2. BESOS EN EL AIRE

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Después de dos días sin mirarse ni dirigirse la palabra, tanto Marinette como Adrien seguían mostrándose apáticos el uno con el otro, sin ganas ni empeño por hacer desaparecer el mal ambiente que se había instalado entre ellos tras enterarse de la representación que deberían llevar a cabo conjuntamente.

En cuanto el profesor de literatura se presentó de nuevo en el aula, permitió que los alumnos ensayaran sus respectivas obras, sin embargo, al ver la falta de respuesta por parte de la pareja compuesta por el rubio y la azabache, se vio obligado a ser partícipe en aquel enfrentamiento.

— ¿Vais a estar así todo el rato? — instó en un tono autoritario.

Los aludidos restaban cruzados de brazos, cada uno mirando en dirección opuesta, mientras que el mayor los examinaba plantado delante suyo en una postura cerrada.

— ¿Y bien? ¿Es que no vais a ensayar vuestra escena?

— Ya le dije que ni de coña le hacía de pareja a la Reina de Hielo. — espetó a regañadientes el muchacho.

El hombre resopló, luego posando sus gemas en la chica en cuestión, la cual tensaba la mandíbula con el entrecejo arrugado.

— ¿Marinette? — nombró su mentor en un tono más sosegado, no consiguiendo más que una mirada moribunda de la mencionada—. Está bien, entonces supongo que no me queda otra... Tendré que llamar a vuestros padres.

— ¡¿Qué?! — exclamó ella con voz altiva—. ¿Por qué iba a hacerlo? ¡No somos críos!

— Porque está claro que tenéis un problema, y si no sois capaces de arreglarlo por vuestra cuenta y hacer el trabajo, voy a tener que tomar cartas en el asunto.

— Yo soy mayor de edad, así que no puede hacer nada... — se despreocupó el jovenzuelo, fingiendo un bostezo y cruzando las manos en su nuca.

— Tienes dieciocho años, pero eres alumno del centro, por no mencionar que eres repetidor. — comentó el catedrático con elocuencia, captando el interés del adolescente—. Por lo tanto, si decides seguir con tu pataleta, me veré obligado a comunicarle a tu padre, que mucho me temo que no puedas aprobar la materia.

« Mierda, eso no lo vi venir. »

— ¿Y no podría ser otra obra? — añadió el de mechas doradas aún contrariado—. No sé, estilo... ¿Predator? ¿Viernes 13? ¿La matanza de Texas?

« Se da cuenta de que los títulos que acaba de decir son películas, ¿no? »

— La obra es la que es y no se puede cambiar, así que... — rebuscó en el fajo de papeles que portaba, sacando dos folios y dejándolos sobre la mesa—. ... Ya estáis comenzando a ensayar.

Los jóvenes se miraron entre sí, con recelo y desconfianza, después tomando las hojas a la vez que el profesor se retiraba hacia su escritorio.

Cuando ya se encontraron a solas, ninguno de los dos osaba bajar la guardia, fijando sus gemas en las del opuesto mientras se ladeaban para quedar cara a cara, ojeando el texto.

— Que quede claro, no pienso besarte. — murmuró el rubio con parsimonia.

— Tranquilo, que ni ganas. — se mofó ella con una mueca asqueada.

« No sabes lo que te pierdes. »

— ¿Empezamos o qué? — urgió con impaciencia, centrándose en el escrito—. Quiero acabar de una puñetera vez.

— No eres el único. — masculló con exasperación, colocando la espalda recta—. Bien, ya puedes comenzar... Romeo.

— Gracias, Morticia.  — ironizó con una sonrisa maliciosa.

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