11. Jaemin

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Loïc Nottet - Mr/Mme

A veces pensaba que las cosas iban a cambiar, papá regresaría a ser el hombre bueno que me llevaba en sus hombros y que vivía simplemente en mi memoria. Pensaba que volvería a poder contarle cada pequeña cosa que aconteciese en mi vida a mamá y ella me abrazaría diciendo que todo iba a estar bien. Pensaba que escucharía una canción en francés tarareada por la madre de Jeno mientras nos vigilaba.

Creía tantas cosas que resultaban lejanas que me estaba desesperando un poco más cada día.

Estaba oscuro dentro. Nadie se mantenía despierto, lo que fue un alivio porque no creía que ninguno de los dos estuviese listo para encontrarse con nuevos fantasmas del pasado. Tenía tanto miedo que me detuvo en el corredor, tomando el picaporte de mi habitación y le clavé los ojos en la espalda hasta que entró en su recámara. Tal vez el miedo era irracional, pero estuvo allí incluso cuando cambié mi ropa y me metí debajo de las sábanas.

Quería mantenerme despierto para no perderme el momento en el que la casa y los habitantes en ella por fin despertasen. Como si verlo fuese a garantizar que nada estallase.

Apreté la almohada contra mi pecho, el corazón corría una maratón aun estando atrapado por mis huesos.

Al final no dormí. Quizá lo hice por cortos intervalos donde lo que sucedía era que mi cabeza le daba un leve descanso a mi cuerpo y luego, me jodía la existencia.

Eran las 8:30 cuando el cansancio fue demasiado y mi mente se tranquilizó, igual a un apagón, sin sueños, sin movimientos.

Pero la calma nunca duraba demasiado.

La puerta se abrió y yo había adquirido la habilidad/maldición de despertarme al mínimo sonido. Cuando entreabrí los ojos vi en primera instancia el rostro de mamá, las arrugas comenzaban a ser cada vez más notorias y en sus ojos podía apreciarse la fatiga de una larga vida junto a mi padre.

–Hola, cariño.

Dijo, sentándose a mi lado y corriendo algunos mechones de mi frente. Su tacto tibio ayudó a apaciguar la ansiedad. Me abracé a sus hombros y le di un beso en la mejilla.

–Creí que nos veríamos cuando el verano terminase –adormilado, enderecé la espalda y le dediqué una suave sonrisa—. No es que no esté feliz de verte... mamá... debiste llamar antes.

Cuando ella correspondió mi sonrisa tuve un mínimo de esperanza renaciendo. Pensé: quizá vino sola, quizá me extrañaba y decidió que sería bueno obtener unos días para nosotros dos. Me gustaba ese plan, mamá siempre fue diferente lejos de la sombra acaparadora de papá.

Pero la esperanza murió rápidamente, luego recordé que nunca escapó de la estúpida cajita de Pandora.

–Son casi las doce, corazón. El almuerzo está listo...– suavizó la última palabra y me escaneó con ojos preocupados–, ¿te sientes bien?

Asentí, simplemente estaba un poco confuso y paranoico, sentía como si en cualquier momento iba a explotar una bomba nuclear instalada misteriosamente bajo nuestros pies.

Ella se fue mientras salía de la cama, busqué un pantalón cualquiera y abrí la puerta, refregué mis ojos al seguir el pasillo iluminado por los tenues rayos de sol.

El abuelo estaba allí, sentado en su sillón predilecto leyendo el periódico al tiempo en que acariciaba la cabeza de Zeus. Papá fumaba de pie cerca de la ventana, y él nunca había fumado dentro de casa. La garganta se me secó cuando miró por sobre su hombro en mi dirección. Vi el revoltijo confuso en sus orbes negros, un poco de asco, un poco de recelo, un poco de <<hola, hijo mío>>. Hizo un ademan como saludo y caminó hacia el sofá, centrándose en el partido de tenis que pasaban por la televisión.

Red - NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora