12. Jeno

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Måneskin - The Loneliest

Si tenía que estar desquiciado para dejar atrás todo esto, entonces quería que mi razón muriese.

Despreciaba estar derrumbándome frente a ellos. Si era la cabeza lo que hacía que me doliese el corazón entonces solo quería desprenderla de mi cuerpo, aplastar mi cerebro, desgarrarme la piel con mis propias uñas. Tal vez lo hice porque, después de que la tormenta pasó, solo el ardor permaneció.

Se esparció hasta las plantas de mis pies.

Caí.

Jaemin me sostuvo.

El pequeño niño que alguna vez coloreó dragones y palacios, ahora solo podía mantenerse entero por sus brazos. 

Le grité. Le grité en el oído, en el cuello. Le apreté tan fuerte que temí comenzar a hacerle daño. Y él lo resistió.

Lo siento...

Escuché la voz de Mina pronunciar mi nombre, a ese hombre escupir y tacones provenientes de la madre de Jaemin acercarse.

—Llévatelo de aquí— le murmuró ella con frialdad. Me despreciaba, pensaba que acababa de presenciar una escena hecha por un muchacho roto que tan solo buscaba culpables para su vida desastrosa.

Creí que escucharía la misma aversión en la voz de Jaemin, pero sus dedos siguieron en mi cabello y me mantuvo contra su pecho, como si estuviese protegiendo a un animal mal herido de los cazadores. Me sentía como uno.

Entonces con voz estrangulada pronunció:

—Vámonos, Dotori.

Sí.

Sí.

Vayámonos.

Corramos, escapemos de aquí, sigamos sin un punto fijo hasta olvidarlo todo.

Sus dedos se deslizaron entre los míos. Me guió lejos de allí, lejos de nuestro padre, lejos de su madre, del abuelo y de la chica a quien debería estar abrazando, a quien le debería haber entregado mi corazón marchito. Pero quería seguir a Jaemin como un cachorro perdido.

Abrió la puerta de su cuarto y sus manos empujaron las mías. Lejos, lejos de las suyas. Se apoyó en la puerta, el silencio aturdidor interrumpido por el grito que seguía en mi cabeza rebotando sin fin, igual a un fantasma que ha quedado atrapado en su desgracia. Dejó que siguiese adelante por mi cuenta. Temí hacerlo, me costó respirar.

Lo miré, desde el medio de la habitación, a sus ojos marrones enrojecidos, y fue cuando me di cuenta de que todo este tiempo él había estado aguantando el llanto. Me fijé en la boca reseca que tenía un millón de heridas viejas.

Lucía desarmado.

Debió verlo en mí también.

Las armaduras que por tanto tiempo habíamos mantenido cayeron a nuestro alrededor.

Limpió sus lágrimas con fiereza.

Mi corazón se aceleró... ¿Yo te hice esto?

Di un paso de regreso hacia él y debió advertirlo porque se detuvo por completo, encallando las manos en la gruesa madera.

—Te irás, ¿verdad? —susurró, quebrando las palabras por la mitad.

Inflé mi pecho.

—Si, ¿qué más puedo hacer?

Sus cejas se fruncieron, las pupilas se agrandaron y la piel en su barbilla se contrajo.

—No lo sé.

Red - NominWhere stories live. Discover now