Capítulo 10

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Oigan, ¿por qué no me dicen que no había actualizado aquí? Shame on me!

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CAPÍTULO 10

Pedro cuenta historias que Martín ama escuchar. Comenzaron con la insistencia de Martín por conocer un poco más de la cultura de Tlayolotl y ahora son algo que Pedro le comparte todas las noches. A veces es en la biblioteca, rodeados de la tenue luz de las velas; o en el jardín de Pedro, si el tiempo es bueno.

Las historias de Pedro son variadas. A veces habla sobre sus dioses, sobre cómo crearon el mundo y al hombre, o de aquella vez en la que uno se convirtió en hormiga para llevarle los granos de maíz sagrados a la humanidad. A veces, las historias son también sobre su gente, sobre los Primeros Hombres que tenían espíritus animales como acompañantes y protectores; o sobre su abuelo, que le enseñó a pelear y a usar las armas.

De todas, la historia favorita de Martín es la aquélla en la que Pedro le habló de cómo se fundó su ciudad flotante sobre el lago. Pedro habló de señales divinas y de la voluntad de sus dioses y después, con una sonrisa traviesa, le habló de cómo el centro de Tlayolotl es una isla a la que han sabido conectar con una especie de balsas cubiertas con tierra, que sirven para dar la impresión de que la ciudad flota por arte de magia.

—No recibimos muchos visitantes —dijo Pedro cuando Martín le habló sobre lo que dicen los libros sobre su tierra—, y quienes nunca han visto un chinamitl suelen pensar eso, que la ciudad se mantiene sobre el agua por magia o mandato divino.

—Y ustedes tampoco han hecho nada para sacarlos de su error.

—Nop.

Martín quiere pensar que, el hecho de que Pedro le cuente todos esos secretos de su hogar, es una muestra de la confianza que éste tiene en él. Su esposo no parece ser de los que hablaría de este tema con cualquier persona sólo porque sí.

Una noche, sentados en el jardín, Pedro le habla sobre las estrellas.

—Para nosotros —continúa Pedro—, todo lo que ha pasado, lo que pasa y lo que pasará, está dicho en las estrellas. Los dioses se comunican con los hombres todo el tiempo, pero muchas culturas han olvidado cómo leer los mensajes.

—¿Puedes leer lo que dicen las estrellas?

—Itzel es mejor que yo para esto —confiesa Pedro—, siempre lo ha sido. Por eso es Citlalli.

—La Estrella —murmura Martín—. No es sólo un título, ¿verdad? ¿Es como... como tu otro nombre?
Pedro piensa unos segundos antes de responder.

—Algo similar. El título se hereda. Mi madre antes que Itzel, mi abuela antes que mi madre. Nuestra Citlalli hereda el nombre, el título y la habilidad de leer las estrellas, por eso nuestra línea de sucesión sigue gracias a las mujeres. Ellas tienen mayor afinidad para saber lo que dicen nuestros dioses.

Hay otro momento de silencio.

—¿Y... tu nombre también se hereda?

—No —murmura Pedro—. No se hereda.

Martín quiere preguntar más, pero decide no hacerlo. Si Pedro quiere hablar sobre ello, ya lo hará en otra ocasión.

—En Argenteus tenemos un oráculo —agrega, cambiando el tema—, sólo lo he visto en un par de ocasiones, pero creo recordar que mencionó algo sobre las estrellas también.

—¿Ves cómo tenemos más cosas en común de las que pensamos en un principio?

Ambos se sonríen y permanecen en silencio por un momento, viéndose uno al otro.

El beso los toma por sorpresa a los dos. Martín no sabe muy bien cómo es que ocurre: un momento está sentado junto a Pedro, mientras éste le señala las estrellas y le cuenta historias de su pueblo y sus dioses, y al siguiente, sus labios están sobre los de Pedro, quien se queda paralizado lo suficiente como para que Martín reaccione también, separándose de él.

Carraspea, sin saber muy bien qué decir, hasta que siente a Pedro tomarlo por la nuca y acercarlo una vez más. Se besan hasta que los dos se quedan sin aliento y, al separarse, vuelven a sonreírse.

—¿Esto lo habrán dicho las estrellas? —pregunta Martín. Pedro se encoge de hombros.

—No lo sé. Nunca he intentado leer lo que dicen sobre mí.

—¿Por qué?

—Siempre he preferido que la vida me sorprenda.

Martín se ríe con ganas ante esa respuesta.

La noche comienza a refrescar y ambos regresan al interior del castillo. Caminan más cerca uno del otro, aún con el recuerdo de los besos compartidos flotando en sus mentes. Cuando llegan al pasillo en que sus caminos se separan, los dos de quedan quietos. Pedro se rasca la nuca y Martín solo atina a carraspear.

—Hasta mañana —dice Pedro.

—Descansa —responde Martín.

Pedro lo mira de reojo antes de tomar el pasillo que lleva hasta su habitación. Martín se queda de pie, sin moverse, hasta que la silueta de Pedro se pierde en la oscuridad de la noche. Se cubre el rostro con ambas manos y gruñe, frustrado, antes de dar seguir él con su propio camino.

Está por llegar a su habitación cuando vuelve a pensar en Pedro y sus besos y en aquella mañana en la que fue a verlo y lo vio al despertar, con el cabello revuelto como en su noche de bodas y una sonrisa sincera en su rostro.

—Ah, qué mierda —murmura para sí y da media vuelta.

Solo da unos pasos antes de sentir, más que ver, a alguien que se acerca a él. Sabe que es Pedro mucho antes de que éste lo empuje esos mismos pasos hacia atrás, hasta la puerta de su habitación, besándolo con una desesperación que Martín comprende muy bien. Después de unos segundos ya no solo son besos, son caricias y jadeos que solo hablan de lo mucho que ambos han querido hacer esto por días, semanas incluso.

Cuando Martín logra abrir la puerta en una clara invitación, Pedro lo sigue sin vacilar. Solo la noche es testigo de lo que ocurre después.

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AAAAAYYY QUÉ EMOCIÓN ESTE CAPÍTULO AAAAAAAHHHH. Espero que les haya gustado :D y nada, para actualizaciones un poco más constantes de este fic, pueden visitarme en mi tumblr de fics de Latin Hetalia (sonlosnomeolvides.tumblr.com).

[Latin Hetalia] Corazón verde, muros de piedra (Argenmex)Where stories live. Discover now