Capítulo 9

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Hola, antes de pasar al capítulo, les cuento que tenemos cambio de portada en el fic: un fanart cortesía de Blan, quien me lo obsequió por mi cumpleaños y muy amablemente me dejó usarlo aquí.

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CAPÍTULO 9

Cuando Pedro sugirió su propio arreglo matrimonial, lo hizo con la plena consciencia de que, una vez concretado, su vida no sería la misma. Con el tiempo, pensó, quizá lograría acostumbrarse a una tierra completamente distinta y, tal vez, distanciarse de su familia y su gente no sería tan terrible con el paso de los años. No era tonto, sabía que eran escasos los matrimonios políticos en los que surgía algo parecido al amor. Como siempre lo diría: no todos corrían con la suerte de Itzel y Efraín. La mayor parte del tiempo ocurría lo contrario: dos personas se veían obligadas a casarse para salvar a sus reinos, o para asegurar la línea sucesoria, y pasaban una vida entera odiándose mutuamente.

Mientras se llevaban a cabo las negociaciones para su matrimonio, Pedro pensó que, con suerte, entre su esposo y él podría haber respeto. Eventualmente, incluso una amistad.

Han pasado cuatro meses desde su boda y no puede decir que tenga una amistad con Martín, pero su relación es buena. Aún están en esa etapa en la que la mayor parte de su interacción se da en los pasillos o en el comedor, pero hay días en los que Martín hace un espacio en su agenda y pasa un rato junto a él, usualmente cuando está en el jardín. A veces le pregunta cosas sobre Tlayolotl, sobre su cultura y su gente, sobre sus dioses y celebraciones. Incluso le ha pedido que le enseñe un poco de su lengua sagrada, para entenderlo mejor.

En agradecimiento por el interés en él y su cultura, Pedro hace lo mismo con Martín. Gracias a ello, comprende un poco más sobre Argenteus y su historia. Comprende sus complicaciones políticas y, en especial, la importancia en todas las obligaciones de Martín como un rey tan joven en un territorio que ha estado en paz por cuatro generaciones y que ahora está en una situación complicada.

Entiende mucho más la desesperación que llevó a ambos reinos a pactar con un matrimonio.

Aunque hablan más ahora, a veces Pedro tiene la impresión de que hay cosas que Martín quisiera decir y no lo hace. Lo nota en los momentos en los que siente su mirada fija en él, en esos silencios que se extienden entre ambos y que ninguno se atreve a romper. Le causa curiosidad por saber qué es lo qué pasa por la mente de su esposo, pero él tampoco pregunta mucho al respecto. Después de todo, hay mucho que él también quisiera decirle a Martín, pero no lo hace, porque las charlas amenas bajo la sombra de los árboles o los chistes privados a la hora de la cena no son suficientes para decir todo aquello que Pedro siente que toma forma dentro de él.

Por otro lado, Argenteus ya no le parece tan terrible como al principio, aunque no se acostumbra del todo al lugar. No se acostumbra al frío que hace dentro de algunas zonas del palacio, ni a saberse encerrado dentro de la ciudad amurallada, y aunque no le da tanta importancia, tampoco se acostumbra a que aún haya muchas personas que lo miran con desconfianza por los pasillos. Hay algunos que, incluso, deciden ignorar el hecho de que hablan el mismo idioma, y dicen cosas sobre él cuando pasa junto a ellos.

No todo es malo y hay algunas cosas que comienzan a gustarle del lugar. Le gusta la comida, por ejemplo, y la forma como el sol entra por la ventana de su habitación todo el día, llenándola de luz y un calor que se siente como el de casa. Le gusta escuchar el bullicio en los días de plaza y de audiencia, y las noches despejadas en las que puede ver las estrellas.

Y, bueno, también le gusta Martín.

Pedro ha tenido tiempo suficiente para reflexionar sobre su matrimonio, y también para observar a su esposo. Y tras estos meses, le es fácil aceptar —al menos para sí mismo— que sí siente atracción por él, que disfruta el tiempo que pasan juntos.

Martín es muy diferente a como lo imaginó. Es divertido, a ratos irónico. Es un hombre carismático, de esas personas que te agradan de inmediato. Es el tipo de persona que puede pasar un día entero en la sala del trono, recibiendo a personas para la audiencia, y no quejarse del paso de las horas del hambre, o ser sólo un muchacho de diecinueve años, fastidiado por las obligaciones del día a día.

No, no pasan mucho tiempo juntos, pero Pedro ha notado cosas de Martín que no esperó que existieran. Sabe que pasa horas encerrado en su biblioteca, estudiando, porque tiene hambre de conocimiento; y aunque no está presente en cuerpo durante las audiencias —para evitar las miradas y los comentarios de la gente— sabe que siempre defiende las causas que a él le parecen justas. Con cada día que pasa, Pedro comprende un poco más al hombre con el que está casado, y poco a poco le pierde un poco el miedo a enamorarse de él.

Es pronto para decir si lo ama o no; pero lo que sea que Pedro siente por él, es suficiente para que decida proteger a Argenteus de la misma forma como lo hizo con Tlayolotl. En Argenteus no le agradecerán a la Pequeña Serpiente por su protección y, de hecho, nadie sabrá que él protege el reino, pero no importa. Argenteus no es Tlayolotl, no es su corazón del bosque y quizá nunca lo será, pero algo en el lugar se vuelve cada vez menos ajeno y eso es suficiente. Es mucho más de lo que Pedro creyó en un principio.

La primera noche de Luna nueva después de su decisión, Pedro sale del castillo. Lo hace con cuidado de no ser descubierto por los guardias y, protegido por la oscuridad y su segunda piel, recorre el perímetro del castillo, murmurando las palabras sagradas con las que también protegió a su hogar y a su hermana. Cuando termina, horas más tarde, el sol está por salir. Pedro está exhausto y apenas tiene la energía suficiente para regresar a su habitación, tan silenciosamente como puede. Aunque afuera se escucha el bullicio del nuevo día, se queda dormido en un instante.

Despierta horas más tarde, cuando el sol ya está en lo alto. Justo cuando está por levantarse de la cama, escucha que llaman a su puerta.

—Adelante —dice a mitad de un bostezo. Cuando la puerta se abre, es Martín quien se asoma—. Hola.

—Hola —responde Martín mientras entra en la habitación y cierra la puerta detrás de él, aunque no acorta la distancia entre ambos y se queda junto a la entrada—. No bajaste en toda la mañana y vine a ver si todo está bien.

Pedro asiente y vuelve a bostezar.

—Sí, sólo estuve despierto toda la noche.

Martín levanta una ceja pero como Pedro no explica más, al final sólo asiente.

—Supuse que estarías hambriento —agrega Martín— así que, si lo deseas, podemos almorzar juntos.

—Oh, sí, me muero de hambre.

Pedro sonríe un poco y se levanta de la cama; de inmediato siente el cambio de temperatura en su torso desnudo, y se estremece un poco. Bosteza una vez más mientras estira los brazos al aire y, cuando se percata del silencio que hay en la habitación, voltea hacia Martín. Su esposo continúa junto a la puerta, con la mirada fija en él. Ambos se miran uno al otro durante unos segundos. Pedro observa, atento, cuando Martín traga en seco: sigue el movimiento de su manzana de Adán y siente un nuevo estremecimiento, que nada tiene que ver con el ambiente. Después mira sus labios entreabiertos durante varios segundos hasta que Martín sale de su estupor, carraspea y desvía la mirada.

—Te veo en el comedor —dice y, sin esperar una respuesta, sale de la habitación.

Pedro tarda un poco más de lo esperado en reunirse con él en el comedor y, entre plato y plato, hablan sobre todo y nada al mismo tiempo. Ninguno menciona lo ocurrido en la habitación.

¿Qué es lo que pasa con Pedro? ¿Qué hizo esa noche que estuvo afuera del castillo? ¿Cuándo van a coshar, digo, ser menos babosos? Las respuestas a éstas y más preguntas las sabrán algún día. Tal vez. 

[Latin Hetalia] Corazón verde, muros de piedra (Argenmex)Where stories live. Discover now