Capítulo 21

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"No hay mortal que sea cuerdo a todas horas".

Plinio el Viejo, 23-79 Escritor latino.


           Claudia miraba a Quinto fijamente intentando no romperse y que las lágrimas inundaran sus mejillas. Hizo un esfuerzo titánico para no llorar delante de aquel cretino porque nunca pensó que escucharía esas palabras de sus labios.

—¿Cómo has dicho? —preguntó incrédula mientras recogía a su hijo del suelo.

—Que mañana tengas recogido todo para regresar a Tarraco —dijo el soldado sin querer mirarla sabiendo que su mujer estaba malinterpretando sus palabras, necesitaba un escarmiento y él se lo iba a dar.

     Todavía continuaba enfadado con ella por su constante manía de meterse en medio del peligro, si bajaba la guardia delante de ella, nunca aprendería la lección.

     Claudia no se había equivocado, la estaba echando de su lado, pero aunque fuera lo último que hiciera no se rebajaría ni se humillaría delante de él. Si quería que se fuera, eso mismo haría, pero ese perro iba a aprender una lección, ¿quién se había creído para juzgarla de esa manera?

     Volviéndose cogió la manta del pequeño Quinto y, envolviéndolo, salió del barracón sin decir palabra alguna.

—¡Estupendo! —pensó Quinto malhumorado— otra noche sin dormir.


—¿Qué pasa ahora? —preguntó Paulina mirando a su amiga mientras entraba en su barracón.

—Coge al pequeño Quinto —pidió Claudia apresuradamente.

     La joven tomó en sus brazos al rollizo niño que sonrió enseñando un par de dientes que ya le habían salido y, ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor, se agarró con las dos manos a la vestimenta de Paulina saltando de alegría, aprisionado entre la manta que tenía alrededor del cuerpo.

—¡Menos mal que por lo menos hay alguien alegre en esta maldita ciudad! —dijo la joven besando en la mejilla a la criatura—. A ver, déjame que te quite esto...

     Apenas estaba Paulina terminando de decir eso cuando Claudia volvió a salir por la puerta.

—Pero ¿a dónde va tu madre? No entiendo nada —dijo la joven extrañada dirigiéndose a cerrar la puerta.


     Quinto se acababa de sentar a comer algo de la fría cena, asimilando que esa noche volvería a estar solo, cuando la puerta rebotó contra la pared. Por instinto, el soldado se levantó del asiento dispuesto a coger la gladius mientras miraba la entrada. Claudia dio un paso al frente observándole con todo el odio del mundo y, volviendo a entrar, dio otro portazo más. Los dos soldados que montaban guardia fuera, sonrieron ante el furioso carácter de la mujer.

     Quinto decidió sentarse nuevamente en el banco intentando tener toda la paciencia del mundo, recordando que Claudia estaba embarazada y que estaba enfadada. Si le reclamaba el portazo, la situación se le iría de las manos. Al fin y al cabo era comprensible que estuviera molesta, le había insinuado que volvía a Tarraco sola.

     La joven empezó a recoger los pocos objetos personales que tenía, sacó del baúl sus armas y las puso a encima del lecho. Cuando terminó de meter su ropa, se dirigió hacia donde guardaba las del pequeño Quinto. Se llevaría nada más que la ropa que fueran a necesitar y sus armas. Al cabo de unos cuantos minutos estuvo todo dispuesto y, metiéndolo en una especie de saco, salió del barracón dando otro portazo.

TARRACO (Completa) @ 2 Saga Ciudades RomanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora