Sala 36

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Reflejos humanos.

Sentía los pasos de Natalia empujando en la silla a Aina detrás mía.
Las oía gritar por el fondo, pero solo corría.

Las calles estaban, a pesar de ser de noche, repletas de gente moviéndose de un lado para otro. Algunos ya de fiesta, otros comprando cosas y otra gente simplemente andaba perdida.

Deseaba que aquellas personas supieran encontrarse entre la oscuridad; y si es con una persona que te de luz, mejor.

Como Natalia.

Pero ahora solo podía pensar en Aina, en como reaccionaría al ver a sus madres en coma.
Y no quería que, con tan poca edad, sufriera de esa manera.

Los nombres <<Alba Badía y Natalia Saiz>> resonaban en mi mente, pero sobretodo por la pequeña.

No quería que creciera sin una familia, ni en un orfanato, ni que perdiera su luz como me pasó a mi.

Frené en seco.

-Aina. Iros Natalia y tu a tomar algo. -Hablé con la respiración entrecortada.

Reflejo humano. Apartar a seres queridos de problemas.

-N-no... ¿A dónde vas?

Negué con la cabeza.

<<No había que mentir a los niños pequeños>>

-A comprarte un regalo por Navidad.

Reflejo humano. Mentir por no dañar.

La cara de confusión de Aina aumentó para luego reírse y mirar a Natalia con pillería, que la sujetaba aún en la silla.

No entendía nada.

-Vaya tonta. Los regalos los trae Papá Noel, tu no tienes que hacer nada. -Rió.

Y ahora no podía decir la verdad o le destrozaría aún más la infancia.

Ocultar por no defraudar.

No sabía que hacer y comencé a agobiarme dando vueltas en el sitio y agarrándome del pelo.

Natalia me miraba sin entender nada y Aina sonreía sin parar entre comentarios como; Vaya incrédula, ¿Se acaba de enterar?

No quería quitarle la sonrisa, pero en estos momentos lo único que se podía hacer era decir la verdad.

De la manera más delicada, pero la verdad.

-A ver cariño, -Me agaché ante ella- me han llamado del hospital y... Bueno, tus mamis han tenido un accidente en coche y están allí ahora. Pero podemos ir a verlas, ¿Sí?

Rendirse por no encontrar otra salida.

Noté como la luz de las farolas reflejaban como sus enormes ojos comenzaban a mojarse en tristeza.

-¿Pero están bien? -Una lágrima calló.

Se la quité con el dedo y dejé mi mano reposando en su mejilla.

-Si, están bien, pero ahora... -Tragué saliva- Están en coma... Están dormidas.

Esto me recordaba a cuando mi hermana "murió", yo era obviamente más mayor y tenía conciencia de lo que pasaba. Pero aún así no entendía nada.

Lo que me parecía increíble es que desde que somos apenas bebés ya sabemos lo que es la muerte. Nos preparamos desde pequeños para ella, pero cuando llega el momento ningún ser humano es capaz de no llorar.

-Vale... No pasa nada, seguro que están bien. -Sonrió debilmente.

Miré a Natalia.

Se encontraba con la mirada fija en Aina con una mueca de tristeza. Ella también había sentido lo que era que alguien importante se muriese cuando aún no te habías ni acostumbrado a tu vida.

De alguna manera las tres éramos la misma persona pero en diferentes etapas.

-Vamos en bus, llegaremos antes. -La pelinegra comenzó a andar en busca de la parada más cercana y le seguimos.

(...)

-Somos la familia de Alba Badía y Natalia Saiz.

Miré a Aina y susurró en sus labios un; Vosotras no sois familia de mis mamis.

Natalia se llevó un dedo a su boca y le mandó callarse.

-Ajá, sala 36, todo recto y a la derecha. -Habló la recepcionista mirando entre sus miles de papeles.

La mujer siguió hablando pero Aina ya se estaba dirigiendo hacia la sala sola.

Nat y yo nos miramos entre nosotras y le agarré la mano para seguir a la pequeña por los pasillos.

El hospital era horrible, como todo lo que se vivía en el. El olor a enfermo y a desinfectante se metía en ti hasta dentro, siendo imposible de olvidar.
Las paredes eran azules y las puertas naranjas, había camillas reposando entre los pasillos y una sala de espera con seguramente más de 70 personas.

Algunos señores mayores caminaban como podían hablando con las enfermeras, las cuales no les hacían ni caso.

Ver todo aquello me trajo recuerdos de hace un año y medio. Se me iban viniendo a la mente cruzando el pasillo, reviviendo en cada esquina lo que había pasado.

Llegamos a la 24 y me paré delante.

Hace un año y medio estaba abriendo la puerta entre lágrimas.

Hace un año y medio Marina estaba ahí dentro.

Ahora solo miraba la puerta color naranja, quieta. Incluso con rencor.

Una tontería, si, pero necesaria.

Me solté de Natalia y abrí la puerta sin llamar antes; Dentro había un adolescente de unos 14 años, con una bandana en su cabeza, rodeado de jarrones con flores y globos con el nombre de David.

Un hombre, una mujer y una niña hablaban animadamente.

Ninguno de los familiares se había dado cuenta de mi presencia salvo él.

Me miró y me sonrió.

Le devolví la sonrisa ampliamente y simplemente volví a salir fuera, donde Natalia me estaba ofreciendo su agarre.

Miré su mano mordiéndome el labio y la agarré. Volví a sentirme capaz de todo.

Inhale y expiré fuertemente para seguir por el pasillo.

Los números iban pasando hasta llegar al 36. Donde estaba ya Aina esperándonos, mirando la puerta con lágrimas en los ojos.

Nos miró.

Y si, había perdido la luz que tanto le representaba en aquel mismo momento. El único matiz de brillo que se podía encontrar en ella era el de sus ojos llorosos.

-Tranquila Ai. -Le revolvió el pelo Natalia, intentado animar a la pequeña.

Aun que en un milisegundo, con esas lágrimas en los ojos, parecía una mujer con miles de experiencias vividas

Aina se aferró a la muñeca de mi novia como si se tratara de un peluche.

Nat y ella tenían una conexión especial; Diría que incluso más que conmigo.

Con ella siempre se mostraba vulnerable.

Finalmente se separó de ella y me sonrió.

Conmigo siempre se mostraba sonriendo.

Se acercó a la puerta y giró el pomo.

En este banco || AlbaliaWhere stories live. Discover now