03. Ratero

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Al día siguiente fui a trabajar como siempre. Cuando ingresé al recinto el olor a cigarrillo me inundó mis fosas nasales y arrugué la nariz con molestia. Odiaba esa peste con ganas.

—Erin, buenos días, ¿Está todo bien?—me preguntó la administradora con una simple sonrisa. 

La observé de reojo y ella suspiró.

—Nunca habrá días buenos, ¿verdad?

Tenía razón. Me acerqué al mesón. 

—¿Qué tengo para este día?—pregunté y ella revisó su cuaderno. 

—Por ahora solo tienes una cita a las 14:00 horas con Jacob. Esta es la tercera vez que se presenta en el mes, ¿Qué hiciste? Ya creo que se convertirá en un cliente habitual—decía ella con una sonrisa socarrona. 

—No hice nada, solo...—empecé a decir, pero me arrepentí—. Olvídalo. 

Me giré para dirigirme a mi habitación cuando oí que habían abierto la puerta principal. 

—¡Eh, Bea! —dijo un chico con evidente emoción colocándose frente al mesón. La administradora frunció su ceño—¡Hola! ¿Cómo estás? Mucho tiempo que no nos vemos, ¿verdad? 

Ahora que lo pienso, nunca me he dirigido por el nombre de Beatrice a la chica. Siempre había omitido su nombre, como el de muchos. 

Hasta el mío. 

—¿Qué quieres?—contestó ella con molestia. 

Sabía que era una situación que no me debiera de interesar, por lo que di un paso atrás para retomar mi huida cuando el chico se giró hacia mí. 

 —Hola—saludó al notar mi presencia con una simple sonrisa—¿Trabajas aquí? 

Había algo en su voz que me desconcertó. Podía notar el segundo género con facilidad y mi instinto me recalcó con fuerzas: Alfa. Fruncí mis labios y me dispuse a irme. Al darle la espalda volví a oírlo.

—¡Ah, fue un gusto conocerte! 

—¡No molestes a mis empleados, Wade!—exclamó la administradora—. Ahora dime qué rayos quieres o te sacaré de aquí a patadas. 

—Oh, vamos. No es necesario tanto odio, Bea...—siguió hablando el chico.

Caminé con rapidez hasta llegar a mi habitación y cerrar la puerta tras de mí. 

Ah... Qué chico más extraño. 

. . .

Jacob se levantó de la cama, quitándose el condón. Lo observé en silencio en cómo se vestía y arreglaba sus ropas.

—¿Vendrás la siguiente semana?—pregunté en un susurro.

—Probablemente—respondió él, pasando su mano por el cabello—. Esta es la única forma de quitarme el estrés de encima y, estoy seguro, que la siguiente semana se vendrá fuerte.

—Está bien, te esperaré—murmuré.

Jacob sonrió levemente y procedió a despedirse e irse de la habitación.

Observé el techo.

Lo único bueno de los clientes como Jacob es que son más preocupados por su estado y el mío. No hay día en que nos acostemos y él use condón. Además, su paga es bastante buena.

Suspiré.

Sin nada más que hacer, me levanté y me dirigí al baño por una ducha.  

. . .

Almas perdidasDove le storie prendono vita. Scoprilo ora