Capítulo seis: Un café.

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Capítulo seis: Un café.

La señora le sonrió agradecida y ella le devolvió la sonrisa, cuando mi clienta desapareció y la muchacha entró por completo deseé que me tragara la tierra, el mundo, el universo entero, por inercia me agaché al sentir que ella me vería, me mantuve ahí, escondido detrás del único lugar en el que no se podía mirar desde afuera, la caja registradora. Dios, ¿por que me pasa esto a mi?

Poco después Flavio cruzó el umbral que separaba la cocina del lugar de despacho, arqueó las cejas cuando me vio ahí, tirado de culo al suelo, aterrado porque Jackie me encontrara aquí. Ni siquiera sabía porqué tenía miedo, o tal vez no era miedo, puede que sea pena, vergüenza. ¿Pero por que me sentiría así? Estaba trabajando honradamente, no tenía porque sentirme avergonzado.

Pero vamos, fue lo primero que se me ocurrió hacer tras verla, algo así como un acto de defensa. Flavio recorrió el lugar con la vista, seguramente buscando al culpable de que me sintiera abochornado, su vista se detuvo en un lugar pero frunció el ceño y me observó, queriendo descifrar sin preguntar qué coño hacia escondido tras la caja registradora. Entonces, lo que seguramente para ese momento le pareció lo más sensato giró su rostro hacia atrás y llamó a su esposa.

Ella asomó su cabeza por el umbral, el ceño fruncido y los ojos inyectados en confusión, su mirada me decía, ¿Qué cojones haces ahí, Martin? Pero no dijo nada, ella y Flavio se acercaron a mi, tomaron cada uno una de las sillas de plástico que se encontraban en una esquina y se sentaron frente a mi.

-¿Qué ocurre? -consultó Fabiana, su tono fue de ese que utilizas para hablarle a un niño asustadizo, yo era ese niño asustadizo. -¿Qué pasa, Martin?

Quise hablar, decirles lo que me pasaba pero ni yo mismo lo sabía, entonces opté por apartar la mirada, apenado por mi actitud. Entonces una voz por encima de todas las voces del lugar se escuchó, su voz.

-Disculpe, ¿hay alguien que me atienda, por favor? -no se oía lejos, quizá se sentó justo en la mesa frente a donde me escondía.

-Un momento, por favor. -pidió mi jefe y amigo, su vista volvió a mi. -Lo que sea que te esté pasando lo hablaremos luego, ¿si? -lo miré horrorizado. -Ahora ve y atiende a esa chica. -negué efusivamente con la cabeza.

-¿Por que no? -dijo en su lugar Fabiana. Ay, diosito.

Entonces balbuceé: -Yo la conozco, no quiero que me vea.

-¿Por que no? Quizá hasta podrías hablar con ella de tu problema. -volví a negar, Fabiana me miró sin entender y Flavio frunció aún más el ceño.

-¿Pero por que...? -pero como si lo hubiera descifrado se calló por un milésimo de segundo, levantó la vista y luego volvió a mi, ahora estaba asombrado, como si no se lo hubiese esperado, como si yo hubiera tomado una galleta sin antes consultarle, como si me hubiera bebido toda la jarra de café y no tuviera intenciones de pagarle, entonces en un susurro gritó emocionado: -¡Te gusta! -en ese instante me sentí desfallecer.

-¡No me gusta, apenas la conozco! -dije en el mismo tono que él. -No digas tonterías.

-¡Si te gusta! -sus susurros fueron emocionados, llenos de alegría, como si ya hubiera sido hora de que eso pasara.

Entonces Fabiana habló:

-Ahora irás con ella, la saludarás y le preguntarás qué desea ordenar, yo estaré aquí mirando cada uno de sus movimientos y te diré si le interesas. -me quedé perplejo al escucharla y ambos me apuraron con la mirada.

-Ve ya, antes que se vaya. -sermoneó mi jefe. Bufé, me levanté del suelo, limpié mis posaderas, tomé la libreta de pedidos, un lapicero y crucé la barra. Bien, aquí vamos.

Ella estaba tan absorta en su celular que ni siquiera se inmutó cuando di un paso hacia su mesa, como había predicho, estaba en la mesa frente a la caja. Miré a mis empleadores con la mejor cara de súplica y desamparo que pude, pero no funcionó. Más bien, me animaban a acercarme más moviendo las manos hacia ella.

Parecía que miraban una novela, de esas que deseas que pasen las cosas sí o sí, porque sino te creías capaz de entrar en ella y hacer que las cosas pasaran como tú querías. No lo sé, estaba muy nervioso y en casos así digo cosas sin sentido, estúpidas, tontas o hablo muy rápido. Prefería acudir a lo primero si sólo mi mente y yo lo sabríamos.

Tomé la última bocanada de aire que podía y me posicioné a un lado de la mesa, Jackie seguía sumergida en la vida virtual, entonces noté que un cable de color blanco viajaba hacia sus orejas, estaba escuchando música, genial. Al menos no había alcanzado a escuchar la charla que tuvimos hace unos minutos allá atrás, eso me lo garantizaba.

Me aclaré la garganta y al no conseguir nada me atreví a tocar su hombro. Ella elevó la vista hacia mi y como pude verlo venir mi presencia la dejó asombrada, sacó los audífonos de sus oídos y los dejó, junto al celular, sobre la mesa.

-Martin. -dijo como saludo y sonreí. -Pensé que no vendrías, como dijiste que no podías y que nos veríamos... -comenzó a decir totalmente confundida, al parecer no había notado el delantal que se sujetaba a mi cintura, ¿y quién lo notaría si me estuviera viendo a la cara? ¡Nadie!

-Trabajo aquí. -dije antes de que terminara. -Bueno, empecé hoy, por quinta vez.

-Oh. -fue lo que dijo y bajó su vista por mi cuerpo, se detuvo en mi cintura, asintió y volvió a subir la vista. -¿Por quinta vez dijiste? -cuestionó frunciendo el ceño.

-Sí, es una larga historia.

-Podría invitarte un café. -dijo enseguida, negué con la cabeza, señalando el lugar para hacerle entender que estaba trabajando. -O podría comprar todos los cafés con tal de escuchar esa historia. -añadió divertida, reí.

-¿Sabes qué vas a ordenar? -pregunté volviendo a mi papel de empleado, ese que debía atender a una clienta más.

-Puedo esperar a que acabes tu horario de trabajo y tomarnos un café. -sugirió. Vaya, sí que quería tomarse ese café conmigo.

-¿A todos siempre les invitas un café? -inquirí con diversión, dejando atrás el nerviosismo, la verdad quedó atrás desde que ella me miró. Ella negó con la cabeza mientras sonreía.

-Normalmente les invito una paliza.

-Oh, chica ruda. -fue lo que salió de mis labios y ella río. Oh Dios, esa risa. -Antes siempre me daban veinte minutos para merendar, esperemos que todavía lo hagan. -dije volviendo sobre mis pasos.

Cuando dejé de mirarla y volví mi vista al frente ambos ancianos me miraban con una sonrisa, quizá pícara, quizá tierna, quizá ambas. Cuando crucé la barra me crucé de brazos porque sabía que habían dejado más galletas en el horno y ahora estaban aquí, esperando a que yo les dijera algo respecto a la chica de ojos color esmeralda.

-¿Y bien? -curioseó Flavio, y por primera vez, desde que los conocía, Fabiana no lo pellizcó por meterse en mi vida.

-Nada. -dije, ambos me fulminaron con la mirada, soplé y les conté: -Dijo que esperaría hasta mi merienda para tomarse un café conmigo.

Ambos chillaron en alegría, elevaron las manos al aire como si hubieran obtenido algún premio de pastelería y dijeron a la vez: -¡Ya es hora de tu merienda, Martin!

Creo que todo mundo los escuchó, no quise mirar el lugar y comprobarlo pero sentía en mi nuca la mirada de quien estaba detrás.

¿Por que tenían que hacerme pasar vergüenza?

El nacer de un deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora