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Ser la secretaría de un prestigioso joven de negocios como lo era Kim Taehyung emanaba nerviosismo en ti, claramente podría resultar un tanto peligroso. ¿Por qué, se preguntarán? les explico, al culminar tus estudios universitarios ansiabas conseguir un trabajo estable del que pudieras subsistir. Tú madre movió sus contactos en busca de alguno que designara señal de lo anhelado por ti, dando como resultado de ello, que uno de sus más grandes y cercanos amigos nos concediera esto.
La maravillosa oportunidad de desempeñarte como secretaria de su querido hijo.
Estabas dispuesta, sin reprochar accediste.
Al instante de hacerte presente en tú primer día en la prestigiosa empresa, él joven Kim se mostró complacido contigo. El tiempo había transcurrido, hace tres meses que recides en una oficina a unos pocos metros de él.
— No soporto mi cabeza — expresó Jisoo abriéndose camino a tú oficina.
— Quizás debas pedirte el día — dictaste sin levantar la vista de los numerosos documentos que cubrían gran parte del escritorio.
— Sí verdad — llevó ambas manos a sus cienes, propinando leves masajes — ¿Crees que él jefe acepte?
Alzaste la vista en su dirección.
— No estoy segura, no pierdes nada preguntándole — te encogiste de hombros.
— Deseame suerte — expresó para ver cómo su silueta desaparecía.
Él joven Kim solía ser demandante y autoritario, inclusive exigente con si mismo y con los que lo rodeaban, ya sea en como realizar ciertos trabajos o en la vestimenta, no obstante cuándo se trataba de sus empleados llegaba a ser comprensivo.
El sonido de pasos apresurados te alertó.
— Es un gran jefe sin duda — la pelinegra retornó con una sonrisa en su rostro — me ha dicho que descanse y me relaje — imitó el tono de voz del mencionado.
— No aguardes más y vete entonces — soltaste una risita.
— Te haré caso — asintió yéndose pero giró sobre sus talones — Por cierto, el jefe me dió estos documentos, me ha dicho que cuando termines vayas a verle a su oficina.
— Está bien... — tomaste los papeles que te había extendido.
Jisoo se marchó.
Al ojear los papeles notaste que estos estaban perfectamente listos, no estabas segura del por qué te los había dado. La duda comenzó a carcomerte por dentro, quizás algo de lo que realizaste estaba erróneo y deseaba mostrarte cómo debías llevarlo acabo. Y para rematar tendrías que verle en su oficina en pocos minutos.
Examinabas cada hoja que estaban en tus pálidas manos. El exasperante ruido de tus compañeros de trabajo, te indicaba que guardaban sus cosas para retirarse a sus casas. Pasados unos segundos el silencio reinó en la gran sala. Le echaste un vistazo al reloj que decoraba tú muñeca.
