Capítulo 17

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"No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas". Lucio Anneo Séneca. Filósofo latino.


   Claudia recorrió la poca distancia que le separaba de Quinto, aterrizando sobre él en el suelo y como pudo, le volvió la cabeza para incorporarlo.

     Quinto, agarrándola del brazo firmemente, preocupado le ordenó:

—Ponte a resguardo ¡Vete de aquí!

—¡Oh, por favor, cállate! No es momento de discutir ahora, hay que sacarte esa flecha, te ha atravesado la lórica. Necesito a alguien con la fuerza suficiente para sacártela... —dijo la joven demasiado preocupada mientras levantaba la cabeza levemente y observaba la lucha a su alrededor.

     Los legionarios se habían organizado y se habían colocado en fila, uno al lado del otro, sus escudos repelían el ataque de las flechas a la misma vez que intentaban proteger a su jefe. Los asaltantes no terminaban de atacar, escondidos entre los robustos árboles y la frondosa vegetación del lugar.

     Uno de los centuriones se dio cuenta del problema y se acercó a su señor gateando.

—¿Necesita que la extraiga?

—Sí, ha atravesado la lórica y yo no tengo la fuerza suficiente.

—¡Apártese!

     Claudia rasgó el bajo de su túnica y haciendo una mordaza con la tela, se la colocó a Quinto en la boca.

—¡Muerde! —ordenó Claudia a Quinto.

—Habrá que darle la vuelta un poco para romperle la flecha por detrás de la espalda, usted sujételo... —ordenó el centurión.

—Te va a doler... —advirtió Claudia a Quinto como si el hombre no lo supiese.

     Quinto asintió con la cabeza y, sujetando entre los dientes aquel trozo de lienzo, asintió para que procedieran.

     El deslizamiento del trozo de flecha hizo que Quinto emitiera un agónico grito de dolor. Claudia sintió el dolor como si hubiera sido en carne propia. A continuación, el soldado rompió con un golpe seco el trozo de madera que sobresalía de la espalda, quedándose la punta de la flecha en su mano. Tirándola rápidamente al suelo le ordenó a Claudia:

—Sujetadle el cuerpo, hay que retirársela por delante ahora.

     Entre los dos volvieron el cuerpo y el centurión se puso frente a su jefe. Cuando Claudia agarró con firmeza a Quinto de nuevo, el soldado aprovechó para retirar el resto de la flecha, momento en que Quinto se desvaneció por el fuerte dolor, perdiendo así el conocimiento.

—Tapone la herida si no quiere que se desangre —ordenó el centurión volviendo sobre el terreno.

     Claudia hizo presión sobre el pecho de Quinto, taponando la herida. Sin dejar de observar el ataque que transcurría a su alrededor, comprobó como el anciano Plinio se ponía a cubierto e intentaba arrastrarse para llegar hasta ellos, sin que las flechas le alcanzaran.

—¿Cómo se encuentra el procónsul? —preguntó el hombre.

—Bien, necesito que permanezca aquí sujetando el lienzo. Si presiona la herida, yo puedo ayudar a los soldados —dijo Claudia preocupada porque los asaltantes salieran de su refugio e iniciaran la lucha cuerpo a cuerpo—. Soy buena con la gladius y no pienso permitir que nos maten aquí.

     Plinio se quedó sorprendido por el valor de esa mujer, realmente era espléndida en medio de aquel aluvión de flechas.

—Haced lo que creáis conveniente, yo vigilaré al procónsul, no se preocupe.

TARRACO (Completa) @ 2 Saga Ciudades RomanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora