Duodécimo capítulo

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-¿Podéis dejadme con ella, por favor?

La cara de Ángel era de súplica, y terror al mismo tiempo. Miedo por lo que iba a decir, miedo de la reacción que podría llegar a tener su hija, miedo por asumirlo, decir en alto lo que aún no había conseguido.

-¿Estás seguro, papá?

Ángel afirmó su pregunta anterior, no sin antes asegurar a sus hijos que estaría bien. Lo estarían, los dos.

-Solo una cosa Ángela, estad cerca, por favor.

-No nos moveremos de la puerta.

Ángel estaba asustado. El médico les había dado vía libre para contarlo si ella lo preguntaba. Tan solo les asustaba que algo malo pudiese ocurrirle a Amaia al enterarse de la noticia.

Alfred dejó un beso en el cabello de Amaia, apretó su mano, y ante su mirada interrogante y asustada salió de aquella habitación, junto a los hermanos de ella, y Aitana.

-¿Qué pasa papá? Me estoy empezando a asustar.

Amaia se movía nerviosa en la cama del hospital. De un impulso se levantó, agarró las manos de su padre y tiró de él hacia ella.

-¡Papá! ¡Dime por favor!

En casos como este, en los que el dolor te consume, la rabia, la impotencia por no haber podido evitar nada, te sientes culpable. Y en cierto modo Ángel se sentía así. No lo era, él mismo lo sabía, pero era inevitable pensar cuando no te quedaba otra opción que barajar.

-Hija... Lo siento, lo siento tanto...

Se derrumbó. Hay personas más fuertes que otras en el mundo. Algunas soportan mejor el dolor, aprenden a convivir con él más rápido. Otras, no. Se ahogan en un vaso de agua, no saben nadar en él, y no consiguen salir a flote. Cada persona es un mundo, y el de Ángel, aunque siempre había creído ser del primer tipo, en estos momentos era más del segundo.

-Siento no haberos dejado mi coche, no haberos acercado yo, más sabiendo el estado de tu madre de salud, yo no quería Amaia...Tenía un mal día, no pensé y...

-¿Qué estás diciendo papá?

Amaia cada vez entendía menos las palabras de su padre. Estaba confundida y perdida en un mar de dudas. Nada tenía sentido para ella, apenas y recordaba sobre aquel momento.

-¿A qué te refieres? No recuerdo...


-¿Recuerdas el último día antes de caer en coma, cariño?


-Lo tengo borroso. Recuerdo montarme en el coche con mamá, poner música, ella no quería, ya sabes llevaba un mal día con la cabeza... Y... Luego una luz...


Amaia abrió los ojos. Su mente se fue a ese momento. Sintió el impacto, notó el frío en sus huesos. Miró a su padre, esperando que le dijese que no había sido real.


-Pequeña...


Ángel la abrazó, intentando llevarse el frío que la había arropado en ese momento, pero no lo consiguió. No cuando Amaia estaba recordando todo de nuevo, y encajando por fin, las piezas del puzzle en su cabeza.


-Dime que no. ¡Papá, dime que no!


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