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Ni el alma más pura está limpia del todo. Sea lo que sea, todos tenemos problemas; por más creyentes que seamos, la necesidad gana y caemos en la tentación. Y es que ni el bautizo quitaba del todo la mancha del pecado. Todos estábamos sucios...

Menos él. Y bueno, esperaba que esta cafetera también. Frotaba y frotaba, mas la mancha no salía completamente. Sentía que era capaz de lanzarla contra el muro pero, a mi suerte, un cliente entró evitando que en un acto impulsivo la rompiera.

-Buenos días -me acerqué con la cabeza gacha mientras acomodaba mi delantal e hice una leve reverencia hacia ellos-, ¿ya sabe qué ordenar o desea el menú?

-No, gracias. Sabemos qué pedir -oí esa voz y mis sentidos se congelaron al instante.

Levanté la mirada lentamente, mis manos sudando de anticipación. Era él, tan puro y bello como lo recordaba. Tomaba de la mano a una chica y oh, a ella también la recordaba. Después de todo, ella siempre fue la mejor opción. Temblé temiendo que me recordara, yo había sido el mismo demonio con él.

-¿Señorita? -volvió a decir sacándome de mis pensamientos.

Al parecer yo no estaba en su memoria. Eso era de esperarse, si yo fuera otra persona y me conociera, haría lo posible por olvidarme.

-Lo siento, dígame -alcé la libreta y el lapicero, dispuesta a apuntar en ella lo que ambos desearan para comer o beber.

-Un té helado y un café americano -sonrió y muchos recuerdos vinieron a mí.

Antes de volver a congelarme mirando su rostro, simplemente volví a inclinarme y me marché hasta detrás de la encimera.

-Señorita -me llamó Matt, un señor que pasaba de los 40 años y a quien yo conocía muy bien-, muy buen servicio. Fue un gusto -sonrió inocentemente dándome la propina y un papel.

"Dile a Lee Know que avise a CB97 que el paquete está listo para ser transportado. Esperamos a J.ONE en el puerto a las 2 am de mañana."

Guardé el papel en mi bolsillo, después lo desecharía. El señor salió por la puerta, antes dándome una última mirada que puso mis pelos de punta. Matthew Borgobello era un hombre muy peligroso y buscado por la policía. Sin embargo, estaba aquí sin temer ser arrestado. No podía comprenderlo, tal vez se debía a su repentino cambio de apariencia que no era posible distinguirlo en la calle.

Ya tenía el té helado listo, y mientras finalizaba de preparar el americano, miré a la pareja frente a mí. Habían sido seis años sin verlos desde la graduación, y al parecer, sería testigo de un momento importante en sus vidas. No pasé desapercibida la cajita que sobresalía del bolsillo del de cabellos morenos.

Iba a proponerle matrimonio. Casi dejo la cafetera caer de la impresión. Inmediatamente la puse en su sitio y respiré hondo; él tomaba sus manos entre las suyas y frotaba dulcemente con su pulgar el lado exterior.

Seis años; 2190 días y seguía sin olvidarlo. Y pues, ¿cómo hacerlo? Esa chica pude ser yo.

Les dejé su pedido evitando a toda costa mirarlos, pero ya de nuevo en mi puesto, trataba de hacerlo de reojo. Cada caricia, cada muestra de afecto se sentía como una daga en mi corazón. Y cuando él de la nada se paró, se puso frente a ella y se arrodilló, mi mundo entero se congeló.

Deseaba que la tormenta que ocurría afuera los espantara como para que quisieran irse al igual que las demás personas, que un ladrón entrara y nos asesinara, que sea hora de cerrar y yo me vaya a casa. Todo menos esto.

Quería retroceder el tiempo.

Quería retroceder el tiempo

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ѕιяєη - kïm sëünġmïn Where stories live. Discover now