Cuarto capítulo

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La mano de Amaia sujetaba con fuerza la guitarra. Sus ojos permanecían cerrados, pero su ceño estaba fruncido. En el agarre de su mano podía verse la tensión que sus dedos mostraban, estaban doblados, casi blancos debido a la fuerza ejercida.

Alfred, quien permanecía inmóvil, sin saber muy bien cómo reaccionar, se levantó muy despacio manteniendo la guitarra en la misma posición.

-¿Amaia? ¿Puedes oírme?

Un breve pitido. Más de lo usual.

-¿Quieres tocar tú?

Y otro más.

-Voy a retirarte la mano con cuidado, y colocar la guitarra sobre tu pecho. Por favor, no te vayas ahora titi.

La última frase la pronunció entrecortadamente, y es que las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos brillantes.

-Bien. Lo estás haciendo muy bien.

Para sorpresa de Alfred, Amaia movió uno de sus dedos, muy despacio. Tocó una de las cuerdas, produciendo un sonido apenas inaudible.

-¿Es para la canción?

Un nuevo pitido afirmaba las sospechas de Alfred. Amaia quería crear ella misma la melodía que le faltaba y había puesto todo su esfuerzo en conseguirlo.

Alfred soltó un grito revuelto con lágrimas. Estaba emocionado. Sus ojos no daban crédito a lo que estaban presenciando. Amaia estaba tocando la guitarra. Con mucho cuidado, sin apenas mover sus frágiles dedos, pero lo estaba haciendo.

Se adentró en la canción, en los acordes que ella tocaba.

Sabía lo que estaba buscando. Como siempre ella había encontrado la pieza que faltaba. Ahora estaba completo el puzle.

-Llevas razón Amaix. Así queda mucho mejor.

Las facciones de su rostro intentaban moverse, sus labios, en un ligero y breve movimiento hacían un amago de sonrisa.

-Tranquila. La he podido notar. Había echado de menos tu sonrisa, sigue siendo la más bonita.

La mano de Alfred agarraba fuertemente la de Amaia, quien ya no tenía la guitarra entre ellas.

-¿Puedes apretármela?

No había respuesta.

-¿Sientes algo Amaix?

El joven empezó a acariciar el dorso de la mano, intentando provocar en la chica alguna sensación. Y quizás, alguna respuesta.

-¿Notas mis caricias?

Amaia no respondía, lo que Alfred entendió como una negativa. Quizás le estaba exigiendo mucho en un solo día. Ya era increíble que hubiese podido mover su mano, e incluso sonreír.

Había sido un gran esfuerzo, pero para Amaia, una chica luchadora, no era suficiente.

La piel de Alfred se erizó al sentir las suaves caricias que ella proporcionaba sobre su mano. Era apenas un cosquilleo. No duro tan solo unos segundos, sino que Amaia estuvo acariciándole durante varios minutos.

-Me haces cosquillas Amaieta. Tendré que vengarme luego ¿no?

Alfred sonrió al recordar sus episodios de cosquillas en los que Amaia siempre huía de él asustada. No le gustaban las cosquillas, y por eso, él siempre se las hacía. Le encantaba cuando se volvía un bebé gritando y pataleando, como si Alfred fuera un monstruo y las cosquillas el veneno.

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