8. EL RASTRO DE UN BESO

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« ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho? Marinette... ¡¿Qué diantres has hecho?! »

Casi perdiendo la razón, la mente de la azabache le recordaba una y otra vez el error de haber sucumbido a aquel beso robado.

¿Por qué no lo había apartado en cuanto tuvo la oportunidad? ¿Qué iba a hacer cuando volviera a verlo?

Por más que intentaba resolver las incógnitas instaladas en su cabeza, solo conseguía que su desasosiego se convirtiera en una constante y que sus dudas la superaran por la falta de respuestas.

« ¿Por qué me pasan a mí estas cosas? ¿Por qué tengo que tener tanta mala suerte? »

Se sentía impotente, sin saber como sobrellevar esa situación que parecía habérsele ido de las manos, pero lo que más la atormentaba por ese entonces, era que no disponía de una factible vía de escape para no tener que encarar a Adrien.

Apenas había pegado ojo en toda la noche y en menos de media hora empezaban las clases. ¿Cómo se suponía que iba a actuar cuando lo viera?

Por cada paso que avanzaba por las calles de la ciudad, más insufrible se hacía el nudo de nervios de su estómago; sintiéndose indecisa y temerosa por el escenario que podía presentarse.

Cuando llegó al instituto, esperó a que todos hubieran entrado en el aula para ella pasar desapercibida entre el pelotón de alumnos, aún y así, sus intentos de no ser vista eran inútiles, sobre todo porque el responsable de su actitud evasiva era su mismo compañero de pupitre.

Al avanzar por el pasillo, su mirada se dirigió inevitablemente a su mesa, notando como le daba un vuelco el corazón al ver al rubio mirándola en un semblante circunspecto.

« Dios, enserio... ¿Qué te hice? »

Enseguida se urgió en desviar su punto de mira, acomodándose en silencio en su silla mientras él la observaba de refilón con una sonrisa naciendo en sus labios.

Pese a que la clase ya estaba concurrida, el profesor aun no se había dignado en aparecer, por lo que los jóvenes aprovecharon ese margen para entretenerse hablando a la vez que preparaban el material y la tarea.

Fue en ese momento, en que el muchacho de gemas verduzcas osó arrimar su asiento al de la euroasiática; provocando que ésta virara el rostro exaltada por la exigua distancia que los separaba.

- ¿Qu-qué haces?- masculló con las mejillas sonrojadas, distrayéndose al acomodar los libros sobre la mesa; apartando la mirada.

- Solo quería darte los buenos días, bichito.- comentó en un tono jocoso.

- Pu-pues ya lo has hecho, ahora déjame en paz, ¿quieres?

Él se regodeó de como la fémina trataba evitarlo, acercando una mano a una de sus coletas para juguetear con su cabello.

- ¿Ya no vas a llevar el pelo suelto?

- ¿Y por qué iba a hacerlo?- apartó su mano, mirándolo recelosa por el rabillo del ojo.

- Porque...- recortó de nuevo el espacio que los separaba, apartando uno de sus mechones para susurrar sobre su oído-. ... Te queda muy... Sexy.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de la muchacha, encogiendo el cuello al notar la respiración del blondo acariciar su piel.

- Y-ya basta de jueguecitos.- se quejó ella, reculando con su pulso descarrilado-. No tiene gracia.

- Está bien, perdona.- se excusó con falso pesar, recargándose en el respaldo de la silla en una postura repantigada-. Por cierto, al final no me has dicho a qué hora te va bien quedar hoy.

||+18|| ▪TURN ME ON ▪                  ➤ ADRINETTEWhere stories live. Discover now