Período azul - Parte I: Malentendidos

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Las pruebas de Lisa habían dejado sumamente agotado a Lincoln. Por suerte, ninguna había sido terriblemente dolorosa, y la mayoría fueron no invasivas. Lo peor de todo fue la extracción de sangre, aunque no fue tan grave como él creyó que sería. Aún así, ver tanta de su sangre en un recipiente lo había puesto muy nervioso. En cuanto terminó, Lisa se apresuró a echarlo de su habitación para poder ponerse a trabajar. Supuso que no sería de mucha ayuda allí realmente, así que no se quejó y regresó a su propia habitación.

En cuanto se sentó en su cama comenzó a notar que se sentía sumamente cansado. Los brazos le pesaban una enormidad, y sus articulaciones parecían estar necesitando un cambio de aceite. Lisa le había advertido que quizás podría sentirse algo cansado luego de la extracción de sangre, así que quizás era eso. O quizás era el hecho de que había tenido uno de los peores días de su vida.

Lo concreto es que se recostó encima de sus frazadas, apoyó la cabeza sobre la almohada y cerró sus ojos. Respiró un par de veces, y enseguida se durmió, entrando en una agradable siesta sin sueños.

Pese a que sólo fue una siesta, Lincoln la durmió como un oso en invierno. No lo recordaría con claridad al despertarse algunas horas más tarde, pero fue ligeramente consciente de que durante su descanso había sido visitado por algunas de sus hermanas. Le parecía que Leni había ido a verlo, que Lori había echado a Lola de su habitación cuando la más pequeña trató de despertarlo, e incluso en algún momento había abierto sus ojos y se había encontrado a Lynn, arrodillada en el suelo junto a su cama, mirándolo con sus ojos llenos de lágrimas. Estaba tan cansado que lo único que había atinado a hacer fue tomarla de la mano e inmediatamente después volver a caer dormido.

No fue sino algunas horas más tarde cuando finalmente despertó. Los accidentes que habían interrumpido ligeramente su sueño eran ahora extraños recuerdos que se desvanecían a cada segundo que pasaba. Lo primero que notó fue que estaba sólo en su habitación, lo cual le parecía extraño, ya que tenía la sensación de que había estado con alguien más. Lo segundo que notó fue que alguien se había tomado el tiempo de delicadamente quitarle las zapatillas, reemplazar su pantalón de jean por la parte inferior de su pijama y luego lo habían cubierto con sus sábanas y frazadas. Se preguntó si habría sido su madre, pero cuando vio que su pantalón de jean se encontraba en el suelo y no prolijamente doblado sobre una silla, supo que tendría que haber sido alguna de sus hermanas.

Una rápida mirada al reloj le dijo que eran las ocho y cuarto de la noche. Confundido, frunció el ceño. Ellos siempre cenaban a las ocho, ¿por qué nadie lo había despertado? Rápidamente se vistió y y salió de su habitación. Bajó las escaleras y llegó al comedor, donde sus cinco hermanas mayores y sus padres estaban cenando.

Una cosa era saber que iba a morir, que su tiempo estaba contado. Era terrible. Pero aún peor era ver la noticia reflejada en los rostros de su familia. Todos tenían la cabeza gacha, más preocupados por mirar la comida que por comerla. Sus padres parecían ser los únicos que habían tocado su plato. Sus hermanas tenían el tenedor en sus manos, revolviendo despreocupadamente la comida. Notó que Lynn estaba prácticamente apuñalando una y otra vez la carne de su estofado, la cual había quedado reducida a trozos tan pequeños que bien podrían haberse bebido en una sopa. Tampoco pasó desapercibido que Luan vestía ahora su traje de mimo, y el maquillaje de sus ojos caía en dos líneas difusas por sus mejillas, siguiendo el irregular trayecto de unas lágrimas. En una casa repleta de chicas, donde el maquillaje era algo sagrado, un detalle como ese no sería nunca pasado por alto. Pero a nadie parecía importarle. Todos miraban sus propios platos.

Era una imagen demoledora. Había tenido una mala experiencia en la mesa de los grandes, a la cual había considerado sumamente aburrida, pero si había algo que se había llevado era que siempre tenían algo sobre lo que hablar. Quizás fuera de cosas tan triviales como un examen de matemática o una anécdota de trabajo, pero los grandes parecían siempre tener algo que contar. Verlos en aquel silencio, con cada uno centrados en su propio mundo, sus propios pensamientos, lo hizo sentirse aún peor, si es que eso era posible.

Réquiem por un LoudWhere stories live. Discover now