Capítulo 14

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¡Hola! Gracias, como siempre, por su enorme paciencia con esta historia. Por otro lado, espero que se encuentren todos bien, sanos y en casa. Antes de comenzar con el capítulo, les cuento rápido que decidí cambiar el nombre de Argentum por Argenteus; fue después de meditarlo un buen rato, pero me gusta a más como queda ahora. 

Sin más, el capítulo:

XVI

Desde que recibió la carta de Efraín, Pedro no ha estado tranquilo y eso, sumado a los cambios constantes que percibe alrededor del reino, no hace más que mantenerlo taciturno. No siempre puede dormir, pensando en todo lo que ocurre, y ha salido más de una noche al mes para corroborar que su protección sigue de pie, aunque sabe que sigue ahí y que habría sentido si algo realmente malo hubiese ocurrido.

Esta noche no es diferente. Hace unas cuatro horas que salió de su habitación, adoptando una de sus varias pieles, y recorrió las calles de la ciudad. Estuvo cerca de las murallas y sobrevoló la ciudadela para corroborar que no hubiera nada fuera de lugar. Sabe que no es necesario que haga estos recorridos nocturnos, pero se siente más útil haciendo esto que quedándose en el castillo dando vueltas en su cama.

Cuando finalmente está seguro de que todo sigue en orden, regresa con el mismo sigilo con el que sale y está a unos pasos de su habitación cuando algo se abalanza sobre él. Su forma actual es útil, escurridiza incluso, pero no es la mejor para defenderse del todo, en especial cuando la temperatura del castillo le hace moverse más lento de lo normal. Así que Pedro decide regresar a su piel humana.

Todo ocurre en un parpadeo: donde antes hay un cuerpo pequeño y escamas, pronto hay un hombre. Pedro aprovecha la sorpresa de su atacante para girar sobre su cuerpo, quedando sobre éste, y busca entre su ropa hasta empuñar su daga negra, que lleva al cuello del hombre debajo de él.

—¿Pedro?

Le basta con escuchar la voz para alejarse rápidamente.

—¿Martín?

Hay un momento durante el cual solo se escucha la respiración agitada de ambos y Pedro podría haberse quedado ahí, pasmado, de no ser porque ve el momento en el que Martín se lleva la mano al cuello y se limpia un poco de sangre. Entonces Pedro deja caer su daga.

—Dioses —murmura, horrorizado por lo que acaba de hacer—. Yo no...

Martín levanta la mirada y Pedro se queda mudo, porque esa no es la mirada del Martín que ríe con él o que lo acompaña en los jardines o que escucha con atención las historias de su gente. No es la mirada del Martín que recorre su cuerpo a besos o que acaricia su rostro mientras se corre dentro de él. No, esta es la mirada del Martín que es rey, que es inalcanzable, absoluto.

De pronto, Pedro se siente pequeño a su lado. Está por decir algo cuando escuchan los pasos pesados de los guardias acercándose por el pasillo. Entonces, Pedro pondera la situación: atacó al su esposo, el rey. La daga negra aún está en el piso, a su lado, y bastará con ver a Martín para que sus guardias decidan que es prueba suficiente para apresarlo por intento de homicidio. ¿Qué hará, entonces? Podría volver a adoptar alguna de sus pieles y huir, pero eso...

—Sígueme.

Pedro levanta el rostro y ve que, mientras él comenzaba a dejarse vencer por el pánico, Martín se ha puesto de pie.

—¿Qué? —pregunta sin comprender qué ocurre. Martín mira hacia el pasillo, donde el sonido de pasos es más cercano.

—¿Prefieres quedarte aquí y ser apresado o seguirme a mi habitación?

La respuesta es obvia. Pedro se pone de pie, toma su daga y sigue a Martín hasta la habitación. Martín abre la puerta y lo deja entrar primero justo cuando los guardias están en el lugar que acaban de abandonar.

—¿Todo bien? —pregunta Martín, dirigiéndose a alguno de los recién llegados.

—Escuchamos ruido, Majestad —responde uno.

—No escuché nada —agrega Martín—, pero gracias por estar atentos. Pueden regresar a sus puestos.

Pedro no tiene que verlos para saber que los guardias hacen una reverencia antes de regresar por donde vinieron. Pasan unos segundos y Martín entra en la habitación, cerrando la puerta detrás de sí. En silencio, camina hasta su mesa, donde hay una vasija con agua y un recipiente. Sirve un poco de agua y con su pañuelo limpia las gotas de sangre que aún bajan por su cuello

—No pensé que fueras bueno con las armas —murmura Martín. Pedro frunce el ceño.

—Soy un guerrero, por si no lo sabías.

—No, supongo que no.

Y es el tono en el que lo dice, con decepción, lo que hace que Pedro sienta una opresión en el pecho y desvía la mirada.

—¿Eres tú el que anda por el castillo todas las noches?

—Sí.

—¿Y en la ciudadela?

—También.

—¿Por qué?

Silencio.

—¿Qué eres?

Ante esa pregunta, Pedro vuelve a alzar el rostro. Ve que Martín está más cerca de lo que pensó que estaba y que le observa con precaución, como lo harías con un animal salvaje del que sabes que no debes fiarte. Y Pedro siente el momento exacto en el que su corazón se rompe un poco, porque todos en Argenteus lo han visto así, con desconfianza, con rechazo incluso... todos, menos Martín. No obstante, aunque la opresión en el pecho no desaparece, se mantiene tan sereno como puede.

Nahualli —responde, irguiéndose un poco mientras lo dice—. Un hechicero cambiapieles.

—¿Eso significa...?

—Que puedo adoptar algunas formas no humanas.

Martín no parece convencido, pero quizá el hecho de haberlo visto aparecer de la nada mientras estaba en su piel de serpiente hace que crea un poco lo que dice. Quizá.

—Nuestro acuerdo matrimonial no decía nada de casarme con un... nahualli.

—No —asiente Pedro—, no decía nada sobre eso.

—¿Planeabas decirme?

—Yo...

—Responde a la pregunta.

—Solo si era necesario.

Martín bufa, evidentemente molesto, y le da la espalda. Mientras, Pedro vuelve a pensar qué es lo que hará ahora. Las ganas de adoptar su forma de águila son tan grandes que si no lo hace es solo porque la situación ya es lo suficientemente complicada ahora como para arruinarla más. Ahora, más que nunca, desearía que su hermana estuviera con él.

—¿Hay algo más que no me dijeron tú y tu hermana antes de nuestro acuerdo?

¿Qué caso tiene mentir ahora?

—Sí —responde con voz queda.

Hay otro silencio en la habitación.

—Dime todo —murmura Martín mientras se cruza de brazos y se niega a verlo aún—. Aún no es de día y no te irás de esta habitación hasta que me digas todo lo que no me dijeron antes de aceptar casarme contigo. 

*

Y así la cosa. ¿Qué les parece el giro que toma esta historia?

[Latin Hetalia] Corazón verde, muros de piedra (Argenmex)Where stories live. Discover now