Cap. 23

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Soltó un suspiro cansado. Se agachó, posando sus manos en sus rodillas. Cuatro tecleaba cosas en las pantallas.

Un silbido lleno de asombro llamó la atención de ambos. Peter entraba a la sala, corriendo, bastante sudado y con una mueca de cansancio.

—Asombroso—, dijo simple. Ninguno pudo deducir si era sarcasmo o era genuino asombro pero tampoco era como si les importara.

—¿Por qué no estabas bajo la simulación, imbécil?—, saltó la castaña, acercándose peligrosamente al muchacho.

—¿Cómo sabes que no estaba en la simulación?—, contraatacó Peter, con una mueca de superioridad.

—Porque no tienes la misma cara de cordero degollado y confundido que los otros—, tomó a Peter por el cuello de la chaqueta y apuntó a las pantallas, donde se veía claramente a Christina con un mueca de terror y confusión.

—Bien, bien. Ya. Me descubriste, Hippie—, alzó las manos en señal de rendición—. Es porque soy inteligente.

—Lo dudo mucho—, empujó al muchacho no muy conforme con su respuesta.

Cuatro que estaba mirando las pantallas, vio por una que mostraba uno de los pasillos de Osadía, a varios soldados correr hacia su ubicación.

—Hay que irnos—, dijo Cuatro, tomando dos armas del suelo. Tiró una en dirección a la castaña y la otra la colgó en su hombro.

Huyeron de los complejos de Osadía, sintiendo a los soldados pisarles los talones.

( . . . )

Para su -para nada grata- sorpresa en el camino se habían encontrado con Marcus Eaton quien insistió en acompañarlos, contó que había visto a Andrew Prior morir y que luego se perdió del grupo con el que estaba. Dijo que tenía miedo, y casi le rogó a Cuatro dejarlo ir con ellos.

Él aceptó no muy convencido.

Subieron al tren. Peter primero, luego Cuatro quien ayudó a Marcus y finalmente ayudó a Valentine pues ella con suerte podía caminar.

—¿A dónde iremos?—, susurró con su cabeza recostada en el pecho de Cuatro.

—No lo sé—, dijo de igual forma el muchacho, apretando su agarre alrededor de la cintura de la más pequeña.

—No tenemos hogar, ni facción. No nos queda nada.

—Hey—, se separó un poco, tomó la cara de la castaña en sus manos, y juntando sus frentes susurró sólo para ellos: —Nos tenemos el uno al otro.

Mantenían sus miradas fijas en la del otro.

Ella lo veía a él. Ella veía ese brillo que adoraba, esos ojos que le transmitían tranquilidad, esos labios que quería besar una y otra vez, esas mejillas que le daban un aspecto dulce, y ese cabello que quería acariciar todo el tiempo.

Él la veía a ella. Veía sus ojos tan castaños como su cabello, sus mejillas rellenas que -a su parecer- sólo le daba un aspecto infantil y tierno, las pecas que adornaban las mismas, el fleco que cubría sus cejas, y sus labios rosados que ansiaba probar una y mil veces más.

—Vamos a estar bien—, susurró, manteniendo su mirada fija en sus ojos.

Ella asintió. Decidió creerle. Prefirió creer esa dulce mentira que enfrentarse a la amarga realidad. Pasó sus manos por los hombros del mayor, parándose en las puntas de los pies con mucho esfuerzo pues cada vez le dolía más la pierna. Pero no le importaba el escozor de la zona.

—Entonces...—, una sonrisa creció en su rostro, la escondió metiendo su cara en el cuello del mayor—, ¿"pecas"?

—Sólo cuando estoy contigo—, susurró él con una sonrisa, tergiversando la pregunta. Entonces Cuatro rió, abrazando con más fuerza el abdomen de la muchacha, juntando aún más sus cuerpos: —Tienes que admitir que es pegajoso.

—Pasas mucho tiempo cerca de Uriah...

Se calló al instante, notando que no sabía nada de su amigo, ni siquiera sabía si estaba vivo. Rogaba que sí.

Cuatro pareció notarlo pues intentó reconfortarla: —Él estará bien.

—Lo sé—, mintió escondiendo las lágrimas que se formaban en sus ojos.

Lágrimas que después de años por fin intentaban salir. Lágrimas que no dejaría escapar.

—Siéntate—, Cuatro ordenó después de un rato de estar de pie.

Obedeció, tomando asiento en el suelo, Cuatro se agachó para intentar ayudarla.

Rasgó el pantalón de la muchacha para ver la herida de bala, la cual atravesaba su pierna derecha, para su suerte, ya que así no tendrían que operar para sacar el trozo metálico.

Por suerte no dañó el tatuaje. Pensó casi con gracia.

—¿Una medusa?—, preguntó Cuatro a la vez que hacía una especie de torniquete alrededor de la herida.

—Fue idea de Uriah—, empezó a explicar, reprimiendo una mueca de dolor—. Son animales venenosos y letales, pero llenos de gracia y estilo. O alguna mierda así... eso dijo Uriah. Dijo que, básicamente, me representaban.

Una sonrisa se plasmó en su cara, melancólica. La sola idea de nunca más ver a su amigo, la ponía mal.

Cuatro asintió, terminando con su trabajo. Tomando asiento junto a ella.

—No creo que seas del tipo malo—, susurró él tomando su mano y mirando la unión entre ellas. Ella escuchaba atentamente, mirando la cara del muchacho—. En los entrenamientos hablaban cosas y bueno... todo se sabe en Osadía. Pero tu no eres lo que ellos decían. Del tipo tosco, malo... bueno, tal vez sí un poco—, señaló a su pierna con una ceja levantada y una sonrisa en sus labios.

—Ni tu lo que ellos decían de ti... supongo que ambos terminamos no siendo del tipo malo, ese que todos tanto creían.

Tobias se sentó junto a ella, apoyando su espalda también en una de las paredes del vagón. Sus hombros estaban juntos, sus codos igual, pero cada uno mantenía las manos sobre sus regazos. Con una timidez inusual por tomarse de la mano. 

Giró su rostro, para mirarlo a los ojos, él imitó su acción.

Sonrió. Y él le devolvió la sonrisa. Pero ninguno se sonreía con el rostro, era una sonrisa del alma. Era una nueva declaración.

-V

Bad Guy || Tobias Eaton (1)Where stories live. Discover now