Capítulo 24. ¿Solos tú y yo?

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Por la tarde, mi madre y Melina por fin aparecieron en casa. Mientras los cuatro comíamos, mamá me explicó que la tía Helen se estaba recuperando de su depresión y tratando de no recaer. La conversación se fue extendiendo hasta que me preguntó cómo me había ido en la salida de ayer. Me limité en decirle que todo fue bien.

Frank, que sabía toda la verdad, no me interrumpió diciendo tonterías ni contradiciéndome. De hecho, él también fue interrogado por Melina. Le dijo que no pensaba volver a salir con Daniela. Y por alguna inexplicable razón me alegró su comentario.

Antes de terminar nuestra merienda, le dije a mi madre que saldría dentro de unas horas con Frank. No protestó ni se quejó; al contrario, dijo que era buena idea de que fuéramos a la playa. Su forma de actuar me pareció un poco extraña. Era como si se guardara algún secreto. Melina, a su vez, no comentó nada al respecto. Pero sí noté como le mandaba miradas de advertencia a Frank.

Tras darme una ducha y depilarme las zonas elementales, busqué un bikini adecuado.

Rara vez íbamos a la playa, así que no tenía muchas opciones, solo tenía dos, y uno me quedaba pequeño, así que tuve que ponerme el que quedaba, uno de color azul cielo muy sencillo. La parte de arriba se sujetaba detrás del cuello y la braga, para mi sorpresa, resultaba cómoda y no dejaba a la vista todo el trasero.

Mientras me vestía, no estaba segura de si ponerme el bikini o no. No es que tuviera miedo de mostrar mi abdomen, ya que realmente no estaba tan mal.

Dejé de auto-criticarme, y terminé de ponerme un mini-short de mezclilla una blusa holgada del mismo color del bikini. Me maquillé solo un poco y me apliqué una única capa de rímel. Después me hice una sencilla trenza. En el bolso guardé el móvil, las llaves de casa y unas cuantas cosas innecesarias. Fui al baño para coger la toalla de la playa y terminé de arreglarme deslizando mis pies en unas sandalias blancas.

Justo antes de salir de mi habitación, me sonó el teléfono una vez. Era una llamada perdida de Frank. Poniendo los ojos en blanco, guardé el móvil de nuevo. ¿Qué necesidad de llamarme si estábamos en la misma casa?

Al abrir la puerta de mi habitación solté un grito al ver a Frank a unos centímetros de mi cara esperándome.

―¿Tan mal estoy? ―preguntó, arqueando las cejas.

―Me has asustado ―respondí llevándome una mano al pecho.

De forma rápida lo observé disimuladamente de arriba abajo. Su pelo castaño alborotado le daba un aspecto rebelde y sexy. Una camiseta blanca con una leyenda desconocida en el centro. Un pantalón negro que le llegaba por debajo de las rodillas y unos zapatos negros.

«Esos brazos..., ¡santo Dios!, y esas piernas tupidas de vello que le dan un aspecto tan salvaje... ¡Grrr!»

Volví a subir mi vista hacia sus ojos. Estaba mirándome.

―¿Quieres que me dé la vuelta para que me puedas ver mejor? ―se burló, sonriendo.

«Maldita sea, Alexa, ¡qué poco disimulada que eres!»

Ignorando el calor que se esparcía por mis mejillas, salí de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí.

―¿Nos vamos? ―pregunté, nerviosa.

Me observó una vez más entrecerrando los ojos.

―Bien, vámonos.

Se sacó las llaves del bolsillo y comenzamos a bajar las escaleras.

En la sala estaba Melina organizando unos papeles mientras que mi madre hablaba por teléfono.

―Es tu padre ―me dijo Melina cuando le pregunté con quién hablaba mamá.

La semana había pasado muy rápidamente. Mañana ya era lunes y mi padre estaría de vuelta. Tenía muchas ganas de volverlo a ver pero, también sabía que, estando él aquí, veía limitadas mis salidas. Menos mal que no estaba el día en que Frank estuvo a punto de golpear a Fernando fuera de casa.

Me despedí de las dos con señas y salimos de casa.

La playa se encontraba algo lejos, pero con Frank conduciendo a toda velocidad, llegamos en menos de media hora.

Mirando a través de la ventana, divisé la gran playa. Había gente paseando por la arena y otros bañándose en el mar. Se veían familias, parejas, amigos y alguna que otra persona solitaria. Pero, de repente, dejé de ver la playa porque el SUV siguió a toda velocidad, sin detenerse.

―¿A dónde vas? La playa está ahí ―dije señalando hacia atrás.

―Lo sé ―contestó sin dejar de mirar hacia delante.

―Frank, ¿adónde me llevas? ―pregunté un poco nerviosa.

Giró la cabeza hacia mí, estudiándome durante unos segundos y después se echó reír.

―Confía en mí. Te gustará ―dijo en tono despreocupado.

Estaba a punto de volver a insistir cuando el vehículo se adentró por un camino sin asfaltar.

Al detenerse bajé del coche sin protestar. Caminé unos metros abrazándome a mí misma. Mi mandíbula casi se cae al suelo al ver el paisaje. Estábamos en una playa... vacía. Totalmente desierta. Pero no fue eso lo que me impresionó, sino el hermoso atardecer que estaba formándose. El sonido de las gaviotas completaba el panorama. Una fresca y limpia brisa recorría mi cuerpo.

Giré sobre mis talones y vi a Frank apoyado en la parte delantera del vehículo, cruzado de brazos, observándome muy serio.

―Te dije que solo estaríamos tú y yo.

El Huésped ✅ [ Disponible en físico ]Where stories live. Discover now