Capítulo 40

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ÚLTIMO CAPÍTULO.

Dedicado a todas ustedes, mis lectoras.
Porque me han acompañado cuando ni siquiera sabían que yo estaba sola;
Porque me han hecho sonreír (y reír) cuando no sabían que estaba triste
Porque son mis compañeras en esta linda aventura.
Gracias, siempre.

(Sí, soy bien dramática, ok)

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Maju

*

Estaba acostada aunque despierta cuando escuché que llamaron a mi puerta. Abrazaba un par de almohadas mientras me acurrucaba en posición fetal. No quería ver a nadie, ni hablar con nadie.

—Buenos días, cariño —escuché a mamá acercarse, pero no volteé para mirarla. Se sentó a un lado de la cama y acarició mi cabello—. ¿Cómo te fue ayer? ¿Santiago y tú se divirtieron?

Con solo la mención de su nombre, sentí que se estrujaba todo en mis adentros y volvía a rememorar la discusión que habíamos tenido horas antes. Apenas y había podido dormir después de eso, así que mi dolor de cabeza no se había calmado, mucho menos el dolor de mi corazón.

Mamá intentó animarme, pero ni me moví.

—Quiero estar sola. Bajaré en un rato para el desayuno —pronuncié, sin emoción en mi voz.

Ella lo entendió. Por fortuna mi mamá y yo no necesitábamos demasiadas palabras para entender a la otra. Me dejó sola, no sin antes darme un beso en la sien.

Estaba inundada de emociones, y no sabía ni siquiera cómo mover un solo dedo. Ya mis maletas estaban listas, y la ropa que usaría para el aeropuerto estaba acomodada en la silla de la habitación. Cada vez que miraba mi equipaje, me recordaba que era verdad, que me iría ese día, que dejaría a mis amigos, a mi novio, y a todas las cosas maravillosas que viví detrás. Estaba tan abrumada que me costaba respirar.

Levanté la muñeca donde tenía el tatuaje que me había hecho con Santi y la pulsera que me regaló Marina. Una lágrima se me escapó —me sorprendió darme cuenta de que todavía tenía lágrimas que botar—, ante la nostalgia. A mi cabeza vinieron las risas entre mis amigos, las salidas, los chistes, las travesuras, las discusiones, los dramas entre nosotros.

Luego estaba Santiago. Con él, todo el concepto de marea de emociones se transformaba en una guerra épica de sentimientos que solo terminaban consumiéndome, ya sea de amor o de tristeza. Incluso ambas.

Estaba contenta y agradecida por aquella última cita, sabía que dio lo mejor de sí para que yo la pasara bien a su lado, cosa que hice.

Me sentía nostálgica al saber cuánto lo extrañaría. Joder, no había ni salido de la casa de los Righieri, y ya me dolía el cuerpo al saber que no lo vería en mucho tiempo.

Estaba molesta porque él decidió que nuestro «adiós» sería de aquella forma. No contar con su compañía por las horas que me quedaban en Buenos Aires me parecía una decisión egoísta. ¡A mí también me dolía irme y dejarlo! Además, no lo dejaría únicamente a él. Tener que despedirme de Marina y Martín, que se habían convertido en mis hermanos, me rompía el corazón. Incluso los Righieri se convirtieron en personas importantes en mi vida, decirles adiós no sería sencillo. Tampoco lo sería despedirme de mis amigos.

Pero en el dolor siempre tiene que existir compañía. Y yo quería que él fuera la mía.

Suspiré con resignación, decidida a dejar ir el tema. Porque lo peor de la situación era que lo conocía lo suficiente como para saber que, si él me había dicho que no vendría al desayuno o al aeropuerto, no lo iba a hacer, aunque le doliera.

Contracorriente © [EN LIBRERÍAS] [Indie Gentes #1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora