El peso sobre sus hombros

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Lincoln estiró su brazo. Lo bajó. Suspiró. Luego lo estiró nuevamente, hasta casi hacer contacto, pero su mano izquierda lo tomó por su muñeca derecha, deteniéndose a sí mismo. Dejó escapar un gruñido de impotencia, no pudiendo creer que su propio cuerpo atentara contra una tarea tan sencilla. Frustrado, se apoyó de espaldas a la pared y se deslizó hacia abajo, haciéndose la idea de que no estaba preparado para esto.

El sonido de campanas digitales le hizo levantar la vista, sólo para descubrir que finalmente había tocado el timbre con la cabeza al deslizarse. Se alejó dos pasos, peinándose y tratando de permanecer casual. Respiró profundamente para relajarse una, dos veces, mientras se repetía que esto no sería tan difícil, que podía hacerlo. Todo el camino desde su casa hasta allí había estado pensando en sus palabras, en la mejor forma de encarar el asunto. No había dado con una solución mágica que lo convenciera de que todo iba a salir bien, pero creía tener algo parecido a una presentación preparada.

Esperó impacientemente durante menos de veinte segundos, aunque se sintió peor que aquella vez en la fila para comprar entradas de SMOOCH. Escuchó el ruido de unos pasos acercándose, y el metal de la llave chocando contra la cerradura. De repente, toda su confianza lo abandonó. ¿En qué había estado pensando? No estaba preparado para decirle todavía. Quizás si se lanzaba hacia los arbustos cercanos podría esconderse y volver más tarde. Dentro suyo, sin embargo, sabía que no podía continuar escondiendo la verdad de la gente a la que él más quería. No estaba listo para decírselo a sus hermanas aún, pero necesitaba comenzar a confiar en otras personas. ¿Y qué mejor manera de empezar que con la persona en la que más confiaba en el mundo?

La puerta finalmente se abrió.

— ¡Lincoln!

—Hola, Clyde —lo saludó Lincoln.

Su mejor amigo lucía igual que siempre. Su cabello negro en un corte afro que sin embargo no tenía margen de error, bien cuidado por sus padres. El mismo pantalón negro y la misma camisa rayada azul y amarilla. Los mismos lentes, y la misma sonrisa de siempre, quizás esta vez un poco más ancha que lo normal. Se conocían desde hacía tantos años que Lincoln prácticamente lo consideraba su hermano no oficial. Era la única persona que tenía sus mismos gustos, con quien podía compartir absolutamente todo. Lincoln necesitaba alguien con quien hablar, y no había mejor opción que su mejor amigo.

— ¿Dónde has estado? —Preguntó Clyde, acercándose con pequeños saltos, feliz de ver de nuevo a su mejor amigo—. ¡Hace dos días que no vas a la escuela, y no respondes mis llamados por el walkie talkie! ¿Te quedaste sin baterías?

—No, en realidad no pude contestarte... ¿No fuiste a mi casa? ¿O llamaste por teléfono? —Preguntó, confundido. Esperaba que su amigo supiera al menos que había estado en el hospital. Su familia se lo habría dicho si hubiera preguntado.

—Llamé a tu casa dos veces, pero Lori respondió el teléfono y me desmayé —admitió, mirando hacia un costado avergonzado.

Lincoln no pudo evitar sonreír. Lo cierto es que no le gustaba para nada que Clyde estuviera tan enamorado de una de sus hermanas; de hecho, nunca le gustaba que algún chico estuviera con ellas. Pero en el caso de Clyde, siendo un amor tan platónico, no se hacía muchos problemas. Y en verdad le divertía ver lo nervioso que su mejor amigo se ponía ante la menor mención o vista de Lori.

— ¿Y por qué no fuiste a mi casa? —Volvió a preguntar.

—No quería arriesgarme a que Lori abriera la puerta. Pero eso no responde mi pregunta, ¿por qué fuiste a la escuela?

Lincoln suspiró.

— ¿Puedo pasar?

— ¡Claro! Siéntete como en tu casa. Pero quítate los zapatos antes de pisar la alfombra. Y trata de no gritar, como siempre haces cuando entras a una casa ajena.

Réquiem por un LoudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora