13. Jaemin

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Louane - Je vais t'aimer

Nunca había querido tanto como hoy seguir durmiendo sin la posibilidad de despertar. Mi cuerpo dolía, era el mismo punzante dolor que me quedaba después de un día gris.

Deslicé los dedos por la cama queriendo tomar su mano, apretarla hasta sentir el pulso debajo de la piel. No la encontré. Entonces abrí los ojos.

Se fue...

¡Se fue!

Los huesos de mi espalda dolieron por el esfuerzo, me golpeé la rodilla con la esquina de la mesa de luz y escarbé entre las cosas desparramadas dentro del primer cajón. Pastillas en orden alfabético me recibieron con apremio. Engullí una de ellas en seco, deseando que el efecto fuese instantáneo. Pero no era un mal viaje por la marihuana o uno de esos perversos ataques de pánico. Este era un dolor que nacía en mis venas, se desparramaba por mis entrañas y me dejaba marcas en la piel.

Recé para que esas benditas pastillas me hicieran volver a dormir. Sin sueños, sin pesadillas. Oscuridad... sí... quería ver oscuridad.  

Ni siquiera dijiste adiós.

Ardía como echar alcohol en la herida.

–Mierda.

Debía ser fuerte, no era justo sufrir por esto. Arrastré los dedos por mi cabello, me mordí la lengua, grité en voz baja. Así de enfermo era lo nuestro.

Luego, lo vi.

Estaba en su lado de la cama, hizo un sonido extraño cuando apoyé mi codo. Levanté las sábanas y observé el jodido dibujo. Los trazos finos se enredaban con otros gruesos y aunque conocía al artista me di cuenta de que incluso su técnica había madurado. Lo tomé entre dedos fríos y miré mis propios ojos, mi mejilla aplastada contra la almohada, la boca fruncida como si esperase el dolor al despertar. Sombras oscuras contornearon mi nariz y los bordes de mi barbilla.

Lo odié.

Lo puse contra mi corazón y lloré en silencio.

Después de un gran congelamiento del universo, me di cuenta de lo que estaba detrás. Repetí las palabras en mi mente una y otra vez, hasta que estas tuvieron algo de sentido.

Era una frase en francés... "Algún día"

Y más abajo decía "te tendré".

Mi corazón se contrajo, vergüenza y rabia mezclándose y nublando mi juicio.

–¿Me dejarás de la misma forma? –Olí el grafito de la hoja–. Otra vez.

Me moví hacia el baño, arrastrando los pies por el peso de mi alma. Había un lugarcito entre el lavabo y la bañera, hacía mucho tiempo no me escondía por allí. Aún cabía, aún podía arrugar las piernas hasta el pecho y esconderme del mundo.

–¿Eres tan cobarde que solo dejas un jodido dibujo y una frase que no significa un carajo? –Las frías baldosas congelaron la planta de mis pies–. Idiota... idiota... que imbécil.

Salí del escondite después de algún tiempo.

Atravesé el pasillo y bajé las escaleras, sintiendo que estábamos viviendo debajo del agua y el oxígeno no había sido hecho para nosotros.

El abuelo llevaba una expresión sombría, las arrugas de sus ojos eran incluso más notorias que el día de ayer. Mamá recién salía de la cocina limpiándose las manos en un trapo seco. Mis ojos chispearon y me alegré de no ver a mi padre por la sala. No podría mirarle o hablarle. Sabía que lloraría, gritaría, y al final le pediría que lo negase todo, porque el corazón se me quebraría sin oportunidad de recomponerse al verle a los ojos y descubrir lo que nunca había querido aceptar.

Red - NominWhere stories live. Discover now