que brindármela. —Ahora suena molesto—. Y dije todos. Quiero ver sus ojos cuando hablo. —Oh. Él se refiere a mí. Contengo un gruñido y mis ojos grises le prestan la tan desesperada atención—. Bien. Gracias. ¿No fue tan difícil, cierto? —pronuncia con ironía, dándome una rápida y dura mirada.

Profesor Grullón (Editando)Where stories live. Discover now