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━━━ ❛ RAGNAROK XVII ❜ ━━━
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⠀⠀⠀⠀⠀⠀Eisa Eirsdottir permanece de pie con la vista fija en el ventanal de los coloridos aposentos en los que nos encontramos. Su cabello color caoba cae como cascada por su espalda hasta un poco más abajo de su cintura, sus brazos están sostenidos firmemente contra su pecho y sus labios dan la impresión de estar fruncidos, aunque no puedo asegurarlo con certeza puesto que casi está de espaldas a mí. Me llama la atención lo peculiarmente tensa que me resulta su postura, y a su vez es capaz de generar que la chispa de desconfianza que previamente se había encendido en mi interior, se intensifique a tal magnitud que de un momento a otro me veo a mí misma analizando puntos estratégicos para salir de ahí. Porque no estoy lo suficientemente loca como para confiar confiar en Loki, y siendo sincera, Eisa nunca fue de mi total agrado.
Vaya par se vino a juntar, me lamento para mis adentros.
—Dices que me mandaste a llamar —comienzo mientras arrastro un poco los pies hacia ella. Estoy a casi un metro y medio de distancia, así que me encargo de acortarla un poco de manera paulatina—, pero no has dicho palabra alguna desde que entramos aquí. Aclamaste una necesidad descomunal de hablarme de una, ¿profecía?, más sin embargo no te veo diciendo algo útil. Si planeas quedarte en silencio me voy. Inicialmente sólo vine a asegurarme de que este embustero estuviera a salvo, ya vi que lo está. Daven dijo que podías ayudarnos con la desaparición de Olympia, pero veo que no. Mi tiempo aquí ha llegado a su fin.
—Crystal...
Alzo la palma de mi mano para detener en seco el posible alegato de Daven. No quiero oírlo.
Aguardo un segundo más para ver si obtengo una respuesta de Eisa, pero no sucede nada. Levanto mi barbilla dispuesta a salir por donde entre, ante la silenciosa e impertérrita mirada de Loki, cuando la escucho soltar una risita de forma irónica.
—Siempre me odiaste —dice sin volverse a mirarme.
Las comisuras de mis labios se elevan de manera pretenciosa cuando murmuro:
—Tiene que importarte alguien para que lo odies. Ambas sabemos que tú no me importas, Eisa.
Es allí cuando la veo girar, con la inexorable expresión de suficiencia reluciendo con saña sobre sus facciones. Un familiar brillo chispea en sus ojos castaños y tengo que contener la respiración al verlo. El parecido que tiene con los de Ezio es descomunal, siempre he sido consciente de eso, pero por distintos motivos ahora ese hecho consigue paralizarme; porque una pequeña cosa, sustancial, había cambiado. Porque no pienso en Ezio de la misma manera en la que lo hacía la última vez que vi a Eisa, ahora lo recuerdo con dolor en mi pecho, anhelando que su alma haya encontrado la paz que tanto necesitaba.
