Capítulo Final [Editado]

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—¡Levántate y sal de una vez de esta maldita habitación! —me grita mamá, jalando la cobija para destaparme.

—¡¿Qué crees que haces?! Déjame dormir...

—¡Ya han pasado meses, Eleanor! —continúa— ¡Tienes que superarlo, ¿o piensas quedarte encerrada y ser una mantenida toda la vida?!

Entierro mi rostro en la almohada, tapando con la misma mis oídos.

Meses. Sí, han pasado meses ya.

Meses desde que tuve el aborto; meses desde la última vez vi y hablé con Andrew; y meses desde que di una declaración falsa que dejó en libertad a Ashley, la persona que me arruinó.

De eso me arrepentí tan pronto los policías cerraron la puerta tras de sí después de que las palabras saliesen de mi boca. Volviendo atrás, no sé cómo pude hacerlo. Bueno, eso y muchas cosas más. Simplemente me dejé envolver por las palabras de mi madre.

«Ya le hiciste demasiado daño a los Roberts; no puedes arruinarles la vida de esta forma».

Pensé que tenía la razón, pero en cuanto deje libre de toda responsabilidad a Ashley sentí una culpa y un vacío tan inmenso, que comprendí que al final de cuentas realmente al que más le fallé fue a mi bebé.

Él merecía justicia, y yo se la arrebaté. No me lo perdono...

También han pasado meses desde la última vez que salí de mi habitación.

—¡¿Me estás escuchando, niña?!

—¡Sí! —exploto, mirándola— ¡Seré una mantenida durante el resto de mi vida, no me importa!

—¡Pues a mí sí me importa! ¡No voy a mantener a una vaga! ¡Irás con tus abuelos a Dublín!

—¡No continúes con eso, ya les dije que no iré a ningún lado! ¡Vete, déjame en paz!

Le arrebato la cobija y vuelvo a cubrirme con ella, hasta la cabeza. Escucho a mi madre maldecir antes de salir.

La última vez que salí de casa, más específicamente, de mi recámara, fue hacia la sala de emergencias de un hospital. Intenté suicidarme tomándome todas las píldoras que pude encontrar. Días después de eso, un psiquiatra que me diagnosticó depresión.

Lo he perdido todo, hasta las ganas de vivir.

Me levanto de la cama y voy al baño a hacer mis necesidades. Han pasado semanas desde que me di una ducha, ni siquiera puedo recordar cuándo fue. Ahora soy como una indigente, solo que no vivo en la calle.

Observo mi reflejo y, como siempre, tengo que aguantar las ganas de arañarme la cara para hacerme daño. Encuentro en la encimera del lavamanos la píldora antidepresiva que me deja mi madre todos los días y la boto por el desagüe. Nunca las tomo, pero sé que mamá siempre verifica luego si lo hice.

Las rosas que me regaló Andrew cuando fue a verme al hospital ya están secas, pero aún las conservo. Ahora son como un Dios para mí; quité todo lo que tenía en mi cómoda para ponerlas ahí en un florero como si fuese su altar. Casi me dió un ataque una vez que una de las empleadas inocentemente por poco las echa a la basura. Desde entonces, no permito que entren a limpiar.

Y mis padres, cada vez me soportan menos... y me lo hacen saber, solo que no con las palabras exactas. Quieren deshacerse de mí enviándome a una ciudad ubicada en la otra mitad del mundo.

Pero yo me resisto. No lo haré.

Desde luego, no porque quiera estar con ellos. Mi mayor deseo es no tener que volver a verlos jamás; tal vez algún día irme a donde nadie me conozca y comenzar una vida nueva. Si voy con mis abuelos a Europa eso sería imposible.

La Mala del Cuento [Editada]Where stories live. Discover now