6.

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El amanecer no ha tardado en llegar; mis abuelos no habían llegado muy tarde ayer y luego de ayudar a mi abuela a preparar la cena, comimos charlando sobre los asuntos que habían solucionado en la ciudad, yo apenas comenté sobre mi día, jodidamente avergonzada y arrepentida por mis acciones. El día no parecía soleado, tampoco nublado del todo, era casi que un punto medio perfecto.

Me revuelvo entre las sabanas para mirar el reloj de mi mesita de noche, cuando reconozco que las manecillas apuntan que son las ocho y media, me retuerzo un poco porque me cuesta demasiado volverme a dormir por las mañanas, pero no puedo evitar echar un ojo a la fotografía de mis mejores amigos, todavía escucho la voz enojada de Mary llamando mi atención: "si bien soy una jodida loca, no creo que un adulto sea la elección indicada para tener relaciones de cualquier tipo si tienes dieciséis" y luego veo la mirada de desaprobación de Noah como si él supiera algo del tema, retándome por mandar al demonio mis propias fantasías en las que él hace de caballero de armadura brillante.

Salgo de la cama y tomo la precaución de vestirme antes de salir de mi dormitorio hacia la cocina, buscando prevenir cualquier incomodo incidente. Siento mucho alivio cuando noto que solo mi abuela está ahí, dejando su taza vacía en el lavaplatos; la saludo con un beso en la mejilla y un suave "buen día" antes de caminar al otro extremo, hacia el refrigerador, y tomar el yogurt.

La mañana pasa tranquila con mis abuelos haciendo algo de jardinería en el patio trasero de la casa mientras yo leo, pero ningún tipo de tranquilidad puede durarme demasiado.

—¿Podrías hacernos un enorme favor, cariño? —escucho a mi abuelo hablarme desde el pasillo. Rebuzno silenciosamente, pues no eran muchos los capítulos que me quedaban para terminar mi libro, pero de todas formas me levanto y me acerco hacia él.

—¿Si? —digo simplemente.

—Ayer tuvimos un altercado con la camioneta y la carga —dice con una avergonzada sonrisa, yo asiento y espero que continúe —. Lo que pasa es que ni tu abuela ni yo podemos hacernos cargo; solo es un pequeño derrame de tierra vegetal en la parte trasera. Quería pedirte, ahora que lo he recordado, que le des una pasada con una escobilla y quizá puedas lavarla un poco —concluye con una sonrisa en forma de disculpa-ruego.

Un millón de razones para no salir de la casa se me formulan, todas se aglomeran en mi mente, haciéndome sentir nervios. Incluso hay muchas más razones para no salir justo al patio delantero. A lavar un auto. No quiero hacerlo.

—Está bien, dame los utensilios y yo me encargo —contesto, porque no puedo decirle no a Ron cuando me pone la carita que me ha puesto. Es un arma mágica de los abuelos.

Tras recibir la escoba, un pequeño botecito de detergente y un trapo limpio, salgo de la casa dispuesta a terminar esta tarea lo más rápido posible y encerrarme en mi miseria y continuo arrepentimiento de nuevo. No me toma mucho barrer la parte trasera, pero cabe destacar que sí era bastante la tierra que había allí. Decido sacarme los zapatos y las medias para no mojarme cuando vuelco el primer balde de agua sobre el auto, mojando más la parte trasera que nada, pues es la más sucia.

No detengo mucho en los autos que pasan por la calle mientras vierto el detergente y, barriendo sobre el agua, permito que se forme espuma que no es muy blanca. La camioneta de mis abuelos no está tan limpia que digamos. Tras unos cuantos movimientos no muy bien planeados y un tropezón, caigo de culo sobre el agua sucia y espumosa, disparando una risa bastante estúpida y nerviosa. Quizá era algo que necesitaba, pues he estado pensando demasiado durante las horas que he estado consciente y desocupada.

Entonces escucho un ronco resoplido y miro al frente, dejando de reír tras reconocer de quién viene el sobresalto. De nadie más podía ser. Harry.

—Podrías haberte lastimado terriblemente, Evangeline, debes tener más cuidado —luce muy serio cuando habla.

—Tropecé, no es como que podía hacer algo para evitarlo —contesto con un poco de molestia.

—Bien, creo que sabes que los zapatos están hechos para los pies y que se usan para protegernos de este tipo de cosas —contraataca con el mismo tono molesto que el mío. Vuelco los ojos mientras me levanto y bajo de la camioneta.

—Gracias, Harry —le digo, ya enojada —. Creo que tengo la cantidad suficiente de adultos merodeando en mi vida ­—termino, alejándome en busca de la manguera para enjuagar el auto y poder encerrarme en la ducha por horas tratando de respirar con calma. Maldito hombre guapo de ojos verdes. Maldito metiche. Tomo la manguera sin mirar si Harry se ha movido o no y la enciendo, apuntando a la camioneta.

—¡Joder, Evangeline! —escucho a Harry gritar y reacciono veloz, apagando la manguera. Oh Jesús, lo he empapado. Joder, joder, santa mierda.

—Yo... Ay joder, lo siento, Harry, pensé que te habías ido. ¡Dios! Estás empapado. ¡Voy a traerte una toalla! —hablo demasiado rápido, como si así fuera a arreglar algo, luego empiezo a caminar hacia la puerta, pero no puedo abrirla por el golpe helado que recibo en la espalda. No me toma muchos segundos darme cuenta que es Harry mojándome con la manguera —¡Harry! —grito, pero sé que no va a parar. Volteo y el agua golpea mi pecho y salpica a mi rostro, provocando que estalle en risas y corra desesperadamente detrás del auto de mis abuelos para protegerme. O evitar la mayor cantidad de agua.

Harry se ríe suavemente, pero no quita la cara de molestia mientras me sigue con la manguera que todavía está encendida, entonces corro hasta el interruptor para apagarla y terminar su estúpida guerra con agua. Busco su mirada, exhausta de haber corrido, y, además de verlo mirarme aun molesto, reparo en dos detalles: uno, el auto de mis abuelos ya está limpio por la persecución; dos, tenemos a varios adultos del barrio observando, ya sea desde sus puertas, ventanas o autos.

Sé que aquello no es bueno, pues Harry deja de mirarme para mirarlo a ellos y marcharse sin hacer ni un gesto. Pienso hacer lo mismo, entonces recojo las cosas de limpieza y vuelvo a echar un ojo hacia el vecino de ojos verdes antes de entrar, apenas lo veo en su puerta, mirándome expectante a que nuestras miradas conecten, entonces hace un gesto para hacerme saber que espera que vaya a su casa cuando nadie esté curioseando y cuando esté seca.

Tras una veloz ducha y poner mi a lavar mi ropa, me encuentro sentada en la mesa, esperando por la comida que ha preparado mi abuela, pero no es en la comida en lo que pienso. Repaso mentalmente, una y otra vez, la mirada de Harry y sus señas para indicarme que me espera más tarde en su casa, pero no me siento bien.

Pensarlo incluso me causa malestar, no imagino si voy. Además ¿para qué? ¿Para darme un discurso sobre mi comportamiento como si fuese mi padre? No es algo que deseo realmente. En este momento quiero terminar mi puré de papas y encerrarme hasta haber terminado de leer ochenta y seis libros. Lo último que quiero es pensar en lo que ha pasado esta mañana en nuestra guerra de agua. No quiero pensar en que puedo pasarla bien con él pues no es correcto. No quiero pensar en la gente que nos ha visto jugando, ni pensar en lo que ellos han podido pensar de nosotros. No quiero permitirme pensar que le he dado mi primer beso, no quiero recordar lo bueno que ha sido, incluso si no tengo otro con que compararlo; no quiero, por nada del mundo, estar cerca de él y sentir esa molestosa ira como si él fuera el culpable de mi estupidez. 

Pero, sobre todas las cosas que no quiero, está el no querer sentir el deseo de abalanzarme sobre él y gastarle los labios con un beso que ni siquiera sé cómo dar. 

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Me encantaría saber si les está gustando. 

¡Nos leemos pronto!

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