Capítulo 8

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CAPÍTULO 8

Martín está de pie en la escalinata del palacio en lo que parece ser una repetición de la escena de días pasados, cuando Efraín llegó a Argenteus. En esta ocasión, no obstante, Pedro no se encuentra su lado, sino junto al embajador de su reino, con el que mantiene una conversación en voz baja y en una lengua que Martín no entiende en absoluto, y que es, sin duda, la misma que usó Citlalli Itzel en el mensaje enviado a Pedro.

Pedro dice algo más y Efraín le dedica una media sonrisa, dándole unas palmadas en el hombro antes de voltear hacia Martín.

—Muchas gracias por la hospitalidad —dice mientras hace una ligera inclinación con la cabeza—. Le haré saber a Citlalli Itzel sobre las modificaciones al acuerdo.

Martín asiente.

—Espero que hayas disfrutado tu estancia aquí —agrega e incluso él percibe el tono incriminatorio de su voz.

Pero qué más da, piensa, si de todas maneras todos saben que su matrimonio es político. Sólo habría esperado un poco más de discreción por parte de su esposo. Pedro, por su parte, ni siquiera se digna a mirarlo y mantiene su atención fija en Efraín.

—Lo hice, muchas gracias —responde Efraín, ajeno todo lo que Martín piensa y siente en ese momento—. Citlalli Itzel estará complacida de saber que nuestra Pequeña Serpiente está en un buen lugar.

Efraín se dirige a Pedro una vez más y hace una reverencia. Pasan sólo unos segundos y Pedro vuelve a acortar la distancia entre ambos. En silencio, Martín observa a su esposo unir su frente a la de Efraín y cerrar los ojos por un par de segundos. Nota que murmura algo antes de separarse al fin.

—Buen viaje, ikniutsin.

Efraín asiente. Vuelve a hacer otra reverencia, ahora frente a Martín, y después les da la espalda al fin, para comenzar con su camino de regreso a Tlayolotl.

Martín mira de reojo a su esposo, quien no ha dejado de observar a Efraín mientras se aleja por el camino. Percibe que, a pesar de su estoicismo, la mirada de Pedro ya luce nostálgica. Llena de añoranza, incluso. Martín se remueve incómodo. Podría dejar a Pedro ahí, pero algo le dice que es peor irse que acompañarlo en ese momento.

—¿Cuánto tiempo es hacia Tlayolotl?

Pedro da un respingo y, al fin, voltea a verlo.

—Un poco más de dos semanas a paso tranquilo —responde. Martín percibe la inseguridad en su voz, como si no comprendiera el porqué de la pregunta. Si es sincero consigo mismo, ni siquiera él sabe por qué ha preguntado eso cuando él bien sabe que de Argenteus a Tlayolotl hay dos semanas y media de camino, a paso moderado.

—Espero que tenga un buen viaje —agrega, refiriéndose a Efraín.

—Tendrá un buen viaje —responde Pedro. Martín se sorprende un poco por la certeza con lo que lo dice, en especial porque a veces los caminos no son del todo seguros, pero supone que Pedro conoce a Efraín y seguramente confía en su capacidad para llegar a su hogar sin contratiempos.

Ambos se quedan en silencio durante unos segundos y la tensión está ahí. Martín recuerda la conversación con Efraín, en la que descubrió que, aparentemente, cometió una tontería al llamar a Pedro por el nombre con el que le llaman en su pueblo. Siente que debe decir algo al respecto, porque el problema sigue ahí y el hecho de que su esposo no lo haya acompañado a comer en los últimos días y que ni siquiera lo mire al hablar con él, dicen más que suficiente.

—Él sabe cuidarse —agrega Pedro haciendo referencia al viaje de Efraín.

—Supongo que eso lo sabrás tú muy bien —comenta Martín. Pedro asiente—, porque... lo conoces bien, ¿no? Recuerdo que dijiste que se criaron juntos.

—Él, mi hermana y yo, sí —responde Pedro.

—Ya. Supongo que eso explica por qué es evidente que son muy cercanos.

Para sorpresa de Martín, Pedro suelta una carcajada.

—No lo éramos hace unos meses —responde—, pero supongo que la distancia hace eso. Extrañas incluso a quienes jamás pensaste extrañar—. Tras decir eso, Pedro finalmente da media vuelta, con intención de regresar al interior del castillo.

—Cualquiera diría que son muy buenos amigos —agrega Martín. Esta conversación se vuelve cada vez más confusa.

—Somos como hermanos, metafórica y casi literalmente hablando.

—¿Cómo es eso?

Pedro se encoge de hombros.

—Se casará con mi hermana algún día.

Martín se detiene de golpe mientras las palabras de Pedro revolotean en su mente. Hermanos. Él y Efraín son como hermanos y Efraín se va a casar con la reina Itzel. De pronto, la actitud de Pedro hacia el embajador de Tlayolotl tiene mucho sentido. Y, visto desde esa perspectiva, es muy similar a como Martín se comporta con Sebas y Dani.

Se siente avergonzado de pronto, por asumir que Pedro y Efraín eran algo; por ofender a su esposo sólo por culpa de unos celos que no tenían razón de ser.

—¿Estás bien? —pregunta Pedro. Martín lo mira y asiente. Se aclara la garganta con un carraspeo antes de hablar.

—Sí, estoy bien.

Pedro no luce muy convencido, pero no insiste.

—Oye, Pedro —dice Martín después de unos segundos.

—¿Sí?

—Respecto a lo de la otra vez... ya sabes, cuando te hablé por tu otro nombre

—Pedro se tensa de inmediato, alerta—. Lamento si te ofendí. No tenía idea de la importancia de ese nombre y lo usé sin pensar—.Martín vuelve a carraspear y después hace una ligera reverencia—. Espero que puedas perdonarme.

Pedro luce perplejo y tarda unos segundos en responder. Sus mejillas están algo coloradas, incluso se nota alterado y mira a ambos lados del pasillo, como para corroborar que no hay nadie más ahí.

—Está bien, te perdono. Por favor, no me hagas reverencias.

Martín se yergue una vez más.

—¿Por qué no?

—Porque eres el rey y yo sólo soy tu consorte, y no es bueno que hagas ese tipo de cosas para alguien que tiene un rango inferior al tuyo. Si alguien nos ve, la gente hablará.

—La gente ya habla de nosotros.

—No —dice Pedro y hay seriedad en su voz—. La gente habla de mí.

—¿Y te importa?

—No realmente.

—Entonces no importa si te hago una reverencia de vez en cuando. Eres mi esposo y un rey también. Además, ¿no se reverencia aquello que se respeta?

Pedro ya no responde, aunque el sonrojo es mucho más pronunciado que antes y desvía su mirada.

—¿Cenarás conmigo hoy? —pregunta Martín. Pedro lo mira de reojo antes de asentir, aún en silencio—. Perfecto, entonces nos vemos más tarde.

Y sin decir nada más, Martín pasa junto a Pedro. Su sonrisa es inevitable y aunque aún hay mucho de qué hablar con él y mucho más que aprender mutuamente, Martín se siente mucho más ligero que esa mañana.

*

ikniutsin = querido hermano.

*

Con esto nos ponemos al corriente con todo lo que hay de este fic. Espero traer una actualización pronto. Gracias por leer, y reitero, yo soy la autora original de esta historia. Cualquier versión publicada antes o que se publique después, si no está a nombre de Cydalima, es un plagio. ¡Besos!

[Latin Hetalia] Corazón verde, muros de piedra (Argenmex)Where stories live. Discover now