Decimoquinta carta

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Treinta minutos.

Su cara de seguro estaba pálida y empezaba a sentirse mareado. Mike no llegaba. Cada vez que pensaba en la ausencia de el chico a su lado, el pánico lo sumergía de manera violenta.

Shoney's empezaba a sentirse como su peor tortura. Todos reían y sonreían. Él era el niño triste de la mesa al lado de la ventana. Le habían intentado tomar el pedido muchas veces, pero él insistía que esperaba a alguien, con una sonrisa. Se preguntó por qué Mike tenía que hacerlo ese día, porque tenía que fallarle hoy. Justo cuando sentía que su mundo empezaba a caerse a pedazos de manera lenta.

Se preguntó cuándo saldría de aquel lugar. Él sentía que podría seguir esperando, podría seguir por toda la noche. Solo por ver a su mejor amigo, solo por verlo antes de volver a casa y solo tener que esperar para que todo se derrumbe.

Para su sorpresa no tenía hambre. Solo sentía un gran vacío en su estómago, y uno que empezaba a formarse en su pequeñito corazón. La idea de probar bocado le provocaba una mueca.

Miró el reloj de nuevo, después de incontables veces que lo hizo. Joyce y Hopper iban a llegar en cualquier momento, incluso podrían ya estar ahí, y él seguía ahí perdiendo el tiempo. Un sollozo casi imperceptible salió de él, generando un pequeño espasmo, el ruido fue algo casi silencioso, un pequeño chillido que podría pertenecer a un niño que parecía haber perdido a su mamá. Levantó la cabeza y limpiándose las lágrimas con molestia miró hacia la puerta, rogando, rezando por que él chico apareciera por la puerta. Ya no era solo porque quisiera verlo, necesitaba que Mike le diera razones para no pedirle que se alejara de una vez, que no podía seguir con lo que estaban creando porque no podía seguirse tragando sus errores, razones para dejar que Mike lo abandone, tal vez como debía haber hecho en un principio.

Como si su cuerpo empezara a moverse solo. Casi como si le dijera que si él no quería moverse a voluntad, el se encargaría de sacarlo de ahí.

Se sentía débil para tomar su bicicleta, pero igual tuvo que hacerlo. Llegó a su casa. Su mente seguía en blanco, solo se mantenía apagada. Entró en su casa, y lo recibió el silencio. Para su suerte, su madre todavía no se encontraba. Camino hasta su cuarto y se tiró en su cama, dejando que lágrimas lastimeras se resbalaran por sus mejillas.

La puerta de su habitación se abrió. Se vio obligado a limpiarse las mejillas y disimular su terrible estado. La silueta de Jane se dibujó en su puerta, pero la chica no soltó nada, de hecho tampoco encendió la luz, y la habitación se encontraba casi a oscuras.

—Mike estuvo aquí —soltó la chica al tiempo en que cerraba la puerta y se encaminaba hacia la cama de Will.

Se sentó, su cara siendo iluminada por los pequeños traviesos rayos de luz que se escabullían por la ventana. Su respiración casi se detuvo. Detuvo las excusas para sus lágrimas y miró hacia el techo, sabiendo que Jane tenía algo que decir.

—Quería hablar conmigo. No se porque. Solo balbuceó algunas cosas que no entendí y después se marchó, disculpándose, diciendo que había sido una tontería haber venido. Ni si quiera pude detenerlo.

La voz de Jane se oía suave, como quien trata con una bomba para que no explote.

—¿Tú y Mike tienen algo, Will? —preguntó.

Trago saliva y cerró brevemente los ojos. Cuando los abrió, miró a Jane y entonces, lo entendió. La preocupación de los ojos de Jane se sintió como un puñetazo.

—Y-Yo, sé que no me incumbe —tartamudeó al notar la pesada mirada de Will sobre ella—, pero un día me pareció escucharlos hablar muy entrada la noche en tu habitación —desvío la mirada, como si intentara recordar muchos suceso a la vez—, creí que no era posible, pero cuando me quede al lado de tu puerta, los oí. Entonces seguí escuchándolos durante muchas noches. No porque quisiera, pero no eran nada discretos —sonrió levemente para luego borrar la sonrisa enseguida—, ni siquiera sabía que hacía Mike aquí. Después, empecé a conectar puntos y...solo, no supe como preguntarte.

Dear, Will ; BylerWhere stories live. Discover now