6. UNA TREGUA

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Pasado el fin de semana, Marinette se sentía con energías y coraje suficientes para empezar el lunes con una actitud proactiva y segura de sí misma; el haber plantado cara a aquel impertinente de gemas verduzcas, consiguió que su tormento se convirtiera en una fortaleza, resurgiendo como el ave Fénix de sus cenizas.

De camino a clase, se mantuvo entretenida escuchando música de su móvil, apenas dándose cuenta del tiempo que había transcurrido desde que había salido de casa hasta que llegó al instituto.

Al irrumpir en el centro, recorrió los pasillos mientras tarareaba animada, aligerando el paso al doblar la esquina y ver a su profesor entrando en el aula; apresurándose a seguirlo e inmiscuirse en el salón con rapidez.

Una vez dentro, fue directa a su pupitre, apenas fijando la mirada en su compañero, el cual se mostraba en un semblante contrariado y retador.

En cuanto ella se acomodó en su sitio, sacó los libros de la mochila, ignorando la presencia del sujeto de mechones dorados que restaba a no más de medio metro de distancia.

- A ver, chicos. - enunció el catedrático, captando la atención de sus pupilos-. Tal como sabéis, la semana que viene tendréis que exponer delante de toda la clase, así que aprovecharemos las horas que quedan hasta entonces para que podáis ensayar y prepararos.

« Este payaso se acaba de ganar el puesto de honor en mi lista negra. »

Los presentes comentaron entre ellos la propuesta del mayor, luego alzando la mano para exponer sus dudas.

- Profesor. - peticionó con un brazo extendido en el aire la joven que respondía al nombre de Alix-. ¿Tendremos que venir vestidos de alguna forma en especial?

- No es necesario, con que os sepáis el papel es suficiente. - alentó el hombre, sonriendo con displicencia-. Pero si queréis, podéis traer algún tipo de máscara que vaya acorde con vuestra representación.

Adrien bostezó aborrecido, cruzando los brazos detrás de su cabeza mientras su mentor terminaba de dar las explicaciones pertinentes, luego dando el punto de partida para que las parejas ensayaran sus obras.

Tanto el rubio como su respectiva pareja se negaban a cruzar palabra, viéndose obligados a ceder al atisbar la mirada acusatoria del maestro posándose sobre ellos.

- Empieza, Morticia. - masculló el adolescente, sosteniendo su hoja a regañadientes.

- ¿Que empiece? Pero si te toca a ti. - le indicó ella en un tono escéptico.

- ¿Enserio? No me había dado cuenta. - se mofó mirándola por encima la plana.

- Deja ya de actuar como un estúpido y céntrate en el guion.

- En cuanto dejes de llamarme estúpido, lo haré... - murmuró en un tono aprensivo.

- Oh, pobrecito, ¿es que acaso te ofendí?

- No tanto como quisieras.

Un sonoro carraspeo proveniente de enfrente suyo hizo que los jóvenes se callaran, viendo como su profesor les dedicaba una mirada desconfiada al pasar por su lado.

- Bien, Romeo... - ella se cruzó de piernas, afrontando a su contrario con una falsa sonrisa-. ... Enamórame.

- Eso intento, pero con Julieta atacándome las pelotas... Es complicado.

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