Capítulo 12

82 18 35
                                    

Capítulo 12: Una sorpresa a domicilio.

La cabeza no me duele horrores, pero tengo todos los recuerdos borrosos.

Mi último recuerdo es estar en la barra, bebiendo Vodka con Arion Archibold.

Una tragedia para mi dignidad y para mi orgullo. Aparentemente estar borracha me ayuda a ser valiente e invitar de manera directa al chico misterioso, frío y arrogante que me confunde y excita a partes iguales.

Agradezco a los dioses que no haya clases y que mamá y Gregor no estén en casa para ver como me arrastro por el salón hasta el sofá con una taza de café que espero me ayude a volver a ser persona. 

No recuerdo casi nada de la noche anterior, y me estoy esforzando en sobremanera por hacerlo. Perdí la cuenta después de la séptima copa de la noche, y no sé siquiera cómo llegué a casa. 

Vacío mi taza de café en cuestión de minutos y observo fijamente la tele sin prestar ninguna atención. 

¿Qué pasó exactamente anoche? ¿Hice algo de lo que avergonzarme?

Me gustaría poder preguntarle a Bella, pero si esta como yo no se despertara hasta las cinco de la tarde mínimo. 

Para amigas así, quien quiere enemigas.

El timbre de casa suena y miro el reloj extrañada. No son las cinco aún, así que mamá no ha terminado su turno, y Gregor… bueno, es Gregor. Por lo menos debería de tener llaves de su casa, pero con la cantidad de droga que se mete en cada cigarro no me extrañaría que se olvidara hasta de su nombre. 

Con todo el pesar de mi cuerpo me dirijo hasta la puerta cuando el timbre vuelve a sonar. 

Quien quiera que esté detrás de esa puerta puede esperar a que mi cuerpo reaccione.

—Hola princesa.

¡Jesus, Maria y Jose! ¿Qué hace Arion en mi puerta? 

Me veo como un león recién despertado y perezoso. 

En otras palabras: doy asco. 

La poca dignidad que me queda con él la acabo de perder totalmente al recibirle con mi pelo despeinado, la ropa de ayer totalmente arrugada y  la boca manchada de mi café. Sin embargo, él se ve tan perfecto como siempre: cabello perfecto, sonrisa perfecta, atuendo perfecto.

Todo de él es perfecto. No podría verse mal ni aunque quisiera.

—¿No me vas a dejar entrar?

¡No!

—Hem, claro. Pasa.

Mi mente y mi boca no se ponen de acuerdo muy a menudo, como podemos comprobar.

Me pregunto qué hace él en mi casa a las dos de la tarde. Hasta ayer me había estado ignorado olímpicamente durante una semana entera, y ahora no puede estar unas horas sin verme. 

—¿Qué haces aquí?—Pregunto directamente. 

No estoy de humor para rodeos o para sonrisas arrogantes y perfectas. Su simple presencia en mi pequeño mundo me hace sentir exhausta e indefensa. 

Atrevete a EnamorarteWhere stories live. Discover now