Capítulo cinco: Un trabajo.

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Capítulo cinco: Un trabajo.

Hoy ya era catorce de febrero, jueves de San Valentín mejor dicho, mi mamá me dejó seguir durmiendo porque hoy no tendría que ir al colegio, los profesores postearon en la página de facebook creada por el instituto que no habría clases porque, como siempre, querían usar de excusa que era un día especial, diferente, pero no lo era, hoy solamente era un día común que los enamorados utilizaban para darse regalos entre ellos, algunos chicos le quitaban lo único valioso que tenían unas que otras chicas y otros, como yo, nos levantábamos sin tener un puto mensaje de amor en el celular.

Eso no me importaba, sí tuve mensaje en mi móvil, casi todos de aquel grupo que Jazmine se molestó en crear para mantenernos comunicados en días como estos, nada más llegar a mi casa el grupo fue abarrotado de mensaje tras mensaje, estaba formado por nueve personas, sin contarme. Así que básicamente iba así, los mellizos, su hermana Jackie, quien parecía ser su mejor amiga; Jazmine, el novio de esta, o sea Aaron, mi amigo Esteban, la pelirroja que se llamaba Amelia, un chico amigo de ellos llamado Vicente y una castaña con el nombre de Tatiana.

Todos quedamos en salir a hacer algo en la noche o al menos, volvernos a reunir en casa de los tres hermanos, así que por ahora debía aprovechar la mañana. Me levanté de un salto de la cama, busqué el pantalón rasgado que no me abandonaba desde hace año y medio y una camisa que Esteban me regaló ayer, cuando pasamos por su casa antes de venir a la mía.

Cogí la toalla que yacía sobre una silla que tenía dentro de mi habitación y salí hacia el pasillo para adentrarme al baño, luego me preocuparía de comer cuando estuviera vestido, peinado y perfumado.

Porque sí, al menos también contaba con una colonia, no era de marca, no duraba impregnada en mi cuerpo por veinticuatro horas, me duraba una tres o cuatro, como mucho, pero algo es mejor que nada.

Cuando acabé mi ducha salí del baño y volví a mi habitación, mi móvil sonó y supuse que Jazmine había enviado un mensaje al grupo para desearnos un Feliz San Valentín, sí, aveces esa chica podía ser intensa.

Caminé hacia el enchufe donde tenía conectado mi móvil y lo desconecté del cargador al mirar la batería completa. Desbloqueé la pantalla y presioné la bandeja de mensajes para ver el mensaje de la burbuja intensa.

Pero no se trataba de ella.

Mi pulgar quedó suspendido en el aire cuando vi el nombre con el que había agendado a la chica de ojos esmeraldas. Mi órgano interno, ese que bombea la sangre a todo el cuerpo, aquel mismo que conocíamos como el corazón comenzó a palpitar de una manera acelerada, precipitada, violenta, sentí que saldría volando de mi cuerpo. Toqué el mensaje para abrirlo de una buena vez y al hacerlo pensé que estaba en el mismo cielo.

Buenos días, Martin. Feliz San Valentín, ¿quieres tomar un café conmigo por ahí?

Dios mío, ella estaba invitándome un café, a mi.

Tuve que retroceder hasta el colchón y dejar caer mis posaderas en el, así mismo como antes me sentí en las nubes caí de culo al suelo en un muy duro estrellón al recordar lo que se suponía que haría hoy.

¡Nooo! ¿Por que?, me recriminé y volví echarle un vistazo al móvil, ahí seguía el mensaje, no había desaparecido, no era producto de mi imaginación, mis ojos no me engañaban, en verdad estaba ahí. Dios.

Le contesté con la verdad, que por más que quería aceptar su invitación no podía, que me disculpara y que nos veíamos más tarde. No tenía ni idea de cómo reaccionó al leer mi mensaje, si se enojó o simplemente no le dio importancia, no sabía si alguien más había declinado su invitación alguna vez, pero me imaginaba que nunca había sido así.

Dicen que para todo hay una primera vez pero rayos, yo no quería ser su primera de esa.

***

Estaba frente al local, sólo un empujoncito a la puerta y un paso dentro bastaría para estar frente a frente a quien necesitaba que me diera un trabajo, por quinta vez. Nada más empujar la puerta y adentrarme al lugar noté que la barra y algunas mesas estaban ocupadas, el olor a café recién hecho y galletas recién salidas del horno me llenó las fosas nasales y logró hacer retorcer a mi estómago. Después de todo no logré comer ni un bocado de los huevos que había preparado mamá.

—¡Martin, muchacho, qué bueno volver a verte por acá! —saludó don Flavio, emocionado, estaba detrás de la barra, frente a la caja registradora, parecía que acababa de cobrarle a algún cliente porque uno delante de él guarda su billetera. —Dime, ¿cuál es el nombre de la afortunada?

Quise reír pero lo reprimí, por primera vez desde que lo conocí no venía a su cafetería porque debía trabajar para poder darle algún presente a mis novias, siempre recurría a él cuando comenzaba una relación y sin oposición a darme trabajo me recibía. Era muy raro venir aquí y no darle ningún nombre.

—Esta vez sin novia. —dije acercándome a la barra y tomando el asiento vacío que dejó el cliente anterior.

—Vaya. ¿Y eso debido a qué? Aún no se te caen los dientes. —observó dudativo. Su esposa, Fabiana, llegó a su lado y le pellizco justo en el brazo. —¡Ay, mujer! ¿Por que me maltratas? —chilló sobando la zona afectada.

—Deja de estar curioseando la vida de Martin. Ya te lo he dicho, harás que un día no quiera volver. —le regañó con severidad y luego volvió su vista a mi, su rostro se suavizó, como quien está a punto de interactuar con un bebé. —¿Cómo te ha ido, pequeño?

—Y luego me dice que no sea curioso. —murmura el anciano haciéndose el que acomoda las galletas en el mostrador.

—Puedo decir que al menos tengo vida y salud. —contesto con una sonrisa. —Esto está lleno hoy, ¿no? —comento mirando a mi alrededor, ella asiente. —¿Necesitan ayuda? —esa es mi forma de decir, ¿podrían darme trabajo, por favor?

Ya sabes lo que tienes que hacer. —dicen ambos al unísono, con una amplia sonrisa, levantan la madera de la barra y abren una pequeña puerta para que entre a su lugar de trabajo.

—Gracias. —digo nada más estar junto a ellos y los envuelvo a ambos en un abrazo.

Cuando termino el abrazo la anciana deja un beso en mi mejilla y me la aprieta antes de hacerme entrega de un delantal y ese pequeño broche con mi nombre que nunca desechan. Ambos se pierden detrás de la cocina y me dejan al mando del lugar, pasan las horas y yo estoy atendiendo a las personas con la sonrisa más grande y sincera que he tenido en la vida.

Personas van, personas vienen, algunos hablan muy bajito para no molestar a los demás y están otros que hablan como si no existiera nadie más en el lugar, definitivamente amo esto, hacer esto, atender a las personas, escucharlas si necesitan hablar, oír cada historia que quieran contar y hasta soltar un consejo de ser necesario.

Le hago entrega de un café y galletas para llevar a una señora, cuando ella me entrega los billetes correspondientes los meto a la caja registradora, eso luego de desearle un buen día y un feliz San Valentín, ella sonríe complacida y camina hacia la salida. La observo caminar, la pequeña niña a su lado intenta coger una de las galletas de su mano y su madre maniobra para dársela sin derramar el café.

Hago el ademán de salir de mi lugar para ayudarla y abrirle la puerta pero antes de siquiera mover un músculo la puerta se abre, ella sale gracias a que una chica le sostuvo la puerta y no cualquier chica, sino esa chica, Jackeline estaba aquí.

¿Qué hacía ella aquí?

El nacer de un deseo.Where stories live. Discover now