Décimo tercer capítulo

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El tiempo ha pasado y ella no está. Al menos, no conmigo. Cuando Aitana me visita y me pregunta si la echo de menos, nunca le respondo. No la echo de menos, es que la necesito, en mi día a día. Siempre había sido mi mayor apoyo, y sin ella, no era nada.

Terminé el proyecto más importante de mi vida, mi gran sueño. 1016 era una realidad. Las letras de mi libreta marrón ya no eran solo mías, sino de todas y cada una de las personas que me habían ayudado a conseguirlo. Entre ellas, estaba Amaia. Quien se llevaba el mayor número de canciones dedicadas en el disco. Y muchas más, que no estaban en él.

Mis vivencias estaban ahí. Plasmadas, hechas música. Como siempre había querido.

Mi gran duda era si ella estaba contenta. Si se sentía orgullosa de mí, como yo lo estaba con ella. Amaia siempre había sido una chica fuerte, pero desde que la vi afrontar aquella recaída con una gran sonrisa, supe que lo era aún más. Yo no habría podido, y por eso la admiro. Es quien me gustaría ser. Mi persona.

Hace tres meses pude hablar con ella, aunque solo fueron 15 minutos. La conexión con América no era muy buena. O quizás era mi teléfono, o el suyo.

Lloré en aquella llamada, reí como no había hecho en tres meses. Estaba bien, viva y cada vez a un paso más cerca de regresar.

El día en que su alma se fue en aquel hospital, ninguno pensamos que Amaia fuera a sobrevivir. Ella nos sorprendió, una vez más. Su médico se lo recomendó, un tratamiento. Solo era posible en Estados Unidos, pero con un alto porcentaje de eficacia. Nadie lo pensó. Y Amaia se fue.

Seis meses después, nos llegó la esperada llamada. En una semana regresaba. Faltaban dos días, y yo estaba aterrado, a la vez que emocionado.

-¿Todo listo, Alfred?

-Aún no Aitana... El hombre del piano no me contesta y temo que no me va a llegar.

-¿Quieres que vaya a la tienda? Sabes que impongo. Mucho.

No pude evitar reírme, con ella y sus ocurrencias. Ambos habíamos sido un apoyo para el otro todo este tiempo. La unión que teníamos los tres era inseparable, y a todos nos había costado separarnos. Aitana y yo nos habíamos fortalecido, y soportado la marcha de Amaia en el hombro del otro. En este tiempo, me había dado cuenta la suerte que tenia al contar con una persona como Aitana. Mi hermana pequeña.

-No te preocupes pequeña. Yo llamo.

La llegada de Amaia iba a ser por todo lo alto. Su familia nos había abierto las puertas de su casa para que lo organizásemos todo. No iba a ser una pequeña fiesta, iba a ser su fiesta. Y en ella, no podía faltar un piano.

Hace unos años, el viejo piano de Javiera, aquel en el que Amaia y yo nos enamoramos de pequeños, se quemó. Siempre había estado en una pequeña cabaña en el jardín, la sala personal de música de Amaia. Aquel día de verano, hace cinco años, salió a arder. Nadie descubrió nunca que pasó realmente, pero todo indicaba a que fue provocado.

Recuerdo la mirada triste de Amaia, pero aún recuerdo más la de su madre. Me prometí hacerle regresar a Javiera aquella pieza que le habían robado. No pude hacerlo. Y no vi mejor ocasión que esta para ello.

Amaia era el reflejo de su madre, de su emoción. Devolver la música a aquella casa sería como acercar un poco más a Javiera a ella, y volver a unir a mi segunda familia.

Todo se me había torcido y el comerciante se retrasaba. El piano no llegaba, y mis nervios iban floreciendo.

-Tranquilo Alfred. Va a llegar a tiempo.

A mi ladoDove le storie prendono vita. Scoprilo ora