08: Almas libres

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Los Dorrance siempre fueron conocidas como unas de las familias más poderosas que se podían conocer en esos tiempos. Sus mentes brillantes los habían llevado a la cúspide del éxito y más al poseer una de las sangres más puras debido a que, en la antigüedad, estaban obsesionados con tener la mayor cantidad de Alfas y Omegas puros, tal era el nivel que llegaron a cometer incesto por largas generaciones.

En la actualidad, dejaron de registrarse aquellos extraños matrimonios, reemplazándolos por los característicos enlaces por conveniencia. Mucha gente en busca de poder ofrecían a sus Alfas u Omegas para poder formar parte de los Dorrance, pero estos se negaban. Ellos cuidaban muy bien con quienes se unían.

Otra cosa que no se podía negar ante los característicos Dorrance, eran sus fuertes genes. Cada mujer nacida, sin importar sus progenitores, era caracterizada por una bella melena rubia, casi blanca. En cuanto a los hombres, estos no se veían afectados por estos genes, muy pocas veces fueron reportados con ese gen.

—Escucha con atención, Erin—decía mi madre mientras apuntaba a los papeles que se encontraban frente a mí:—. Nunca está de más conocer a tus enemigos. Cuando te enlaces a Lenya tendrás que mostrar conocimientos ante este mundo a pesar de que sean básicos.

Mi madre se movía con elegancia por la habitación, caminando como si cada paso valiera algo. Se giró y observó por la ventana a un costado.

—Las familias son un gran mundo, y cada una tiene su manera de sobresalir—decía con tranquilidad.

En esos momentos no lo sabía, pero estaba seguro que cada palabra que decía lo soltaba con pequeñas dosis de veneno.

De envidia.

—Aunque unas no las merezcan del todo—dicho eso se giró hacia mí y sonrió con simpleza. Dio unos simples pasos hasta llegar a mi lado—. Al menos, gracias al cielo, sabemos que algún día les llegará el karma que merecen, ¿No es así, mi niño?

—Sí, madre—respondí de inmediato.

—¡Excelente, Erin! Sigamos con esto por unos minutos, antes de que llegue tu maestro de ciencias—contestó llena de energías.

Quién diría que desearles el mal a las personas iba a ser uno de sus deportes favoritos.

Cuando niño, me gustaba oír las historias de las familias que nos rodeaban, pero sin dudas las que más me llamaban la atención eran los Dorrance.

Una familia tan fuerte, casi pura. ¿Quién iba a pensar que un Dorrance iba a llegar a vivir en la misma miseria? Y aún peor.

Que sea el último en su árbol genealógico.

Wade se mantuvo quieto, esperando que yo respondiera de alguna forma, pero no tenía ni idea qué decir. Muchas preguntas invadía mi mente de golpe, sin tener alguna clase de posibilidad que todas se contestaran.

—¿Tú...? ¿Un Dorrance?—susurré estupefacto—¿De verdad eres Wade Dorrance, la próxima cabecilla?

El castaño soltó una suave risa.

—No te puedo asegurar que siga manteniendo ese honor—respondió.

Y de pronto todo me hizo click.

Antes me había llamado la atención de un inicio que, a pesar de su estado y circunstancias, no pudiera cocinar de la forma correcta, de que me dijera que su madre se había negado rotundamente a que se volviera "independiente", el que no pudiera trabajar de forma normal.

Todo había hecho un simple click.

—Huiste de tu familia.

—Si así quieres llamarlo, sí—aseguro—. Huí.

Almas perdidasWhere stories live. Discover now