Duodécima carta

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Mike guió a Will hacia el Ford Mustang de su padre, este se encontraba estacionado lejos del jardín principal, intentando no ser descubierto. A Mike poco le importo que Will siguiera en pijama, o que fueran altas horas de la noche. Lo único que le importaba era realizar aquella locura que pasó por su mente mientras intentaba dormir. Después de unos minutos, aquel Ford Mustang emprendió su camino.

Will se encontraba un poco confundido, pero la sonrisa que Mike tenía en la cara lo relajaba. El frío de la noche se coló por las ventanas del auto, provocándole un escalofrío. Hacia muchísimo frío esa noche. Aún con el verano en su máximo esplendor.

El camino fue silencioso. No radio, no conversación, nada. No era incomodo, ambos sonreían ante la idea de la compañía del otro. Eso valía mucho más que todo lo que pudieran decir en ese momento.

Pasaron unos treinta minutos hasta que el auto de Mike se detuvo en una solitaria carretera. El chico bajo del auto y Will hizo lo mismo. Al lado de la carretera se encontraba un campo abierto que proporcionaba una linda vista al cielo nocturno. Mike camino hacia el lugar con Will detrás. Se giró hacia él y lo miró con una pequeña sonrisa, Will se la devolvió.

—Ven, siéntate —ánimo el azabache mientras se sentaba en el pasto.

Will asintió y se sentó a su lado. Todavía no era capaz de entender porque estaban ahí. Se giró hacia Mike.

—¿Que hacemos aquí? —preguntó tímidamente al ver a Mike ido en sus pensamientos.

—¿No lo vez, Will? Es el cielo.

Will frunció el ceño y levantó la vista. Las estrellas daban un gran espectáculo en el cielo. Cada una adornaba maravillosamente el cielo sin vida de Hawkins. Will pudo jurar que su brillo era tanto que podía reflejarse en sus ojos; era hermoso. Mike levantó su mano, sacando a Will de su fascinación, y con el dedo índice apuntó hacia el cielo.

—Esa de ahí —trazó la forma con su dedo—, es Casiopea.

Will se sorprendió al ver como Mike trazaba con su dedo la unión de las estrellas. El castaño muy pocas veces había oído de constelaciones, sabía algunos nombres, pero nunca fue más que eso.

—¿Como aprendiste eso? —preguntó intrigado Will.

—Pues, cuando tenía unos seis años encontré un libro de astronomía en el sótano —narró el chico con la vista todavía puesta en el cielo—. Quede totalmente fascinado con todo lo que contenía el libro, aprendí sobre muchísimas constelaciones. Recuerdo haber pedido un telescopio para navidad. Lo usaba casi todas las noches. Ahora se encuentra empolvado en el ático, pero nunca olvide mi fascinación por las estrellas.

—¿Por qué nunca nos contaste a los chicos y a mi sobre esto? —preguntó Will mientras observaba aún más intrigado como el azabache seguía observando el cielo.

—No lo sé, tal vez nunca lo considere pertinente —se encogió de hombros.

Ambos quedaron en silencio y siguieron observando el cielo estrellado. Entonces, Mike volvió a levantar su dedo índice.

—Ese de ahí —trazó otra unión de estrellas—, es Orión.

Will sonrió mientras apreciaba a Mike. Ese nuevo aspecto en Mike le encantaba. Una ráfaga de viento azotó contra su cuerpo y tembló de frío. No le dio mucha importancia y volvió a poner su atención en el cielo, intentando encontrar alguna conexión, tal como lo hacía Mike. Mike pareció darle importancia, observó a Will y torció la boca. No quería que Will se resfriara. Tomó la cintura de Will, haciendo que esté de un quejido de sorpresa, y sentó al chico en su regazo de manera horizontal. Abrazándolo para brindarle calor.

Dear, Will ; BylerWhere stories live. Discover now