16. Tomando la iniciativa (primera parte)

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Historia publicada en papel por Penguin Random House.
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El café de la mañana del jueves sabía un poco más dulce que de costumbre. Esto de fingir ser amigo de Anton y Solae no se sentía tan mal después de todo. Aunque el tener nuevos amigos no era lo único que me llamaba la atención esta madrugada.

Paula, mi madre y yo desayunábamos todos juntos en el comedor como una familia normal; acontecimiento que ocurría más o menos cada tres alineaciones planetarias. Aunque cada uno estuviera atento a su celular, o en mi caso, a mi libro, se podría decir que aquello era lo más parecido a estar compartiendo en familia.

—Deja en paz ese pobre café —me dijo Paula de pronto—. Si ni siquiera le echas azúcar, no sé para qué lo revuelves tanto. —Sin darme cuenta, llevaba un buen rato abstraído jugando con la cuchara.

—¿Pasó algo, mis amores? —nos preguntó nuestra madre, sin despegar la vista de su pantalla, mientras escribía a una velocidad inhumana (probablemente a su grupo pachamámico) y luego le daba un sorbo a su té chai.

—Alex está enamorado de una compañera de clases que ya tiene novio. —dijo Paula con total tranquilidad, y yo casi doy vuelta el café sobre mi libro. Asesiné a mi hermana tres veces con la mirada.

Nuestra madre le dio un mordisco a un panecillo, lo acompañó con otro sorbo a su té y a continuación tomó su móvil con ambas manos para escribir con mayor facilidad otro largo mensaje.

—Qué bueno, mi amor. —me dijo después de tragar. Estaba claro que no había escuchado nada de lo que había dicho Paula, y mi hermana parecía contar con ello.

Paula se acercó a mi oído y acompañó el gesto usando su mano como para contarme un secreto.

—Le acabo de pedir permiso para ir a una pijamada este sábado. Y aunque le dije que sería con hombres y con alcohol, me acaba de decir que sí. ¡Es tu oportunidad para pedirle algo!

Ella se burlaba de la evidente falta de atención de nuestra progenitora, pero a mí no me causaba tanta gracia. Sobre todo porque sabía que mi hermana hablaba en serio sobre su panorama.

De pronto se escuchó el timbre.

—¿Sonó acá? —preguntó Paula, extrañada—. ¡Yo voy! —dijo zampándose lo que le quedaba de cereales y sorbeteando la leche directo del pocillo, mientras estaba medio camino de levantarse para atender.

El timbre volvió a sonar. Hacía más de una semana que nadie llamaba desde tan temprano.

«¿Podía ser que...?»

—¡Aleeeex! —se escuchó su inconfundible grito desde afuera. Esa sin duda era la voz de Solae. Mi corazón dio un salto.

Paula se asomó desde la puerta y le hizo un saludo con la mano. Luego se dirigió a mí.

—¡Alex, es Solae! Pero no te ilusiones que viene con su novio.

—¡Ya deja de decir eso! —reclamé, girando la cabeza para comprobar si nuestra madre se daba por aludida, pero ni el timbre había sido suficientemente digno de su atención.

Me asomé a saludarlos y pedirles que me esperaran mientras iba por mis cosas. Me sentía inusualmente nervioso. Es que a pesar de que todo era fingido y bastante cínico de ambas partes, no podía no emocionarme ante el hecho de tener nuevos amigos, ganados a punta de mi propio esfuerzo.

—¡Chao má! —me despedí sin esperar que respondiera. Lo que no esperaba era que se levantara a abrazarme.

—Adiós mi amor —dijo dándome un beso rápido en la mejilla—. Como ya saben, hoy me voy de viaje y este fin de semana no estaré en la casa. Así que por favor pórtense bien y Alex, no armes ningún disturbio en mi ausencia.

«¿Como ya sabemos?» Entorné los ojos. Primero que nada, recién me enteraba de sus nuevos (y poco originales) planes de abandono por el fin de semana. Y lo segundo, pero incluso más increíble, era que a mis dieciséis años aún no me conociera lo suficiente como para sugerir que yo aprovecharía de organizar una fiesta, cuando para mí era la instancia perfecta para encerrarme en mi habitación a leer, descansar y ver películas, sin que nadie me molestara durante dos días completos. Yo sabía que Paula sí era capaz, pero a ella la tenía por un inocente angelito. Además, mi hermana ya tenía planeada su orgía en pijamas en otro lugar.

El timbre volvió a sonar, recordándome que me esperaban. «¿Desde cuándo era Solae la que me apuraba a mí para ir al colegio?» Me volví a despedir prometiendo "portarme bien" y salí apurado a su encuentro.


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