Capítulo 8: Cabezas de los mundos

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Los diferentes líderes seguían esperando en aquel amplio salón circular. Algunos con los servidores o consejeros que habían traído consigo y otros por su cuenta.

Uno de los que estaba por su cuenta era el anciano de largo pelo plateado y desordenado con la extraña túnica con diseño de escamas ambarinas, quien se encontraba sentado en una esquina con los ojos cerrados y concentrándose en su respiración. De cuando en cuando exhalaba un vaho cálido que había empezado a chamuscar el suelo a su alrededor. Desde que el Místico Supremo se había retirado no le había dirigido la palabra a nadie más y nadie se había acercado a hablarle tampoco.

El Rey Oberon por su parte estaba con una faerie de túnica azul que portaba un orbe de lo que parecía cristal a todos lados y en el que insertaba imágenes que iba generando con su magia, parecía llevar alguna especie de registro.

Zeus y Odín estaban en lados opuestos de cuando en cuando mirándose con seriedad antes de dirigirse a los que los acompañaban: el dios Horus y el Supremo Djinn respectivamente. Mientras que el dios egipcio tenía un par de sirvientes cabeza de halcón con túnicas blancas que le sostenían una bandeja con comida y una jarra con vino, el supremo djinn sencillamente conjuraba las cosas que pudiera necesitar.

—¿Cuándo creen que el Místico Supremo vuelva a agraciarnos con su presencia?—preguntó Oberon de pronto a uno de los asistentes humanos en la sala.

—Se ha retirado de momento a su sanctorum a meditar—respondió el aludido—. No estoy en condiciones de saber cuándo volverá. Pero pueden esperar con paciencia y...

—¿Y por qué no podemos saber de momento dónde están nuestros campeones?—preguntó Odín mientras avanzaba unos pasos.

—No se preocupen, dentro de poco se terminará el encanto que lo mostrará a todos—dijo el asistente mostrando cierto nerviosismo—. Apenas el Místico Supremo lo apruebe.

—¿Y qué lo demora?—preguntó Zeus—. No es que desconfíe de mis hijos, pero me gustaría saber a cuántos van derrotando.

—Según parece debe encontrar una manera fiable de detectar a la Alta Reina Okszaratar—dijo el asistente, ahora más nervioso al ver que todos empezaban mirarlo.

—Yo puedo ayudar con eso—dijo el Rey Oberon mientras caminaba al centro—. Sólo dime qué es lo que necesita saber y yo lo ayudaré.

—¿Tiene una manera de localizar a la Alta Reina Okszaratar?—se sorprendió el asistente.

—No exactamente, pero puedo saberlo con ayuda de mis faerie, siempre y cuando sepa dónde están—dijo el Rey Oberon con calma.

—O podrían hablarme a mí—dijo una voz apagada en un extremo de la sala.

De inmediato Odín miró hacia el lugar con su único ojo brillando con un destello blanco. Horus elevó un ankh que tenía hacia la esquina y un rayo azulado reveló una figura traslúcida que avanzó a paso calmado hacia el Rey Oberon. El anciano de la túnica ambarina por primera vez desde que se había sentado abrió los ojos, los cuales destellaron como oro mientras se ponía en pie.

—¿Banazar?—preguntó el Rey Oberon, muy sorprendido—. ¿Cómo?

—Pueden dejar de intentar detectarme ya me he vuelto visible a sus sentidos—dijo el recién aparecido, su voz seguía sonando curiosamente distante, como un eco muy fuerte que resuena—. Y sí, mi Rey, yo estaba en la tercera de las Guerras de las Cortes, ¿recuerda que me quedé atrás cubriendo la retirada a las tropas con los míos mientras la Reina Oscura se acercaba?

—Sí, así que... ella te alcanzó—dijo Oberon.

—Lo hizo—dijo Banazar con calma—. Pero eso es un asunto del pasado. El punto es que, si lo desea, puedo mandar un mensaje a la Alta Reina Okszaratar.

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