Capítulo dos: Un amigo.

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Capítulo dos: Un amigo.

Busqué y rebusqué en mi armario un atuendo presentable para el día de hoy, el lugar estaría rodeado de todos los niños ricos, millonarios y multimillonarios del instituto, y lo peor era que no estaría el uniforme para salvarme.

Soplé. Sabía que no debía aceptar, tuve que decir un simple no, un no puedo y hasta un no quiero hubiera servido pero no, tuve que decir un tonto "claro". Qué idiota.

Me lancé de espalda al colchón y suspiré, cubrí mis ojos con mi antebrazo y comencé a pensar. Todos los chicos que conocía del instituto eran agradables pero no sabía si podía llegar a confiar en ellos al punto de decirles que no tenía dinero para comprar ropa de segunda mano, mucho menos aquella que ellos compraban como si fuera nada, ellos ni siquiera sabían dónde yo vivía. Dios.

¿Debería cancelarles y decir que he enfermado? Si hiciera eso ¿cómo explicaría que mañana estuviera perfectamente bien?

Me jalé de los cabellos al no encontrar nada bueno en mi cerebro. ¡Vamos Martin, piensa, piensa!

Mi móvil sonó, indicando un nuevo mensaje, bueno, al menos podía decir que tenía un buen celular, no era uno de último modelo como el de mis compañeros pero era táctil y no de botones como el anterior. Me fijé en la pantalla, era Esteban, quien decía que si ya estaba listo, estaba dispuesto a pasar por mi casa para ir a la fiesta de los mellizos, pero él no sabía donde quedaba mi casa.

Le contesté que no sabía si ir o no, razones para no hacerlo me sobraban y las ganas hace rato que se había esfumado, ahora mismo sólo quería quedarme a dormir hasta que se hiciera de día y tuviera que repetir la rutina. Además aún debía hacer las actividades que habían dejado los profesores para nuestra próxima clase, que era dentro de dos o tres días, quizá hasta la próxima semana, quien sabe.

Al poco rato Esteban dijo que sí o sí yo debía ir, no puedes dejarme solo con esas víboras dijo, me preguntó que porque no quería ir ya si anteriormente le conté que asistiría y ahora mismo quería golpearme por ser tan tonto.

¿¡Por que le dijiste que irías!?, me recriminé. Y muy a mi pesar le conté mis verdaderas razones, me pareció una eternidad el tiempo en que tardó en responder y cuando lo hizo un suspiro lleno de alivio brotó de mis labios.

Esteban me prestaría ropa para asistir a la fiesta. Esa oración se repetía una y otra y otra vez en mi cabeza y vaya, que gran chico era él.

Me pidió la dirección para venir por mi y luego de enviarla desperté de mi ensoñación.

Esteban vendría, traería su auto y lo aparcaría en un barrio de mala muerte. Oh Dios, lo dejarían sin auto.

Rápidamente tomé mi mochila, la vacíe y metí en ella un pantalón de dormir, una camisa y ropa interior, tomé las llaves y caminé apresuradamente a la puerta, el motor de un auto se escuchó y al abrir la puerta él ya estaba frente a mi casa, apagó el auto cuando yo cerré la puerta y le pasaba seguro, cuando sentí que me miraba y se bajaría negué con la cabeza y corrí al auto, me adentré en el y le dije que arrancara lo más rápido que podía.

Al menos los vidrios eran polarizados y de afuera nadie nos vería o a mí no me verían y eso era bueno, sería sumamente imposible negar que era yo en un auto de ricos.

***

Mediante el camino a su casa el auto estaba en silencio, nadie habló luego del saludo principal, el conducía tranquilo y yo miraba por la ventana como si fuera la cosa más grandiosa, a los veinte minutos más o menos ya estábamos frente a su hogar, él aparcó en el espacio hacia el garaje y apagó el vehículo.

Esperé a que saliera para seguirle, luego de él bajar del auto yo lo hice y caminó hasta la puerta de su hogar, metió la llave en el cerrojo y la puerta se abrió cuando la giró, me invitó a pasar con una sonrisa y así lo hice.

-¿Me dices por que actuaste como loco? -dijo divertido, cuando cerré la puerta tras de mi, dejó su llavero sobre una mesita a su paso. -Rose, ¿puedes llevar leche y galletas a mi habitación, por favor? -le pidió a una señora, ella asintió y volvió a desaparecer.

Aparentaba tener la misma edad que mi mamá y esperaba que la amabilidad que tenía Esteban con ella fuera la misma que tuvieran los señores Lohan y sus hijos hacia mi madre, porque de otro modo eso no me agradaría. Para nada.

-¿Querías quedar sin auto acaso? -inquirí siguiendo sus pasos, subiendo las escaleras, acaricié la baranda a medida en que subía y la madera se sentía muy suave bajo mis palmas.

-¿Por que querría eso?

-Era lo que iba a pasar si te quedabas al menos dos minutos allí. -contesto, al llegar al piso de arriba el gira sobre sus talones y frunce el ceño. -Es un barrio de mala muerte, ¿qué esperabas?

-¿Podrías dejar de llamarlo así? Es tu hogar, al menos tienes un techo donde dormir. -un techo que seguro pronto se caería. -¿Por eso nunca nos habías invitado a tu casa?

-¿Imaginas todos esos autos en la acera de ese lugar? -reí, él no lo hizo y me dijo que podría sentarme en la silla de su escritorio, caminé hacia ella y me senté. -No gracias, seguro luego pensarían que nosotros también tenemos dinero y eso no sería bueno. -explico luego de un rato.

-Rose estaba en una situación parecida y mis padres le dijeron que podría vivir aquí, con sus hijos, ¿donde trabajan tus padres? -consultó. Esto era lo que no me gustaba de socializar con alguien más allá de lo académico.

-Mi mamá trabaja en casa de los Lohan, cocina y limpia su hogar todos los días. -expliqué.

-¿Los Lohan? -asentí. -¿Los padres de los mellizos? ¿Esos Lohan? -volví a asentir, confundido. -Vaya. ¿Y tu papá?

-Lo enviamos a la cárcel cuando tenía seis años y desde ahí no se nada de él. -me encogí de hombros, el caminó hacia su armario y saco unos cuantos vaqueros, algunas camisas y una chaqueta de cuero negra.

-Mídete eso, lo que te guste te lo dejas. -alguien tocó la puerta cuando asentí y luego la señora Rose entró con una bandeja llena de galletas y dos vasos de leche, la dejó sobre el escritorio y volvió a salir. -Puedes darte una ducha, cambiarte en el baño o simplemente hacerlo aquí, puedo esperar afuera.

-Esteban, ¿puedo preguntarte algo? -él asintió. -¿Luego de la fiesta podrías dejarme dormir aquí con mi madre? -él me miró confuso y ladeó la cabeza sin entender. -No me gustaría que regresara a casa hasta tales horas de la noche y ella suele ser algo terca. -expliqué.

-Ah, claro, por supuesto, cuenta con ello. Deja le aviso a mis padres. -sin deparar en nada sacó del bolsillo trasero de sus vaqueros su móvil y comenzó a teclear en el.

-Esteban, ¿por que haces esto? -dije señalando la ropa, lo reciente y también refiriéndome a que había ido por mi a mi hogar, sin importarle en lo más mínimo que el lugar no estaba a su altura, ni siquiera se había detenido a persarlo, mucho menos me había tratado mal o criticado.

-¿Somos amigos, no? -asentí sutilmente. -Eso es lo que hacen los amigos.

Mi asombro fue instantáneo, rápido y hasta eficaz, él pareció entender mi silencio porque tomó dos galletas de la bandeja y abandonó la habitación para que yo pudiera bañarme y cambiarme de ropa.

Vaya. Tenía un amigo. Uno de verdad.

¿Acaso no era eso genial?

El nacer de un deseo.Where stories live. Discover now