Capítulo 4

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CAPÍTULO 4

Martín cierra la puerta detrás de él, en silencio. Falta poco para que el sol vuelva a salir y hasta la habitación se escucha el sonido del bullicio, de la fiesta que continúa aun cuando él y Pedro ya no están ahí. Martín respira profundamente y voltea hacia el interior de la habitación y busca con la mirada a Pedro. Lo encuentra a unos pasos más allá, cerca de la cama, y lo observa en silencio mientras se quita parte de la ropa con cuidado de no maltratar las plumas que la decoran.

Por un momento, Martín no está en aquella habitación, sino nuevamente de pie, esperando a Pedro. Vuelve a escuchar el momento en el que se abren las puertas y entra Pedro, completamente distinto a como lo ha visto en otras ocasiones. Va descalzo, porque no podría ser de otra manera, y viste ese atuendo que es extraño pero hermoso al mismo tiempo, con todos esos colores mezclándose de una manera que Martín no ha visto antes. Todo en el gran salón se queda en silencio mientras el príncipe avanza paso a paso, rodeado de un porte y un orgullo que Martín recuerda haberle visto el día en que llegó a Argenteus.

Cuando Pedro está a su lado, Martín nota las plumas y siente el deseo de tocarlas, para comprobar si son tan suaves como se ven... y cuando se da cuenta de que es un recuerdo, Pedro —el real, no el de su mente—, ha dejado la parte superior de su ropa a un lado y avanza hasta él, con el torso desnudo. Hay algo en su porte, en cómo da dos pasos para acortar la distancia entre ambos, que está lleno de una solemnidad que no estaba ahí antes. Martín guarda silencio, atento.

—En Tlayolotl —murmura Pedro al estar frente a él—, un matrimonio es igual a compartir parte de uno mismo con la otra persona.

Pedro se quita el brazalete de oro que usó durante toda la noche y parte de la madrugada. Lo separa en dos con cuidado.

—Es volverse uno solo con alguien más—. Agrega. Toma la mano derecha de Martín y le coloca el brazalete con suavidad; Martín no sabe si es delicadeza hacia él o hacia aquella pieza de joyería—. Alma y corazón.

Sorprendido, Martín sólo atina a asentir lentamente, mientras intenta darle un sentido a las palabras de Pedro y comprendiendo, en cierta medida, la importancia de ese gesto, tan distinto a sus propias costumbres pero no por ello menos intrigante. Hermoso. Después, cuando Pedro está por colocarse su parte del brazalete una vez más, Martín se adelanta y lo toma con cuidado también, con reverencia casi, porque hay un aire sagrado en todo esto, y se siente como un compromiso más real que al estar de pie frente al Ministro.

Ante la mirada atenta y curiosa de su esposo, él mismo le coloca el brazalete, haciendo uso de la misma delicadeza mostrada hacia él. Pedro esboza una media sonrisa después de aquello y cuando Martín abre la boca para decir algo más, Pedro vuelve a tomar su mano y la pone sobre su pecho, justo a la altura del corazón. Después pone su mano sobre el corazón de Martín, cierra los ojos, murmura algo en una lengua que Martín no entiende —su sonido es suave, musical—, y quizá es por el vino de la noche o porque es la primera vez que está tan cerca de aquel hombre con el que compartirá el resto de su vida, pero Martín siente un calor extenderse por todo su cuerpo.

Tras unos segundos, Pedro suelta su mano y da un paso atrás. Martín mira el brazalete en su muñeca. Siente su peso como algo extraño, ajeno. No está acostumbrado a usar brazaletes y no está seguro de qué debe pensar sobre él o cómo sentirse al verlo alrededor de su muñeca, porque ese brazalete no es sólo un accesorio, un ornamento para usar en situaciones especiales, es un símbolo de su unión con el príncipe de Tlayolotl.

Alma y corazón.

Definitivamente más sagrado que decir votos frente a un Ministro y frente a unos cuantos nobles mirones.

—Esto simboliza una promesa —explica Pedro en voz grave, solemne—, ante mis dioses y ante ti. Alma mía, corazón mío.

Cuando Martín levanta la mirada otra vez y sus ojos se encuentran con los de Pedro, ve en ellos un brillo que no recuerda haber visto en él. No piensa demasiado lo que ocurre después. Da un paso al frente, toma su rostro entre sus manos y lo besa. Es diferente al beso que tuvieron horas atrás, frente a la audiencia. Ese beso fue frío, parte del espectáculo. Éste es distinto. Martín siente a Pedro tensarse un poco, escucha el jadeo que escapa de su boca antes de sentir cómo lo rodea con los brazos, lentamente, hasta que se aferra a él.

Martín abre los ojos algunas horas después.

Aún somnoliento, gira sobre la cama y descubre que el lado contrario está vacío, frío. Confundido, se incorpora un poco y ve a Pedro de pie junto a la ventana. Está vestido una vez más, con uno de esos atuendos que le ha visto usar en los días que lleva en Argenteus y que, supone, fue preparado incluso antes de la ceremonia, sin que él se diera cuenta de ello. Tiene los brazos cruzados a la altura del pecho y su cabello está más alborotado de lo normal, lo cual parece ser el único indicio de que lo ocurrido esa mañana fue real y no producto de su imaginación.

Martín lo observa con tanta atención como puede en ese estado en el que se encuentra, entre la vigilia y el sueño. Pedro luce sereno, relajado incluso, y quizá es el reflejo del sol o su propia mente que se niega a despertar por completo, pero Martín casi puede jurar que hay una sonrisa en su rostro.

En algún momento mientras mira a su esposo, Martín vuelve a quedarse dormido.

Cuando despierta otra vez, es más de mediodía, lo sabe por la luz que se cuela por la ventana. Martín se estira y bosteza, sintiéndose relajado y, sorprendentemente, un poco más descansado a comparación de días atrás, cuando todo el estrés y la ansiedad por conocer a su futuro esposo y por preparar una boda con un total desconocido no lo dejaban en paz. No es como si el hueco en el estómago, producto de toda esta situación, haya desaparecido mágicamente, porque sigue ahí, pero supone que poco a poco se acostumbrará a él. O, por lo menos, se volverá una sensación lejana y no algo constante.

A su lado, la cama sigue fría y vacía. Mira a su alrededor, ya un poco más despierto, y descubre que está solo. No hay ningún rastro de Pedro. Incluso su ropa de la noche anterior, la que usó durante la ceremonia, ha desaparecido de la habitación.

Levanta el brazo derecho a la altura del rostro y observa el brazalete que Pedro le colocó unas horas atrás. Sólo al verlo así de cerca, a la luz del día, Martín se da cuenta de que tiene forma de serpiente. Observa los detalles, los ojos pequeños, de piedra verde, las escamas bien talladas. Es un trabajo hermoso de orfebrería, algo que nunca ha visto en Argenteus, por lo que es evidente que su origen está en la tierra de Pedro. Pasea sus dedos sobre él, con cuidado, y recuerda las palabras de su esposo, dichas a la luz de las velas la noche anterior: Esto simboliza una promesa, ante mis dioses y ante ti. Alma mía, corazón mío.

Aún mira el brazalete y se pregunta si antes de besar a Pedro y de todo lo que ocurrió después, no debió él responder algo similar, repetir al menos las palabras del otro. De alguna manera, siente que esa parte de su unión matrimonial quedó como algo unilateral.

¿Pero realmente se habría atrevido a decir algo así sin sentirlo? ¿Y hasta qué punto las palabras de Pedro fueron un mero compromiso (con él, con sus dioses, con su gente o con quien fuera) o algo dicho porque de verdad cree en el significado de esas palabras?

Pasan unos minutos más y finalmente se levanta. Necesita un baño caliente antes de hacer cualquier otra cosa. Se viste con parsimonia, sin preocuparse por colocarse toda la ropa usada el día anterior y sale del cuarto para dirigirse a su propia habitación: él y Pedro acordaron que tendrían su espacio propio, después de todo.

Mientras camina por el pasillo, se pregunta si, con todo ese arreglo (habitaciones separadas, espacios independientes para cada uno) y la distancia que aún es evidente entre él y Pedro, todo eso de alma y corazón tiene algún sentido. Posiblemente no.

*

Censurar la noche de bodas fue totalmente adrede, para que cada quien se imagine lo que quiera imaginar. 

[Latin Hetalia] Corazón verde, muros de piedra (Argenmex)Where stories live. Discover now