Capítulo 7

208 39 10
                                    


CAPÍTULO 7

Pedro escucha los pasos ligeros de Efraín cuando se acerca a él. Los reconoce por los años que han convivido juntos y porque su rivalidad con él lo llevó a conocerlo mejor que a otro guerrero de Tlayolotl. Se mantiene estoico incluso cuando Efraín toma asiento a su lado al pie del árbol central del jardín. Por un rato ninguno de los dos dice nada y se mantienen en un silencio apacible apenas roto por los sonidos de las aves en el jardín.

—¿Qué opinas sobre el rey? —pregunta Efraín.

Pedro no voltea a verlo, pero cruza los brazos y frunce ligeramente el entrecejo. Su mirada se fija en las flores que están a unos metros y Efraín aguarda en silencio, acostumbrado a permanecer callado.

—¿Qué opinas tú sobre él? —pregunta Pedro al fin. Efraín lo mira entonces y Pedro, después de unos segundos, le responde el gesto—. ¿Qué opinión tienes sobre mi esposo?

—¿Puedo decir lo que pienso realmente?

Pedro levanta una ceja, intrigado.

—Puedes. No te habría preguntado si no.

Efraín asiente y se humedece los labios con la lengua antes de adoptar esa postura de sabelotodo que Pedro solía odiar al estar en Tlayolotl, pero que ahora incluso extraña. En Argenteus no hay nadie que rete su autoridad de la misma manera como lo hace Efraín: con la confianza de quien ha crecido a tu lado y a quien consideras un aliado honorable y un enemigo digno al mismo tiempo. Efraín ha sido eso para él, después de todo, el eterno enemigo porque ¿qué clase de hermano no considera a su futuro cuñado como tal, aunque sea sólo como un juego? Su relación nunca ha sido la mejor y aunque en Tlayolotl todos conocen de las eternas riñas (la mayoría de ellas iniciadas por Pedro), eso no significa que no sepan también de su respeto y admiración mutua.

En Argenteus, piensa Pedro, ni siquiera se acercan a él, y ni hablar de desafiarlo. Aunque no es algo que se diga abiertamente, Pedro sabe que al ser príncipe consorte no tiene ninguna autoridad. Es prácticamente parte de la decoración. Así que la gente del palacio trata con él sólo cuando es estrictamente necesario. Sus sirvientes de Tlayolotl se acercan a él, claro, pero lo tratan con la reverencia que siempre han hecho ante la Pequeña Serpiente, siempre con esa barrera llena de ceremonia que los separa. En realidad, piensa con amargura, el único que se dirige a él con relativa normalidad es Martín. O, al menos, eso era lo que pensaba.

—¿Pedro?

Pedro da un respingo y mira a Efraín.

—¿Qué ocurre?

—Nada. Sólo quería saber si seguías aquí conmigo o si habías decidido dar un paseo al otro plano.

Por toda respuesta, Pedro entorna la mirada. Efraín sonríe un poco.

—Creo que esta situación de la alianza matrimonial fue una decisión apresurada —dice al fin, recuperando la seriedad que exige esa conversación—, pero sé que tú y mi Citlalli tuvieron sus razones y no pretendo cuestionarlas.

—No me has dicho qué piensas sobre él.

—Creo que es un buen hombre —dice—. Puedo ver que su gente lo ama y lo respeta, y que su autoridad sobre sus súbditos no viene del miedo, sino de la admiración genuina. Creo que es admirable lo decidido que está a hacer todo por su pueblo, aunque eso implique unir su vida a un completo extraño. En eso puedo respetarlo, porque es como tú.

—¿Y qué más?

—Veo que es joven, pero astuto, y supongo que es un rey justo, a juzgar por la paz política dentro del reino.

[Latin Hetalia] Corazón verde, muros de piedra (Argenmex)Where stories live. Discover now