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~Alarick~

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~Alarick~

Mi mente estaba bloqueada, no podía recordar algún hechizo o algo que me ayudará a detener la hemorragia.

Caminaba en círculos por toda la habitación, desesperado por no saber que hacer. Mis manos y mi varita estaban llenas de sangre y en suelo un camino de gotas carmesí que guiaban hasta la cama, lo seguí hasta dar con ella, tendida sobre esta con su ropa vuelta rojo, y con sus ojos apagados.

Mi propio grito me despertó, fue solo un mal sueño. La luz de la luna iluminaba la mitad de mi rostro, todo permanecía en silencio. Me había quedado dormido cuidando de mi hermana en la enfermería.  Era su segunda noche aquí, la señora Pomphrey me explicó que el desmayo se debía a la presión y estrés que estaba pasando por los T.I.M.O.S, eso fue lo que dijo y lo que prefiero que crea.

Me serví  agua, esperando me mantuviera un poco despierto, no era tan tarde, más el estar todo el día aquí sin salir me estaba matando. Angeline solo despertó unas cuantas veces, necesitaba descansar muchisimo, ni siquiera despertó cuando sus amigos vinieron a despedirse.

Mientras bebía de mi vaso, unos pasos a mis espaldas me hicieron apartar la vista al cielo estrellado. Malfoy se sorprendió de verme tanto como yo a él. 

— ¿Sucede algo? 

Malfoy trago saliva antes de hablar, miro unos instantes a mi hermana. Era la primera vez que estaba tan calmada, que dormía sin importar si el mundo estuviese acabando, su cabello rubio caía como una cascada sobre sus hombros, su piel resplandecia con la luz lunar, Malfoy se perdió en su belleza y serenidad, tanto que incluso olvidó que estaba presente, aclaré la garganta para ganarme su atención. 

— Hay algo que cumplir.  — me contestó irritado, mostrando una botella que sostenía en su mano derecha.

— ¿No lo puedes hacer tu? Creó que es obvio que Angeline no puede.

— Hablo de ti. Edevane, no soy estúpido, se que tu hermana no esta en condiciones y ya hay varios profesores que no me quitan el ojo de encima. — relajó sus hombros. — ¿Podrás? ¿O es demasiado ? — el sarcasmo volvió a plantarse en su rostro.

— Da igual.  — me acerque para arrebatarle botella de su mano.  — quédate hasta que regrese.

— ¿Qué? — me miro con las cejas fruncidas. 

— A veces despierta intranquila, no quiero que cuando lo haga este sola.

— Estas loco, Edevane, no soy un maldito enfermero —lo tome del brazo con fuerza, haciendole perder un poco el equilibrio, quedamos centímetros de nuestros rostros.

𝐓Ú 𝐌𝐄 𝐇𝐀𝐂𝐄𝐒 𝐕𝐀𝐋𝐈𝐄𝐍𝐓𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora