Capítulo Ocho

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Viernes. Día de pago al fin. Haciendo los cálculos, ya tendré el dinero para pagar la hipoteca que vence el próximo lunes y para pagar las otras facturas también. Guardaré muy bien ese dinero, tal vez en el pantalón cuando me vaya a dormir. Así mi padre no lo encontrará nunca. Ya que no razona, ayer volví a dejarle varios folletos informativos sobre el alcoholismo que tomé de la biblioteca. Se los puse encima de la mesita y al lado de su sofá favorito, ese en el que se sienta a tomar hasta caer en coma. Espero que esta vez sí los lea y vea lo que tanto alcohol le está haciendo a su cuerpo y como también afecta a sus seres queridos. Y espero que cambie. Lo deseo con todo mi corazón.

Hoy es el último día de clases también, y no veré a mis compañeros hasta el día de la graduación. Me sorprende sentir nostalgia cuando siempre he pensado que quería terminar rápido la escuela para poder trabajar a tiempo completo y estudiar estilismo. En fin, hoy no hemos hecho nada en cada salón, solo hablar con los profesores sobre la vida y el futuro, y también entregar trabajos. Y ahora entregaremos el último.

Al profesor Gruñón.

Así ha estado desde el martes, pero eso no es nada nuevo. La novedad es que ha estado insoportablemente gruñón e irritable. No creo que podamos soportar más su imparable actitud arrogante. A mí ni me mira, mucho menos me habla. Al parecer, mi nota de disculpa acabó en el cesto de la basura junto con las posibilidades de arreglar nuestra...¿situación? Sinceramente, estoy harta. Si pudiera, lo enfrentaría de nuevo y le diría sus cuatro verdades, así me expulse y me repruebe.

Mientras esperamos por el rey del universo, hablo con Jonathan, o más bien, bloqueo sus intentos de seducción. —Eres una chica dura, Evenin, pero así me gustas. Eso te hace interesante y me encantan los retos. ¿Por qué no me fijé en ti a principios de semestre? —se cuestiona lamentándose, y de seguro que mi respuesta hubiese sido la misma—. Dime que sí ahora y paso por ti esta noche. —Él tiene una bonita y varonil voz, además de un aliento fresco e invitador, pero no me afecta como debería.

Suspiro recostada de la pared y con la carpeta del trabajo especial sobre mi pecho. Él es muy guapo, eso hay que decirlo. Con su altura, cuerpo de atleta y sonrisa angelical, imagino que ya ha dejado atrás varios corazones rotos. Frida presume de que estuvo con él y lo fantástico que fue, pero yo no soy chica para un revolcón rápido, sin sentimientos y nada más. Yo quiero el lote completo: aventura, afinidad, atracción...amor. Sí, con todas las benditas "aes".

—Lo siento, Jonathan. Tengo trabajo —le digo.

—¿Y mañana sábado?

—También trabajo.

—¡Diablos, chica! —él sonríe y luce muy lindo—. ¿Y cuándo tienes tiempo para divertirte?

Esa es una buena pregunta. Y fácil la respuesta: —Nunca —respondo mirando al suelo.

Él toma mi barbilla con sus largos dedos, y luego miro sus ojos marrones cuando pregunta: —La situación en casa te lo impide, ¿verdad?

Abro mucho mis ojos. ¿Cómo lo supo? Entonces me fijo bien en su mirada. Allí veo que él comprende.

—Sí —le admito.

Silba por lo bajo y dice: —Ya somos dos entonces, nena —me sonríe, pero sus ojos no lo hacen. Luego se endereza y decidido propone: —Hermosa Evenin, vámonos ahora mismo, sube a la moto conmigo y dejemos este mundo de mierda atrás.

Con ese diálogo ensayado él debería ser actor de cine y sería muy famoso. Después de estos días tan difíciles, río al fin.

—Parece que hoy todos estamos de buen humor —señala una voz de barítono y ahora me estremezco.

Profesor Grullón (Editando)Where stories live. Discover now